Geopolítica: A la sombra del algoritmo
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La Inteligencia Artificial ha llegado para marcar el ritmo de lo que se conoce como la Cuarta Revolución Industrial o sea el cambio de tecno paradigma más grande desde la rueda o el fuego. Se trata del dominio de las áreas de creación a partir de dispositivos automáticos capaces de programarse a sí mismos y llegar a conclusiones y a elaboraciones al mismo nivel o superiores al humano. En principio hay que verlo como un adelanto, como una ayuda que nos va a ahorrar tiempo y esfuerzo, pero en términos políticos y sociales posee una honda resonancia.
Herramientas como el famoso chat que sostiene una conversación en tiempo real o hace tareas intelectuales como ensayos o artículos parecieran inofensivas, si no tuvieran además el poder de manejar asuntos complejos como los movimientos de la bolsa, los precios de las divisas y las relaciones internacionales. En todo ello, la dimensión ética que debería estar presente no pasa por una experiencia realmente humana, sino una simulación, lo cual constituye una amenaza a nuestro mundo tal y como lo conocemos.
La IA, como se le conoce en sus siglas, posee la fuerza de reestructurar todas las cadenas de producción y colocar a máquinas en el sitio de personas, lo cual hace en términos empresariales innecesaria la contratación. Esto ha dado paso a corrientes de pensamiento conservador, como el largoplacismo, que hablan sobre la supuesta bondad de dejar morir a millones de seres humanos en el presente porque serán inútiles en un futuro lleno de robots que trabajarán para una humanidad reducida a los mejores y más inteligentes. La filosofía detrás de la transformación derivada de la Cuarta Revolución Industrial es meramente conservadora y tiene que ver con las visiones del Foro de Davos y su imposición del decrecimiento económico y poblacional a las naciones en desarrollo y las potencias emergentes sobre todo del Grupo de los BRICS. De esta forma, la aparición de la IA en el mundo no está exenta de proyectos ideológicos, de planes de manipulación de la conciencia y de estamentos del control social. El poder ha tirado sus fauces sobre un campo que está dando en estos momentos sus frutos y que promete convertirse en la causa de las próximas guerras entre las superpotencias. En términos geopolíticos este choque se da entre el Oriente y el Occidente, con China y los Estados Unidos con los elementos más avanzados en cuanto a la IA.
En cuanto a la visión capitalista de esta tecnología, baste mencionar lo que sucedió en junio del 2023 en Kenia, cuando los trabajadores recolectores de té comenzaron a romper los robots que los estaban sustituyendo. A la par, las famosas salas de interacción con bots virtuales que crean conocimientos e información dependen de la sobreexplotación de millones de personas en el sur global que no cobran salarios o que reciben una paga misérrima de parte de las grandes corporaciones. Se han detectado violaciones importantes al código laboral internacional por parte de estas firmas creadoras de contenidos a base de IA y ello ha contado con la anuencia de los gobiernos del norte global. La carrera entre los contrincantes ha sido fuerte y se ha valido de casi todo. Se sabe que el desarrollo de este nuevo implemento genera contaminación, sin embargo, se soslaya en las cumbres ecológicas, en las cuales se prefiere señalar a los países más pobres que requieren de los hidrocarburos y otras fuentes de energía dado su bajo nivel de acceso a las tecnologías. La IA está generando una nueva brecha en la cual existe dependencia desde el sur hacia el norte y ello lo que hace es ampliar las diferencias que ya existen como resultado del devenir histórico y de las cuestiones que se derivan del reparto del mundo entre las potencias.
Viendo lo anterior cabe la pregunta, ¿es liberadora la IA? Las tecnologías en sí mismas carecen de ideología, es el hombre quien les imprime esa dimensión espiritual. Pero en el caso de algo que ya está hecho para generar conocimientos y elaborar cuestiones de índole compleja, todo se complica. Estamos cruzando el umbral de lo humano y por ello se habla del post humanismo o sea de una era en la cual no podamos definirnos más en la misma condición y haya que reformar todos los códigos legales, biológicos y éticos de lo que somos. La Cuarta Revolución Industrial pudiera ser un momento de emancipación si no estuviera prisionera de los ideólogos de Davos, como Klaus Schwab, quien ha hecho de este instante en el desarrollo de la humanidad un nicho de mercado para la conservación del poder por parte de las élites. De hecho, el largoplacismo posee seguidores entre las fortunas más grandes del mundo, como la de Elon Musk, quien no se avergüenza de decir que él concibe como totalmente moral la desaparición de millones de vidas que considera inútiles frente a la construcción de un mundo perfecto en el cual las tecnologías de la convergencia lo hagan todo por nosotros.
En 1984 se publicó la famosa novela Neuromante que fue todo un clásico del género del ciberpunk. Dicha obra habla acerca de una guerra global entre dos polos de la IA que se apropiaron del mundo. La realidad virtual se ha tragado la real. Y en esa metáfora literaria solo se puede existir por medio de las máquinas. En la dependencia, en la asimetría de poder entre los ricos y los pobres, todo ha quedado subsumido a si se posee o no un dominio determinado sobre la tecnología. En aquel momento pareció muy renovador y disparatado ese universo literario, pero en el presente, con el uso creciente de la IA y su potenciación para que sustituya al hombre, la guerra que se dibuja en dicho libro pareciera al doblar la esquina. El hombre no se enfrenta contra la robótica, no niega el desarrollo, sino que manifiesta su voluntad de que ninguna forma creada por el mercado pueda abolir la condición humana y negar los derechos de la especie, que conllevan siglos de luchas y de dolores. Pero a las élites esto pareciera no importarles. De hecho, se apoyan conflictos como los de la guerra en Ucrania, porque allí se produce un pico de venta propicio para probar armas asociadas a la IA y así darles salida con posibles clientes. Los productores de misiles inteligentes de la OTAN han puesto en la práctica tales elementos a partir de la oportunidad y el oportunismo de un choque alentado por Washington y que pudiera significar el fin de la humanidad.
La IA pudiera liberar a la humanidad de terribles enfermedades, servir de consuelo para las personas que buscan una inteligencia emocional que las complemente, saldar la deuda con grandes padecimientos y esfuerzos de la vida cotidiana, pero en manos de la gente equivocada es un arma, un elemento de asimetría, un objeto con el cual se busca ventaja por encima de los demás y a partir de donde se construye el poder. La IA es usada para espiar, para recopilar datos, para censurar en las redes sociales, para manipular en las elecciones a partir de la publicidad engañosa y el uso de noticias falsas. Es la maquinaria perfecta de los miembros de las clases políticas para ejercer el control social sobre los votantes a través de las encuestadoras, de las empresas que venden datos y de los publicistas que se trazan estrategias a partir del uso emocional de la información. Y sin dudas ese poder es uno de los más peligrosos, que ya está dando frutos con la llegada a los puestos de ejecutivos de grandes sujetos que sirven a intereses oscuros y que saben abolir la capacidad crítica de los públicos mediante la manipulación, el ocultamiento y la exposición selectivos.
El desarrollo de la IA no debe negarse, ni obstaculizarse, en realidad tendría que potenciarse. Pero como todo en la historia de la humanidad, primero está siendo un juguete de las élites antes que convertirse en un elemento de emancipación para todos. Los servidores más poderosos están en el norte global y por ahora es muy difícil que vayan los países del sur a hacer contrapeso. La salida para la asimetría planteada por la entrada de la IA sigue siendo el multilateralismo de las naciones emergentes que poseen el peso suficiente para convertirse en economías globales. Dígase Rusia o China, India, Brasil, Sudáfrica.
Más allá de eso, el mundo merece que se lleve a buen recaudo una forma de tecnología de la cual debemos esperar lo mejor y no complicidades con construcciones de poder. La IA tendrá que hacer más fácil todo para la humanidad y no más duro ni engorroso, no vale que se le use para espiar, manipular, establecer matrices, hacer del devenir cotidiano un verdadero infierno. En esa dinámica también se ha perdido la objetividad de la ciencia y de lo que nos beneficia de sus avances.
El mundo hoy se divide en dos grandes bloques y hay un resurgir de la guerra fría. Pero todo está en torno a la IA. Quien logre dominar el algoritmo gana la batalla. La cultura no se define ya como un acto en sí mismo, sino a partir de la adquisición de motores de búsqueda, de softwares, de construcciones de redes. La vida virtual puede saltar al mundo real y constituirlo. Ese lenguaje nuevo del mundo que emerge nos hace dependientes, nos transforma en parte del juego entre las facciones en pugna y deja muy poco espacio para formas de movimiento independientes. El cambio determinado por el uso de la IA será gigantesco y va a ser definitivo en la conformación del nuevo orden que ahora se está gestando. Nada lo puede detener.
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