Figuras contrapuestas, la rivalidad hecha escultura
especiales
Foto: Yasiel Peña de la Peña
No en vano Las Tunas es reconocida como capital de la escultura cubana y es que de ella emanan las más versátiles y exóticas formas de las artes plásticas en honor a mitologías, leyendas, costumbres e historias.
Por eso allí, en el fértil y pacífico Cornito, como sigilosas vigilantes de la finca que sirvió de nido a los versos de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo-El Cucalambé-, se erigen majestuosas cabezas contrapuestas que parecieran estar en desavenencia por toda la eternidad.
Maniabo y Jibacoa, los caciques protagonistas de esta historia, se entretejen de forma tal que convergen en una sola pieza a escala urbana y en perfecta ubicación para, desde su hueco interior, servir de mirador a curiosos visitantes.
De la autoría del artista de la plástica José Fuentes, la monumental obra lleva consigo la esencia de las décimas siboneístas de El Cucalambé, el poeta bucólico más importante del siglo XIX cubano. Plasma con sutileza los rasgos fisiológicos propios de los aborígenes, desde unos labios prominentes hasta un semblante de dureza expresiva que impone fortaleza y respeto.
Atributo que matiza el verde panorama entre bambúes y sabanas, unido al frescor del río que baña el natural paraje, las “Figuras contrapuestas” o “Cabezas de indio” conforman la discrepancia entre dos importantes jefes taínos: Jibacoa, de Holguín y Maniabo, de Las Tunas.
El autor logró captar el fundamento de una historia de lucha de ambos caciques por la expansión de sus propiedades, en una contienda en la que el tunero pierde valores materiales, pero sobre todo honor y prestigio en la región, causa de las diferencias eternas entre los dos contrincantes.
Diseñada en la técnica del ferrocemento a partir de una solución novedosa, la emblemática figura se levanta hasta una altura próxima a los cuatro metros, pero visualmente de mayor preponderancia por el asiento en uno de los puntos más elevados de la finca.
Construida en 1978, la escultura se convirtió en parte indisoluble del paisaje campestre que enamora a quienes se adentran en las pacíficas vistas de El Cornito, un sitio que también es único y mágico, a causa de sus más consagrados guardianes: los caciques Maniabo y Jibacoa.
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