Geopolítica: Odio, conspiraciones, gobierno global

Ignacio Ramonet publicó un libro llamado La era del conspiracionismo. En la portada está el emblemático hombre con cuernos y una lanza que asaltara el edificio del Capitolio de los Estados Unidos al final de la era Trump. El volumen aborda precisamente cómo ideas cada vez más locas están amenazando la poca racionalidad que quedaba en la política, colocándolo todo en manos de payasos y de procederes absurdos que hacen que peligre la especie humana. Ahora mismo, la multimedial DW alemana expuso en un cable que el presidente Biden le está pidiendo a su par de Ucrania que es hora de las negociaciones. La guerra woke en la cual se ha cancelado todo lo que sea ruso puede llegar a su fin, luego de que los globalistas de Occidente tensaran la cuerda hasta casi llevarnos a una tercera confrontación mundial de tintes atómicos y apocalípticos. No obstante, el conspiracionismo, las postverdades y la basura mediática no se detendrán, pues se está en la era de las redes y de la mentira.

Cuando se inició la época masiva de la radio, en la década del 30 del siglo XX, se produjo el ascenso del fascismo y del nazismo en Europa. El mundo nunca había tenido la oportunidad de que los hechos se vivieran al unísono, en tiempo real. Las guerras se hicieron también más rápidas y por supuesto que en estas la información tuvo un papel primordial. El montaje de Hitler de un supuesto ataque polaco en la frontera dio paso a la justificación para invasión en 1939. Así ocurrió que los alemanes pusieron en marcha una nueva era que aún no se detiene y que impacta en la política. Las conspiraciones y los sucesos inventados son mucho más efectivos en materia de geopolítica que los conflictos reales. Si analizamos lo que ha pasado con el Nordstream 2, veremos procederes parecidos a los de 1939, los cuales de milagro no han desencadenado una tercera guerra mundial. Pero más allá de ello, vemos como no importa que el presidente de Estados Unidos sea republicano o demócrata, pues la espectacularización de la política y el manejo del medio desinformativo y de la mentira es en ambas direcciones. El conspiracionismo no es una cuestión de usurarios en Facebook o Twitter que se ponen a inventar, sino de tanques de pensamiento que analizan cuáles son las matrices de mentiras que deben impulsar para obtener un determinado efecto. El conductismo y la falacia hacen que la gente reaccione y que ello sea predecible. Trump conoce los sueños, las aspiraciones y las frustraciones de sus votantes. Las mentiras de su gobierno y de sus campañas saben adónde dirigirse. Lo mismo pasa con Biden, solo que la guerra en Ucrania le jugó una mala pasada y los globalistas tensaron demasiado su gobierno, arruinando la poca credibilidad o confianza que poseía. En Estados Unidos es inevitable el ascenso de la corriente más conservadora en la política, porque además es la que resulta orgánica al conspiracionismo y a la forma de hacer de las élites que gobiernan los círculos esenciales dentro de dicho país. El asunto es si va a volver Trump al poder, ya que eso pondría en un punto mucho más álgido este fenómeno.

La compra de Twitter por Elon Musk puede azuzar ese escenario. La manera en que se está manejando la red social, que por demás define las líneas del pensamiento global de Occidente, puede impactar en el ascenso o la caída de determinados gobiernos y en la imposición de una agenda conservadora de ultra derecha. El conspiracionismo tendrá en eso un peso cada vez mayor, ya que no hablamos de opciones políticas basadas en cosas concretas y reales sino en intereses a defender. Como el sabotaje al gasoducto europeo, lo de Twitter puede ser la oportunidad para que una facción de la élite le dé rienda suelta a sus maneras de hacer política y de defender determinadas prebendas. Nada apunta a que el pueblo de ninguna nación de las implicadas tenga en esto un ápice de poder de decisión, sino que las elecciones son usadas como arietes a partir del conductismo y de la manipulación de los votantes hacia uno u otro bando dentro del mismo sistema. El conspiracionismo es así la piedra de toque en el mundo posmoderno, la idea que arrastra todo estilo dentro de la política y que transforma las verdades en mentiras y viceversa. Por ello el juego va más allá de enfrentar a liberales y conservadores, sino que es un tablero por los recursos, por las acciones en la bolsa, por los negocios. La guerra de Ucrania, por ejemplo, no contempla la soberanía de esa nación ni su bienestar, sino los negocios de la familia Biden y en especial de Hunter Biden en lo del gas natural y su exportación. Así mismo Europa está siendo hundida y comprada por los Estados Unidos como si de un botín se tratara, con la complicidad de burócratas insensibles y vendepatrias. La crisis estructural del sistema se está exportando hacia las naciones aliadas de los Estados Unidos, para que no golpee su economía doméstica y ocurra el milagro del restablecimiento del liderazgo de la Casa Blanca en el mundo. El hegemón hace jugadas geopolíticas y sacrifica a quien tenga que hacerlo, con tal de que le salga bien su plan. Por ello se recurre a las conspiraciones, al odio, al divisionismo, a la mentira y la lapidación moral.

Occidente se está reduciendo a su núcleo primigenio que está en Washington y Londres, ¿será esta la explicación real del Brexit? Europa y Alemania se desindustrializan y con ello decaen como competidoras. La OTAN se expande y se convierte en una especie de ejército globalista y woke que define lo que está o no correcto, lo que es legal o no, lo que es vinculante o no dentro de las Naciones Unidas. La idea de un gobierno mundial la tenemos más a la vuelta de la esquina, y no pareciera para nada una teoría de la conspiración. Poderosas ONGs o fortunas privadas tienen más peso que estados y que agencias federales y supranacionales. Cada vez menos gente amasa más poder y es capaz de imponer su voluntad a partir de relatos que no poseen un ápice de realismo. Por ejemplo, los famosos miembros de Q-Anon, la organización que sostenía que un grupo de pedófilos y asesinos de niños estaba detrás del establishment demócrata de los Estados Unidos y que Trump es un súper héroe que lucha contra esas fuerzas oscuras. Veremos en muchos carteles y hasta el cansancio esa idea en los próximos meses, porque la mentira es un medio para imponer la línea de mensaje. No importa si se use una lógica parecida a la de los dibujos animados o al nivel de lo más bajo intelectualmente, todo debe quedar dicho de esa manera para que llegue, se expanda, se solidifique y alcance a ser una visión compartida por grandes públicos.

Trump es la punta del iceberg de una forma de hacer la política que es propia del sistema, de los republicanos y de los demócratas, pero que se extiende en todo Occidente y que maneja los sueños y los miedos de la gente. Así, en el caso de Vox en España, la derecha posa de patriota que va a salvar al país de una nueva invasión de musulmanes y echa manos a los mitos del Cid y su historia dentro del imaginario popular, reviviendo viejos miedos, antiguas pasiones. No importa que todo sea puro montaje y que además se base en la xenofobia. Mientras se ganen adeptos, se ascienda y se llegue al congreso como la tercera fuerza española, todo vale.  

El conspiracionismo es una filosofía política de la derecha globalista que se traviste de izquierda y que financia los cambios de gobierno y las revueltas de colores contra naciones incómodas. El libro de Ramonet, como todas las piezas de dicho autor, posee la cualidad de ser oportuno y de venir en un momento en el cual la lucidez es más que necesaria, vital. Donald Trump y Biden son solo las variaciones de lo mismo, de una crisis del Imperio en su fase más aguda, la del descontrol y la amenaza de la guerra global.

¿Quieren conspiración peor que la que sostiene el valor del dólar? Esa moneda no se basa en construcciones económicas reales sino en una convención que se sostiene desde la fuerza de los Estados Unidos en el orden militar y del chantaje. La idea de que o somos nosotros o todo se hunde es lo que mantiene a flote dicha divisa. China posee grandes reservas de dólar y tampoco puede por el momento propiciar una transición global, sin que ello detenga las cadenas de comercio, provoque un cataclismo y genere situaciones de guerra impredecibles como las de la propia isla de Taiwán. Rusia ha hecho de su combustible la moneda de cambio para restablecer su hegemonía como potencia, así como de su peso militar. Pero toda la jugada debe tener en cuenta que el dólar es una conspiración que se sostiene a tenor de las economías, de la estabilidad, de la paz y de la vida. Si el dólar cae, el mundo entra en una transición que puede resultar violenta en extremo y quizás destructiva. Así, la humanidad vive y padece a causa de los vientos de conspiraciones que guían el mercado, la política, las guerras y los intereses. Esto tensa la idea del Estado nación y la coloca en crisis, haciendo inoperante las categorías que siempre funcionaron dentro de este esquema de la modernidad, las de la izquierda y la derecha.

La ciencia política analiza la capacidad de retener el poder por parte de los actores dentro de un esquema determinado. En este caso, el conflicto sobrepasa las fronteras, se hace global por excelencia y prosigue dañando los estamentos del tejido social de un mundo cada vez más lastrado por la mentira. La era de la novela 1984 en la cual todo es una cuestión de reescrituras de la realidad no está muy lejana. O quizás ya le pasamos por el lado.  El Gran Hermano orwelliano ya nos vigila y nos manda desde los rincones del poder mediático y conoce cada uno de nuestros cerebros a partir de las redes.

El conspiracionismo va a marcar un siglo como este, que se pierde entre falsos titulares, gente que no es real y frases de odio. No importa si el vehículo es Trump, el fenómeno es el todo y allí está lo que debería importar. Hasta el momento la humanidad no tiene cómo solucionar el problema, de hecho está atrapada.

Si la guerra woke de Ucrania termina mañana, los grupos nazis de Kiev pondrán en línea en Internet un relato la mar de disparatado y será compartido por cientos de agencias, aunque el asunto rezume odio y sangre. La moral prefabricada, los memes, las emociones harán el resto. La dictadura de la inteligencia artificial ha ganado por ahora a la inteligencia humana.

Habrá que ver qué sucede, porque aún nos queda la chispa íntima de la razón de nuestro lado. A no ser que eso también sea visto como un campo para el conspiracionismo, la banalidad, la relativización y las desilusiones.

Todo está por mostrarse, pues de esto apenas vemos las sombras.