El Club Antiglobalista: Impeachment, seres mesiánicos y otros mitos

El Club Antiglobalista: Impeachment, seres mesiánicos y otros mitos
Fecha de publicación: 
18 Enero 2021
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Más de 26 mil soldados de la Guardia Nacional en los alrededores del Capitolio. ¿Estados Unidos se prepara para la guerra?

La guerra es la paz.

George Orwell (novela 1984)

Decía Joseph Goebbels que una mentira repetida terminaba volviéndose verdad. En esa metamorfosis vivimos, envueltos en las correrías de una clase política mundial que más que nunca usa las argucias de la propaganda para crear historias alternativas, que desmarquen su versión de la realidad, con el fin de generar adeptos, segmentaciones sociales, grupos, fanatismos. El proceso de juicio a Trump se ha votado dos veces en la cámara legislativa norteamericana, debido a que la política bajo dicho mandatario pasó de manera definitiva a depender no ya de alguna que otra verdad tangible, sino exclusivamente de las leyes goebbelianas.

Durante cuatro años, la mayor potencia del planeta, con los arsenales bélicos más apocalípticos y la capacidad destructiva jamás concebida, estuvo bajo los caprichos de un ser que vive en su mundo alterno, donde él y su ego son lo principal. Cuando se habla de historias paralelas, hay que referirse a que los seguidores de Trump, esos más de 70 millones, creen al pie de la letra cada conspiración sacada de la manga, como si se tratase de una verdad conclusiva y verificada. Q Shaman, uno de los asaltantes al Congreso norteamericano, es de hecho una especie de mesías e influencer de las redes sociales, que propaga la idea de que Trump pelea contra demonios que manejan tras bambalinas la alta política y que existe un dios “Q” que controla las fuerzas ocultas del bien. La lista de conspiranoicos enloquecidos puede ser larga y, más allá del disparate, habría que analizar el impacto sociológico de las redes sociales, donde una mentira, dicha, compartida, propagada, termina volviéndose un relato real.

Por suerte, los cargos bajo los cuales se acusa a Trump no son historias paralelas, sino bien tangibles: incitación a la insurrección, o sea de subvertir el orden, lo cual podrá dar paso luego en lo penal a otras causas que tiene pendientes. Si se analiza la personalidad narcisista y enloquecida, el amor por el poder y el desprecio por el sistema y la legalidad, Trump es un hijo predilecto de lo que en política se llama post democracia, un fenómeno que se adueña del mundo en este siglo XXI. Se trata del desconocimiento de todo mecanismo que implique el juego limpio.  Solo vale la demostración de fuerza ante el público como una medida de legitimación factual. Quienes estudien los orígenes del poder en el Estado liberal moderno, saben que se trata de un retroceso serio hacia nociones en las cuales dejan de tener vigencia grandes conquistas históricas. Esta era, que terminará con el ascenso de Biden, quizá marque el uso, más allá de Trump, de estos mecanismos por parte de una clase política que está dispuesta a desconocer la misma democracia burguesa que construyeron sus ancestros de la élite. 

La postdemocracia

Thomas Hobbes nació y creció entre dos eras, el feudalismo y el capital, un tránsito de turbulencias, lo cual marcó su personalidad. Según él, el miedo era aquello que más percibió desde joven, la inseguridad, lo precario de su vida que peligraba entre las guerras, las hambrunas, la inestabilidad y otros males. Por ello escribió el Leviatán, un tratado político que abordó los orígenes del poder del Estado en su dualidad terrible y a la vez necesaria. Hobbes habla de que el monstruo que representa ese poder supra impone, mediante el miedo, la paz, pues de lo contrario, las partes humanas, en conflicto perenne, se destruyen unas a otras. De ahí que se constituya un Soberano, llámese Rey o gobierno, que se coloca por encima del resto e imparte una justicia imperfecta, pero al menos aceptada por todos los demás. Tal es el origen de lo que hoy conocemos como Estado liberal burgués y que ha prevalecido, a pesar de crisis, revisiones e incluso del intento de Fukuyama de santificar dicho estrato, diciéndonos que es el fin de la Historia.

Con la llegada del siglo XXI, el desgaste de la economía inflacionaria del dólar y el agotamiento de los recursos energéticos, se impone un nuevo reparto mundial del poder entre las diferentes potencias y fortunas. Ya el Estado norteamericano deja de ser una fuente de legitimidad fuerte, para convertirse de hecho en un lastre ideológico para las grandes familias que necesitan pasar por encima de las instituciones y fronteras con el fin de realizar negocios. Se impone una nueva doctrina ultra neoliberal que sostiene que la sociedad no existe, mantra salido de la escuela de Margaret Thatcher, a partir del cual se comienza a desconocer abiertamente el pacto social entre gobernantes y gobernados y que termina con la voluntad de la élite de disolver los Estados nacionales. La propia lógica superviviente del capital impone que, o se crea un gobierno mundial, o el sistema desaparece, ya que la economía financiera es cada vez más volátil y transaccional, irrealista y globalizada. En la era de la post democracia, el Estado nación, fundado sobre bases identitarias, deja de ser un ente que funcione de acuerdo al bolsillo de la élite más interesada en la perpetuidad de un orden de reparto de riquezas.

En realidad la post democracia es un experimento que existe desde hace ya varias décadas en el siglo XX, cuando se propició el proceso de descolonización del Tercer Mundo y se constituyeron los Estados ficticios de África, Asia y el Medio Oriente. Países que seguían en la práctica siendo no ya colonias de Europa y Norteamérica, sino de las trasnacionales que ponían y quitaban gobiernos en función de intereses extractivos. En el papel, regiones como Centroamérica habían alcanzado la democracia, pero la Fruit Company financiaba dictaduras, golpes de Estados, unidades de contra guerrilla, asesinatos políticos. La post democracia era allí un reino desde los inicios de la propia  nación, haciendo de esos lugares solo trozos de terrenos, donde ondeaba una bandera nacional, pero nada más. Se puede decir que la neocolonia fue el primer experimento de lo que luego la élite crearía en el mundo, incluso para sus propios países primermundistas.

Lo que está sucediendo con Trump y que de alguna manera se replica en otras latitudes, ese desconocimiento del Estado burgués liberal, desembocará en mecanismos de gobierno que sean cada vez más autoritarios, donde dispondrán los intereses corporativos, sin importar el color ideológico del mandatario de turno.   

El uso de la mitología política

¿Cómo logró Trump movilizar esa masa ingente de votantes, incluso para que desconocieran poderes consensuados en la sociedad norteamericana? El peso que tiene en el ciudadano la institucionalidad es cada vez menor en comparación con el mito, con lo que toca la fibra sensible y que flota en el aire. Lo importante no es el dato ni lo que es veraz, sino lo que te haga sentir bien, aceptado, parte de un grupo. Las historias alternativas surgen para una generación milenial que creció bajo esas nociones, también llamadas “de cristal” donde no existe una aceptación del estado de cosas, sino una perenne demanda de atención infantil, de sobreprotección y de sensiblería. La post democracia recrea los deseos de la gente, de forma populista, apelando a los relatos que están en el inconsciente colectivo, a través del estudio exacto mediante la recogida de datos. El fin de la privacidad es también el del carácter individual y el inicio de la inmersión total en la masa, como lo predijera Ortega y Gasset en el siglo pasado.

En esa mitología política, Trump es un mesías; Biden, un seguidor de sectas ocultistas; Boris Johnson, un sucesor de los caballeros de la Mesa Redonda; Le Penn, una descendiente de la Doncella de Loraine, etc. El pueblo se traga las argucias por un tiempo, el necesario para que la clase política lleve adelante sus argucias en el reparto de las riquezas, que es lo que en verdad importa. La postdemocracia está incluso sustituyendo lo que se entiende por derecha e izquierda, haciendo inoperantes los ya desprestigiados partidos tradicionales y dándoles chance a opciones abiertamente tiránicas. En esa línea, podemos esperar el ascenso de un neofascismo en cualquiera de las variantes del populismo que genera esta forma de llevar las riendas de la política.

La postdemocracia es una derivación del fin de los Estados que lleva adelante la agenda globalista, es una consecuencia que terminará por implosionar las instituciones, haciendo que el gobierno mundial aparezca como esa fórmula salvadora, único camino, Leviatán hobbesiano que vendrá a solucionar el caos.  Más allá del asalto al Capitolio, que fue de hecho un suceso que respondía a esta lógica antes descrita,  cuando se habla del impeachment, se impone el análisis de estas mitologías, historias y del impacto mediático que poseen en materia de movilidad y de legitimación.

Nada hoy acontece de forma institucional en el mundo, sino por fuera de esas leyes. Todo se cuece y se lleva a cabo y, cuando aparece ante las cámaras y las votaciones, ya fue decidido. Proceso que asemeja a las neocolonias diseñadas por las potencias occidentales a imagen y semejanza de los dominios y protectorados.  La apariencia de república bananera, por ende, es casi inevitable en muchos casos, como lo que ahora acontece en el norte. .

El impeachment como arma arrojadiza

El Estado global se apresura a declarar, de esta manera, una conclusión: deberán ser disueltas las débiles democracias liberales, ya que son amenazadas por fuerzas supremacistas al estilo Trump. Hay que ver el impeachment en estos tintes. Si bien es necesario sacar a la bestia anaranjada de la Casa Blanca, por su monstruosidad y violencia, recordemos de quién es hijo, de dónde procede y cuál es su pensamiento fundamentalista y neoliberal. El hoy denostado fue inquilino de honor al Foro Económico de Davos, cónclave globalista por excelencia. Solo que ya es un cadáver político y apesta para el sistema, Trump es desechable.

En la aparente defensa de la institucionalidad existe un trasfondo ideológico que remarca lo necesario de un poder supra, un ejército mundial, que cumpla el papel de Leviatán. Habrá que esperar bajo la administración Biden un reforzamiento del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que tantas veces se nos presentó como lo más cercano a dicho proyecto. Quienes quieren ver el fascismo solo en Trump se equivocan, ya que la élite es de por sí supremacista y trama, tras bambalinas, la imposición de esta post democracia a todo el globo, haciendo de nuestras instituciones meros artificios.

Por el momento, el impeachment se ha vuelto en Norteamérica un arma arrojadiza, ya miembros del Partido Republicano hablan de iniciar uno contra Biden. Así que el show de la postdemocracia, de las historias alternativas y de la propaganda goebbeliana sigue. Habrá que dejar que sean los acontecimientos quienes hablen por sí mismos, y creer menos en los bulos y otras mañas de las redes y los medios. 

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