El Club Antiglobalista: Lo que significa el virus de la crisis ucraniana
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Estados Unidos despliega sus tropas en Ucrania. ¿Quién invade a quién?
Ucrania es la siguiente pieza en el tablero geopolítico. Detrás de la crisis diplomática y de las amenazas existe una conmoción de la Pax Americana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Desde el tambaleo de la economía capitalista en el año 2008 y el ascenso de China así como la reorganización de Rusia como potencia bélica global; el sistema de tratados y con el toda la articulación globalista gestada tras 1945 entró en un terremoto sin precedentes. Los ideólogos como Joseph Stiglitz saben que se trata de un declive definitivo y sin retroceso, que quizás solo se pueda retrasar un poco a través de ingenierías culturales, ideológicas y de presiones diplomáticas. El gobierno de Trump, que fuera proteccionista, pro industrial y desarrollista tendió a romper con la estructura globalista pro anglosajona, otanista e hija del Plan Marshall. Le costó el desfavor de las élites. Hoy el capital pasa por una etapa de mutación, en la cual tras la era post industrial se apuesta por el paradigma tecnológico como nueva forma de coloniaje y sumisión, así como por el aumento de la dependencia financiera y del endeudamiento de forma general.
¿Por qué Ucrania? Tras el 2014 cuando Victoria Nuland (asesora al servicio de Obama) y las huestes de George Soros derribaron el gobierno prorruso de Yanukovich, se inició una dinámica en la cual geopolíticamente se jugaba esta ficha para frenar el peligro que significa para la Pax Americana una isla euroasiática consolidada como una economía común, competitiva, de inmensos recursos y autonomía. El fuerte de ese proyecto chino-ruso pasa por dos ejes fundamentales: la soberanía en combustibles y la Ruta de la Seda. En ambos aspectos, quedan fuera del juego Estados Unidos y sus empresarios e inversores. Además, la estabilidad en la región conformaría un fortín estratégico que a la larga haría innecesarias las misiones “humanistas” de la OTAN y del Pentágono en países del Medio Oriente y de Asia en general. Ucrania funciona como un virus, como el caballo de Troya que viene a desarmar el conglomerado que surgió desde hace décadas y que pudiera significar un nuevo orden mundial, donde no esté el eje anglosajón financiero y globalista como centralidad y mucho menos el sistema de organismos extorsionadores de tipo financiero, político y militar.
La alternativa a la caída de la Pax Americana consiste para las élites en la formación de una hegemonía cultural planetaria que utilice resortes progresistas y se sirva de un neokeynesianismo globalista. El ideólogo de esta propuesta es Stiglitz, quien habla acerca de la “necesidad” de un Estado único, que comience a crear una economía regulada, sostenible, con metas “para todos”. Así, se pasó, en los centros de poder, del neoliberalismo duro de la década de 1980 al capitalismo de bases interesadas, con rostro humano o tercera vía de Tony Blair y Clinton, cuyos sostenes actuales hay que buscarlos en sus sucesores del Partido Demócrata. Este proyecto se ha concretado a través de los 17 puntos del Foro de Davos, los cuales se adoptaron como Metas de la Agenda 2030 de Naciones Unidas. En realidad el llamado capitalismo progresista busca movilizar a las bases populares usando la hegemonía cultural de un discurso supuestamente marxista y reivindicador, que divida en identidades a los actores sociales (raza, género, etnia, etc.) y coloque a políticos socialdemócratas en el poder que sean funcionales a la élite en cuanto a sus reformas económicas. En Occidente, este modelo ya tiene primacía y aspira a expandirse en América Latina y en Europa del Este. Ucrania, como baluarte cultural, histórico e incluso por sus lazos con Rusia, puede ser la ficha que falta para terminar este proyecto que utiliza la guerra cultural.
No obstante, el fantasma de la agresión militar rusa y la subida de tonos son elementos que en este contexto se usan como arietes para mover la crisis diplomática y alcanzar que Moscú desista y permita que Ucrania pase a formar parte de la OTAN. Los misiles británicos y norteamericanos estarían a 15 minutos de todas las ciudades rusas. Estos hechos han demostrado, además, que la alianza militar atlántica no es un mecanismo de defensa, sino una lanza de expansión imperialista, que se utiliza de forma conveniente para salvaguardar los mercados y el mandato del orden internacional capitalista posterior a 1945. Pero además, está el tema del gas natural. El ducto que Rusia construyó le vende combustible a Europa a muy bajo precio, en cambio Estados Unidos, que es dueño de dicho mercado, impone cuotas muy altas que incluyen transportación marítima. Ninguna lógica racional pareciera sostener el hecho de que países como Alemania sigan dependiendo del gas norteamericano, teniendo la opción rusa. A no ser que exista una crisis diplomática, con amenaza de guerra mundial de corte atómico. ¿Será esta la manera que tendrá el imperio yanqui para sostener su hegemonía cuando ya no pueda competir económicamente en la lid capitalista?
Lo que los ideólogos de la hegemonía de nuevo tipo, que pretende sostener el viejo orden, no tienen en cuenta es que colocar al planeta en constante amenaza atómica nos afectará a todos. Pero los intereses de clase parecieran tener mucho más peso. Baste decir que, Victoria Nuland posee vínculos muy fuertes con el complejo militar industrial, por lo que su actual papel como mediadora en las negociaciones diplomáticas pudiera enturbiar más aún la cuestión. Quizás el Pentágono esté jugando a calentar sin que se prenda la llama, pero, ¿realmente hay garantías de que no se llegue al fuego? Sin que Rusia mueva las tropas de su territorio, los medios occidentales han posicionado la narrativa de que ese es el país “agresor”, cuando es la OTAN quien tiene un rosario de bases militares desde el Báltico hasta el Mar Negro y un record de países destruidos a lo largo de la historia mediante intervenciones armadas. En el juego de calentar sin que el fuego prenda está también el interés del complejo militar industrial de tener un nuevo mercado, Ucrania, al cual venderle sus excedentes ya que Estados Unidos se retiró de Afganistán.
Si Ucrania entra en la OTAN, el ducto de gas ruso no le vende a Europa, con lo cual los norteamericanos mantienen un mercado a su favor, así como la dependencia estratégica de sus socios. Además, la alianza atlántica tiene un punto más en su avance estratégico en dirección a Moscú, por lo cual clava sus garras en el corazón del proyecto socioeconómico y político de la isla euroasiática. A la vez, al eliminar la soberanía energética de los europeos, Estados Unidos trunca la unión de dichos socios con Asia, lo cual -de producirse- supondría el principio del fin del sistema globalista de tratados y de organismos que mantienen el actual orden y que proviene de 1945. La crisis del 2008 ya mostró que la Pax Americana terminaría, pero al parecer la transición no ocurre de forma sana, ni apacible, sino que está plagada de intereses en pugna.
¿Qué más se juega en Ucrania? Las ONGs globalistas están operando en el país desde antes de 2014 y tienen creado allí un nicho para expandirse por el continente, quizás hasta Asia, en el centro de influencia de China. Este poder llamado inteligente, que funciona como un virus cultural, socava la soberanía y coloca reemplazos que son funcionales a la agenda globalista de corte anglosajón. Si Ucrania pasa a la OTAN, este teatro de operaciones puede repetirse en otros países que conforman la esfera rusa de influencia y, quizás, en algún momento, en Moscú. Recordemos que la Open Society fue expulsada por Putin y se le declaró organización terrorista que atenta contra el Estado. Así que la expansión de estas operaciones depende en buena medida de que se consolide el proyecto ucraniano de anexión otanista.
El asunto se define a través de la geopolítica y tiene su base en el funcionamiento de la hegemonía norteamericana a toda costa, ya sea diplomática, cultural o mediante amenazas belicistas de tinte apocalíptico. No descartar que Biden, un pésimo líder, está a la baja por su gestión desastrosa e intenta quizás “hacer bien” lo de Ucrania, tras deslucirse extremadamente en Afganistán. Es un presidente que está intentando rescatar el carácter “imprescindible” de Estados Unidos en la política internacional, pero lo hace arriesgando demasiado y atado a intereses económicos que lo comprometieron durante la campaña y que conforman lobbies de presión en las esferas decisivas. Biden es un globalista acérrimo, no posee autonomía, su accionar estará guiado por el empresariado y el poder financiero detrás del sistema de tratados y organismos de la Pax Americana.
El enemigo a batir, en esta crisis, es realmente China, a quien quieren debilitar dañando a su aliado ruso. El avance es en dirección a Asia, para destrozar el proyecto de la Ruta de la Seda y atajar a tiempo una hegemonía cultural planetaria desde Beijín. No perder de vista que, el actual valor ficticio del dólar depende de la existencia de ese carácter “imprescindible” de los Estados Unidos en la arena internacional. Por lo cual, crear y sostener áreas de influencia que sean funcionales a la hegemonía de Washington es la última argucia que le queda a dicha moneda para sostener su curso global. Si los norteamericanos logran aislar y rodear a China, quizás esta no se atreva a amenazar el dólar, ni lance un mecanismo planetario de guerra cultural que contrarreste a los yanquis.
Tampoco se puede obviar el hecho de que Estados Unidos se ve a sí mismo como Roma, el imperio “civilizador” que conoce lo que es “mejor” para los pueblos y que incluso ahora usa un ropaje progresista. En ese modelo, China y Rusia serían bárbaros conservadores, que no están dentro de los cánones de la nueva modernidad. El siguiente capítulo pudiera ser en la siempre tensa región de Taiwán, hacia donde la armada norteamericana ha realizado maniobras con motivo de la crisis ucraniana. Este conflicto entre grandes, en medio de la pandemia de covid 19, evidencia la inoperancia del actual orden socioeconómico, que se sustenta en intereses y no en valores, en cosas y no en seres humanos, en recursos y no en derechos.
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Victor
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