El Club Antiglobalista: Idiocracia o el poder de los idiotas

El Club Antiglobalista: Idiocracia o el poder de los idiotas
Fecha de publicación: 
11 Febrero 2021
0
Imagen principal: 

“El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo”.

Michael Hartd y Toni Negri (Imperio)

Mientras tecleo en mi ordenador portátil, surge una nueva forma o categoría de discriminación y, por ende, una causa emancipadora concebida ad hoc. Parecieran fábricas de productos en serie, tuberías multicolores que lanzan a través de las redes sociales sus luchas, ante la faz pasiva de un mundo donde cada vez existen menos espacios reales para defender inquietudes que de veras nos quitan el sueño. En uno de los canales de You Tube que suelo consumir, llamado Un tío Blanco Hetero, el influencer efectúa un juego donde ironiza la producción en masa de supuestos sujetos discriminados: él mismo aparece sosteniendo diferentes manos de cartas, donde cada combinación se refiere a un variopinto padecimiento o singularidad. “Monjas lesbianas encarceladas en harenes” –dice como si lanzara un invicto manojo de cartas– “Emigrantes hindúes que viven clandestinos en Groenlandia” – ¡”Gay senegaleses con Asperger!” Cada dolencia, discriminación, particularismo, le agregaba jerarquía a las cartas, asegurando una supuesta victoria.

Más allá de la fina ironía de ese influencer español, está la dura realidad de cómo se procede hoy a segmentar el sujeto social en base a los particularismos, con la sugestiva y falsa idea de que se trata de una reivindicación de personas históricamente oprimidas y que ahora, luego de siglos, hay que visibilizar. En esa óptica, el obrero poco vale, ya que se le asocia con el hombre hetero, blanco, que vendría siendo lo que el constructo mediático quiere vendernos como la imagen per se del “opresor”. Esta maquinaria se desata, desarrolla y alcanza su numen en las redes sociales, verdadero sujeto de poder que se comporta como un panóptico de premios y castigos, donde son las compañías, al margen del derecho consensuado, quienes deciden qué es un discurso de odio y cuándo y cómo ejercer la censura.

¡Me estás oprimiendo, te voy a reportar!, tal es el argumento más usual que leemos en esos sitios, supuestamente concebidos como plataformas de la expresión y del flujo informativo bajo unos cánones liberales clásicos. Lo que está sucediendo, a partir del poder de este sujeto llamado redes sociales, es que se genera un discurso, el de la cultura de la cancelación, donde no cuentan las mayorías ni el consenso, sino que todo va sobre el volumen de voz. ¿Y quiénes controlan la modulación de los tonos en las redes? Nos enfrentamos, así, a la muerte quizás definitiva de la democracia tal y como fue vista en su largo recorrido a través de la modernidad, desde el humanismo hasta las sociedades del control y disciplinarias del siglo XX, donde el Gran Hermano se fusionaba con el poder corporativo siendo ambas instancias una misma cosa ante el espejismo de la división clásica entre legislativo, ejecutivo y judicial. Tal y como venía ocurriendo, el control sobre la masa somete con más fuerza en la medida en que nos convertimos en un objeto sin opinión, que cree que leer tuits es informarse o que lanzar llamaradas de bloqueo deviene la nueva forma de lucha por la libertad y los derechos.

En esa fauna surgen los llamados social justice warriors, una tribu digital de tantas, en la cual personas desconocidas en sus círculos vitales buscan protagonismo inventando causas o llevando algunas al más extremo de los módulos. Germinan verdaderas corrientes de censura y violencia. El volumen de voz sube o baja tanto como los administradores de las redes lo permitan, así por ejemplo, no es raro hallar posts de veganos enterrando pedazos de jamón ya que supuestamente se trata de cadáveres; mientras por otro lado llaman al exterminio de todos aquellos que no compartan sus ideas. Pareciera que cada pequeño sujeto dijera: aquel que no piense como yo, me oprime y por ello tengo un cheque en blanco para violentarlo. Las redes sociales se alimentan de interacciones negativas, se sabe que el odio queda más en línea que aquellos sentimientos de solidaridad o de amor, tan fugaces. ¿Por qué el sistema permite esto?, los mecanismos ingenieriles a la vez que segmentan, controlan, imponen normas de conductas que devienen comandos de poder, los cuales se activan para deshacerse de cualquier voz seria y disidente.

El dilema de los senos en Facebook

Hace un año atrás escribí, en una de mis columnas semanales de la revista Cubahora, acerca del narrador cubano Amador Hernández y su mejor obra: Cleopatra la reina de la noche. Como el libro es un best seller y aborda el tema del sexo descarnado, tiene como portada a una mujer que enseña su torso desnudo con los senos turgentes. La elección de la imagen que acompañó mi columna estuvo a cargo de los editores, sin embargo, sorprendió que, al compartir el material en Facebook, la red me bloqueara por varios días debido a que violenté normas en torno al desnudo. Alguien – ¿esos ciberpolicías a sueldo de por ahí? – haciendo uso de los comandos preestablecidos en los algoritmos de la web, reportó mi post y ello trajo consigo el silenciamiento. Por supuesto, el incidente se vincula a que mi columna en Cubahora defendió, en otras entregas, realidades ideológicas alternativas e incómodas y que, ahora y de forma oportunista, intentaban acallar, criminalizándome.

El suceso me llevó a buscar y ahí estaba la manera burda en la cual Facebook censuró un afiche de un dramaturgo francés, que se servía del cuadro de Eugene Delacroix La Libertad guiando al pueblo y que representa no una mujer en el sentido sensual, sino libertario y de revolución iluminista. ¿La cuestión?, otra vez los senos, esa turgencia suficiente para que te valga varios días sin postear, dar like o simplemente hacer interacciones. Cuando Facebook toma decisiones tan ridículas como censurarte por una imagen de la Venus de Milo o de un cuadro de Botticelli, no solo pasa por encima de siglos de modernidad racional, sino que envía un fuerte mensaje: ellos y no tú deciden qué es discurso de odio, incluso si ello implica azuzar el odio en tu contra y destruirte como persona. Siglos de civilización, arte, estética, quedan abolidos. Bienvenido a lo postmoderno.

Tanto Twitter como Facebook se ufanan de haber fomentado denuncias falsas en materia de género, bulos y linchamientos  –en aras de una supuesta liberación de colectivos– aunque ello derivara en adolescentes menores de edad que se suicidaron, al no soportar el peso del bullyng y el asesinato de su imagen. En realidad, estas razias son quiebres en las relaciones de poder que no apuntan hacia nada emancipatorio, sino hacia el establecimiento de nuevos comandos, díganse acciones y caracteres, que serán dirigidos contra blancos incómodos. En esa nube de datos que hoy es la web, no solo se vulnera el principio moderno del derecho sino que se irrumpe en la mente, a través del tratamiento emocional y sicológico, lo que genera un impacto en la formación de personalidades tóxicas, sin noción de los límites ni pensamiento y de una ira tan manipulable como extremista. 

Al asesinar la figura de la revolución de Delacroix, las redes nos envían el comando de que la modernidad termina en ellas y que comienza una era de oscurantismo, en la cual en nombre de supuestas libertades mayores podrían asesinar nuestro carácter e incluso promover la muerte física. ¿Cuántas veces leímos que, ante la noticia del suicidio de una persona, blanco de linchamientos, abundaban los “me divierte” de quienes realizaron tal acoso?

Tábula rasa

El filósofo norteamericano Steven Pinker es un ser que maneja el tema de la corrección política en la contramano de las corrientes dominantes. En una conferencia dictada en la Universidad de Harvard y que puede verse en la web, nos advierte sobre el peligro de percibir todo como una construcción social susceptible de ser cambiada. Ese falso progresismo hace que realidades fácticas, como la naturaleza, la biología, la embriología o la bioquímica clasifiquen como “discursos de odio” en caso de aparecer como argumentos en los medios o las redes sociales. Decir que hombres y mujeres tienen, por procesos paralelos de desarrollo, cualidades distintas que los hacen proceder hacia metas, trabajos, habilidades disímiles; tiene todo un estudio sociológico y transdisciplinar que lo avala, sin embargo se transforma en una verdad incómoda ante el poder y los lobbies de determinados colectivos. Y eso es solo un ejemplo de tantos de cómo, por clasificar en una obligada corrección, se deja de pensar en términos racionales y se adoptan marcos identitarios e ideológicos.

En el libro Tábula rasa, Pinker se refiere a esa noción impuesta por la “nueva izquierda” de los constructos sociales, la cual rescata la vieja idea, más que refutada, que dice que somos papel en blanco al nacer. Si bien Aristóteles habló sobre ello, tengamos en cuenta que se refería al ser a su vez como un potencial, que acompaña al ente aún no realizado, o sea que sí hay algo que nos precede y que determina nuestro existir en el aquí y el ahora. Ignorarlo es ser terraplanistas a la luz de los avances genéticos, cuánticos, biológicos. Para Aristóteles el universo procede por causas y consecuencias y eso genera una cadena, una dialéctica, en la cual somos mucho más que un presente vacío, al que vamos a reescribir desde cero.

La noción de tábula rasa aplica además en el sentido de que la “nueva izquierda” intenta un orden supuestamente revolucionario, a partir del borrado de lo que fuimos, lo cual lejos de ayudarnos a la emancipación nos condena a repetir una cadena de errores y aciertos. Equivale esto a quemar una y otra vez la Biblioteca de Alejandría, para redescubrir en cada generación los avances otrora registrados en los papiros. Estéril y reaccionario ejercicio.

La humanidad, en la imaginación aberrada de esta “nueva izquierda” (mercenaria y deudora en muchos sentidos del régimen), es un círculo vicioso y no una espiral, ya que procede como Sísifo, llevando la misma piedra hacia el precipicio, para dejarla caer, así sucesivamente. El proceso de desespiritualización al cual los medios y las redes nos someten, tiende hacia un materialismo toscamente elaborado y maniqueo, que obvia el poder y la potencialidad latente de la inmanencia del ser. Spinoza, gran pensador de lo moderno, ya hablaba de ese espíritu que nos acompaña como multitud y que tiende hacia más y mejor en materia ética y estética. Roger Scruton, filósofo conservador pero refinado y consecuente, rescata esa idea al presentarnos al hombre como un ser que incluye a los muertos, los vivos y los por nacer. El ente no es un vacío condenado a la reescritura, sino una potencia cuyo destino es la realización en la espiritualidad perenne. La tábula rasa, que critica Pinker, es un fin de la historia, como el de Fukuyama, y por ende reacción pura.

De alguna manera, es más revolucionario leer a Scruton que acercarse a las posturas extremistas y posmodernas de determinada “nueva izquierda” odiadora (esos haters de las redes), cuyo sueño es el totalitario constructo sociocultural y, de ser posible, la deconstrucción en el sentido de la muerte física. Scruton, con ese sentido común tan inglés, criticó que bajo el gobierno laborista de Tony Blair se dedicaran más de 220 horas de debate parlamentario contra la cacería de zorros y solo 18 para aprobar la genocida, injustificada, ilegal e injerencista invasión a Irak. Importaban más los animales, que los niños inocentes despedazados por la OTAN. Muy elocuente Scruton.

Totalitarismo

Zizek es checo, como lo fue Kafka. Ellos parecieran entender algún sentido oculto en la naturaleza opresora del género humano. En una de sus apariciones en la web, Zizek dice que, para él, la corrección política es la forma de totalitarismo más aberrante y cruel, ya que a diferencia del viejo modo, no solo te ordena lo que debes hacer, sino cómo debes sentirte. Ese dominio en el estado de ánimo y la autoestima del otro, biopoder puro, le otorga al amo un comando invencible a su favor. Zizek pone el ejemplo del padre que no obliga al hijo a visitar a la abuela, pero le hace ver lo mucho que esta lo quiere. De tal forma, no proceder con determinados cánones no solo baja tu autoestima, sino que te aparta de la sociedad, convirtiéndote en un alien. Teniendo en cuenta que somos animales políticos, ello equivale a la muerte.

Para Slavov Zizek, si antes había un comando directo que mediante la fuerza te sometía, ahora se trata de la creación de un deber ser único, una univocidad del pensamiento y la acción que deshumaniza a la disidencia. En tal sentido, el sistema crea categorías sociales que funcionan como imperativos, a través de los particularismos. Cada padecimiento, mirada, singularidad, diferencia o grupo te acusará de opresor si no sigues unos cánones y contra ti se lanzará la llamarada de la inquisición que, esta vez, no te quema, sino que te saca del espectro social y político, convirtiéndote en un paria. Bajo la apariencia de la diversidad y la inclusión, la univocidad del sentido se torna más cerrada y no dialogante, estableciendo un silencio alrededor del tema de la tábula rasa, que deberá aceptarse so pena máxima de desaparecer.

Un video circulaba por las redes sociales acerca de esto. En una clase de matemáticas, varios alumnos competían por una beca. Ante simples preguntas de cuánto suman dos y dos, la profesora sólo aceptaba respuestas como “igualdad de género” o “multiculturalismo”. Finalmente la beca se le otorga a un chico con retraso mental y problemas cognitivos que solo había escrito en su hoja de examen la palabra “igualdad” pero con errores ortográficos. La profesora tuvo en cuenta cada uno de los padecimientos de sus alumnos y así sumó puntos y no a través de las habilidades científicas. Ante la protesta del más aventajado de los educandos, la respuesta del resto de la clase fue ¿te crees muy superior con tus matemáticas y tus hechos, qué hay de los sentimientos y las emociones, él (el chico con retraso) escribió “igualdad” como quiso, no es eso hermoso y libre? La razón y todo suceso factual son aplastados ante la autoridad, que decide qué es inclusión y qué es odio.

En esa idiocracia o gobierno de los idiotas, se va convirtiendo el mundo, mientras se vende la falsa noción de libertad. Para Zizek, se trata de una manera desde la élite de amedrentar toda crítica, aprovechando que las redes sociales estrechan los canales de la conciencia y del flujo informativo. En esa univocidad que se nos viene, siento, mientras escribo, que alguien o algo me toca el hombro, acusándonos a mí y a este artículo de “opresores”. 

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.