El Club Antiglobalista: Más que diez razones para irnos de las redes y no volver jamás

El Club Antiglobalista: Más que diez razones para irnos de las redes y no volver jamás
Fecha de publicación: 
29 Enero 2021
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“Se les puede conceder la libertad intelectual, porque no tienen intelecto alguno”.

George Orwell (1984)

En 1948 George Orwell publicó su obra magna 1984, una novela distópica que se convirtió en el libro de cabecera de muchos estudiosos de la biopolítica y del futuro de orden internacional. ¿Cómo puede una pieza de ficción y no un manual o un descubrimiento científico constituirse en documento de estudio clave? Luego de la Primera Guerra Mundial, el servicio de inteligencia más añejo, el MI6, creó en la residencia del Barón de Tavistok, donada por este, el Instituto de Investigaciones sobre la Conducta Humana, con la finalidad de saber cuál es el punto de quiebre en el cual dejamos de ser nosotros. En otras palabras, se trataba de indagar la pérdida efectiva de la libertad, a un nivel cognitivo, neurológico. En las trincheras de la guerra, muchos hombres alcanzaron dicho estadio de no pensar, que dio paso a verdaderos episodios de muerte intelectual y locura. Orwell gira toda su novela en torno a ese tema.

El propio autor de 1984 fue en su momento perseguido por las fuerzas del orden británicas bajo el mando de Churchill, quien llegó a acusarlo de espía comunista. Luego, cuando las aguas de la recién iniciada guerra fría tomaron su cauce, el libro fue un best seller y su autor, una celebridad que dictaba charlas por los micrófonos de la BBC de Londres. Uno pudiera pensar que, bajo sospecha, Orwell fue absorbido por el sistema, que lo usaba como pieza clave de la lucha contra la Unión Soviética. Más allá de eso, como asegura Daniel Estulin en su libro La verdadera Historia del Club Bilderberg, los servicios de inteligencia utilizan la industria cultural y la comunicación de masas para sondear los estados de opinión en torno a planes de dominio que ya se trazaron. ¿Será 1984 uno de esos episodios conductistas, echados a rodar por el Instituto Tavistok? Las redes sociales de hoy pudieran corroborar esta línea de análisis, sobre todo si leemos lo que escribe Jaron Lanier, uno de los fundadores de Internet y de los que diseñaron este nuevo sujeto de dominio global.

La fábrica de hacer estúpidos

En un video musical clásico de Pink Floyd, concerniente al tema Another Brick on the Wall, podemos ver a un grupo humano que pasa por trituradoras de carne y es convertido en masa amorfa. Las víctimas salen con unas máscaras grotescas, parecidas a las que se usaron contra los gases venenosos durante la Primera Guerra Mundial.  La imagen es elocuente acerca de la finalidad de todo biopoder. Tavistok es un Instituto que tiene sede norteamericana en Stanford, sitio al cual hace alusión Lanier en su libro Diez razones para abandonar las redes sociales. Según el informático, los experimentos que se realizan en Sillicon Valley tienen una línea clásica conductista que hunde sus raíces en esos estudios de la élite acerca de cómo hacer predecibles y moldeables los pensamientos, acciones y emociones de la gente. Aunque Lanier intenta quitarse el golpe de arriba, ya que él también formó parte de la camada, es obvio que ni siquiera la publicación de su libro está exenta de sospecha. ¿Se trata de otro experimento más, de otro sondeo, para ver cómo reaccionamos ante la idea publicada y verídica de que nos vigilan?

Lanier se refiere a las redes como una fábrica de hacer estúpidos. ¿Cómo?, siguiendo el conductismo clásico de estímulo/reacción. Se trata de un procedimiento descrito en la historia y que dice que a una acción corresponde una reacción, pura naturaleza, esencia del universo. Los del Tavistok llevan décadas aplicando esos principios, mediante la industria cultural, el uso de los narcóticos (cuyo tráfico y beneficios son exclusivos de la élite), los medios de comunicación, las celebrities, la filantropía, las organizaciones no gubernamentales, los partidos y movimientos. Ellos, los ricos, publican sus planes en forma de ficciones o de atractivas chucherías.

Así dice Lanier que funcionan las redes, como el castigo a un niño o la recompensa del caramelo. Si haces esto, recibes lo otro. La parte donde el informático comienza a defender el sistema, al cual pertenece, reside en la explicación del mecanismo supra que les permite a los de Sillicon Valley dicho poderío. Según él, buena porción del control ejercido por las redes simplemente ocurre, no responde supuestamente a un plan trazado, a una estrategia que incluso es más antigua que Facebook.

Incordio

Lanier culpa de todo al algoritmo, una especie de robot que “se fue de control”  y que simplemente va a lo suyo, provocando el desastre y por ende las famosas diez razones para abandonar las redes. A su juicio, el mecanismo, llamado por ellos Incordio, tiene a disposición una nube de datos que usa de forma consciente, con la finalidad de hacer más virales las interacciones. Sucede que es más fácil, rápido y barato obtener ganancias a partir de motivaciones de odio, resentimiento, violencia y otros defectos humanos, que fomentar la felicidad, la admiración y el amor. Más que nada, resalta el poco o nulo valor que estos especímenes del poder le dan a lo más noble de la condición humana, diciéndonos en nuestro rostro que somos malos por naturaleza y que la culpa de que las redes actúen así es, al final, de los usuarios. Pero es notorio cómo Lanier no nos habla de cómo y quién y para qué se crea Incordio ya que, como sabemos, nada surge de la nada, sino que todo tiene un motor primigenio.

Los vacíos en torno a Incordio vienen acompañados de invitaciones a abandonar las redes, como si ello fuera a suprimir la inmensa nube que ya existe sobre nosotros en las bases de datos. Según Lanier, si la gente en masa migra hacia el mundo analógico, se podrá comenzar desde cero, sin que intervenga Incordio. ¿Estará la humanidad segura de que la próxima red será diferente?, ¿qué leyes obligan al poder corporativo a ser ético y seguir unos márgenes mínimos de comportamiento? El algoritmo no es un ser mitológico, una criatura que se reproduce al margen de este plano, sino un ente, un robot, que responde a voluntades humanas individuales y de clase.

Según Lanier, el conductismo en sí no es malo, ya que se usa para todo, lo cruel es que estemos expuestos a sus técnicas sin nuestro consentimiento o ante personas que ni siquiera conocemos y cuyas intenciones son siniestras. La mentira, el chantaje, la presión sicológica, son armas políticas que ya fueron usadas por Facebook a partir de este Incordio y que dieron con la caída de gobiernos en el mundo, más allá de la democracia real y por votaciones, que es la estatuida como norma por la comunidad.

Las falsas multitudes

Muchos se preguntan por qué cuando se hace una denuncia a Facebook acerca de una violación a las normas, rara vez se toman medidas o se responde. Un material periodístico de la televisión española bastante reciente entrevistaba a luchadores contra las páginas pedófilas en la web, quienes dijeron que estaban cansados de denunciar a Sillicon Valley estos contenidos y nada sucedía. El mal se reproduce como si fuese un virus. Y es que según el libro Diez razones para abandonar las redes sociales, hay muchas cuentas falsas, millones, creadas por Incordio con la finalidad de generar presión y opiniones mayoritarias. Se trata del ilusionismo del consenso, de entrar a Facebook y ver una muchedumbre que de pronto piensa de la misma forma y te amedrenta si no la sigues.

Si la misma red crea perfiles falsos, si ejerce el chantaje, si se comporta como un canalla, ¿hay que esperar que se escandalice ante la aparición de páginas neonazis, de odio, pedófilas? El delincuente se mueve en su ámbito, a sus anchas y no le conviene un orden sino un río revuelto, donde poder desenvolverse. Sin dudas esa creación de un falso mundo, cuyo paralelismo son los bots o cuentas no humanas, es lo más fantasmagórico y orwelliano que describe Lanier en su libro. Incluso dice que existen una cuenta o varias a su nombre que, obviamente, no son suyas.

El cinismo con que este libro describe las fantochadas que su autor ayudó a generar no tiene límites y solo un éxito de ventas, un experimento de sondeo de opinión o la más pura maldad pudieran explicarlo. Lo triste es que se nos presenta como un acto de liberación, de alerta y a la vez justificativo de las acciones terroristas que Sillicon Valley lleva adelante. El propio autor reconoce que escribía el volumen al mismo tiempo en que se producían escándalos como el de Google Analytics, que dieron a conocer el tráfico de datos y su uso para el biopoder de las élites.

El nuevo Leviatán

Ese Estado global que describe Orwell en su obra ya lo predijo Thomas Hobbes siglos antes, en su tratado Leviatán, donde el  monstruo bíblico hacía las veces de policía de una sociedad caótica y en perpetua guerra civil. Las redes sociales son, sin duda, un primer experimento conductista que dio muchos dividendos. Quizás el llamado a irnos de ellas para refundarlas sea una trampa para un segundo capítulo de la misma obra, más macabro y controlador. ¿Por qué y para qué creer en Sillicon Valley? Ya nos engañaron muchas veces.

El libro, para quien sepa leer entre líneas, nos dice en nuestro rostro: sí, somos malos ¿y qué? Solo los tontos, esos muchos que ya Facebook conoce, irán a refundar un Incordio mucho peor y que en un inicio se nos esconderá, pero que luego, fatalmente, irá apareciendo como ya vimos en la primera versión de estos mecanismos conductuales. Lo que debemos entender en términos políticos es que, para las redes, nosotros somos la mercancía, el producto y por ello nos moldearán para que alcancemos esas cualidades que nos hacen cotizar en el mercado de valores de la bolsa.

Las redes nos han vuelto peores o sacaron lo peor de nosotros, y no estamos orgullosos de ello como humanidad. Pero no fue un acto inconsciente, ni la travesura de un robot que se salió de control o la derivación colateral de las buenas intenciones de un grupo de informáticos libertarios. Orwell dijo claramente que el objetivo del Gran Hermano, de ese biopoder del futuro (que ya es presente), no sería tanto desaparecernos, matarnos, como que lo amemos. Y nosotros hoy vivimos en un romance sin límites con ese mundo paralelo y aséptico que son las redes sociales.

Más que un peligro doméstico, se trata de uno global, que les disputa a los gobiernos la soberanía sobre los recursos, pueblos y territorios. Más que un accidente, vemos el inicio del totalitarismo omnipresente de la agenda globalista que impone sus líneas conductuales de pensar y de ser. Si una cosa real dice Lanier en su libro es que debemos abandonar las redes sociales, pero no solo por sus famosas diez razones. Irnos y no volver jamás.

 

 

 

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