El mundo, el pan y los acaparadores

Aunque, de acuerdo con las autoridades, se ha incrementado la distribución de harina en la mayoría de las panaderías de la ciudad, la persistencia de las largas colas para adquirir el preciado producto parece ser el cuento de nunca acabar.

En el caso de La Habana, más allá de que la excesiva demanda de pan pueda estar influida por el desabastecimiento de otros alimentos y de otras insuficiencias detectadas en varias panaderías, otros factores repercuten en el desabastecimiento.

Una escena tomada de la vida real

En las últimas semanas, varias veces, cada mañana antes de salir para su trabajo, María del Carmen ha intentado adquirir el pan en la panadería de la esquina de su casa, pero todos sus esfuerzos han resultado infructuosos.

En la panadería “La cubanita”, situada en la avenida 41 y calle 36, en el municipio de Playa, además de que la venta de pan comienza a las 7 en punto de la mañana —a María del Carmen, que tiñe canas, le gusta recordar los tiempos aquellos en que los panaderos sacaban el pan caliente a las 5 a.m.—, los vecinos del lugar han implementado una nueva práctica de consumo: la de marcar en la cola varias veces, por lo que la misma fila que, en ocasiones, no pasa de la decena de personas, como la serpiente que se muerde la cola, se repite infinidad de veces.

—Pero si todo el mundo vuelve a hacer la cola, los que llegamos últimos no vamos a alcanzar —se le ocurrió decir a la protagonista de nuestra historia.

—Es que solo dan seis panes por personas —dijo un señor que, casualmente, acababa de comprar y volver a pedir el último.

Pero es que cuando daban diez pasaba lo mismo —pensó María del Carmen.

¿Cuántos panes habrá que vender por la libre para saciar, en el mejor de los casos, la histeria de compra que ha generado la pandemia?

María del Carmen se fijó en la decena de personas que conformaban la fila y no notó, entre los congregados, ninguna señal de estrés.

Quizás ninguno de ellos tiene que coger una guagua a determinada hora para ir al trabajo. ¡Seguro están en teletrabajo! —pensó.

—El problema es que yo tengo un sobrino que se come esos seis panes de un tirón —dijo otro hombre que estaba en la fila y que, aunque aún no había comprado, volvió a marcar en la cola.

—Menos mal que es uno solo, porque si son más… —musitó María del Carmen mientras miraba, ansiosa, el reloj.

¿Cuántos "sobrinos" tendrían cada uno de los alineados en la cola? ¿Y si todo los repitentes no estaban allí precisamente gracias al teletrabajo?

—El problema es que si todo el mundo repite en la cola, ¿por qué no lo voy a hacer yo? —replicó el hombre.

—Es que de ese modo el pan no alcanza —insistió María del Carmen.

—Bueno, no la coja conmigo, señora —dijo el hombre, un tanto alterado—; cójala con toda la cola.

—Yo no la he cogido con usted…

—¿No?, es que me tiene puesto el dedo… ¡Usted no va a arreglar el mundo, señora!

María del Carmen pensó que querer arreglar el mundo quizás resultaba demasiado pretensioso, pero no así la cola del pan. Para esto último, solo bastaba concientizar las medidas de prevención contra el virus del individualismo y lograr ordenar, de una vez por todas, el egoísta oficio del acaparamiento.

—¡Se acabó el pan! —gritó de pronto la panadera.