De la Sierra Maestra a Lombardía, el aplauso de Sergio del Valle
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Después, se ganó el grado de General, pero aquel día en que se decidió a viajar de La Habana a la Sierra Maestra, atravesar el país, para salvar vidas arriesgando la propia, era solo joven revolucionario graduado de medicina:
“... hacía un cierto tiempo que yo me había graduado de médico; y un día, a través de nuestro movimiento clandestino 26 de Julio, llegó hasta La Habana el rumor de que Raúl Castro estaba herido de un tiro en la columna vertebral y se necesitaba un médico, creo que no lo pensé dos veces; y si lo pensé, no lo expresé. Lo cierto es que dije que sí, que estaba en disposición de integrarme a la guerrilla de Fidel Castro. En honor a la verdad debo decir que por esos días ya Fidel era para todos los cubanos una verdadera leyenda; su mismo nombre era la esperanza, la fe, la certeza de que sí se podía luchar contra fuerzas militares tenidas hasta entonces como invencibles, sostenidas además por los Estados Unidos; y salí para la provincia de Oriente. (…) Llegamos a Manzanillo y me subieron a las montañas por la zona de Estrada Palma, hasta donde se encontraba Crescencio Pérez. Después partimos hasta donde estaba Fidel; y cuando llegué al campamento de éste y me di cuenta de que ya formaba parte del Ejército Rebelde, sentí que aquello era (y es) el acontecimiento más importante de mi vida”.
Así lo cuenta en las “Palabras al lector” de su libro "Camilo. Táctica y estrategia de una gran victoria", el médico y guerrillero cubano. Médico y guerrillero, dos sustantivos que, desde Ernesto Guevara, Sergio del Valle y otros muchos valientes galenos, han ido quedando para siempre entrelazados en la historia de esta isla.
En Pogolotti había dejado grandes amigos, una exitosa residencia en el hospital materno América Arias, así como propuestas de trabajo y estudio en el exterior, todo un brillante futuro como ginecobstetra.
Camoquin bajó de la Sierra
Miembro del Movimiento 26 de Julio desde muy joven, el hijo de Felicia y Jorge bajó de la Sierra con dos colores en el alma: el verde olivo de jefe militar, probado en mil batallas y el blanco de la bata de doctor que nunca dejó de ser.
Venía con un sentido del humor entrenado por el mismísimo Camilo Cienfuegos, dicen que, en ocasiones, a la hora de interrogar algún prisionero, el del sombrero alón le decía: por favor, trae el detector de mentiras y allá iba el médico, esfigmo en mano. Traía también una disciplina forjada por los mejores jefes y el mismo amor por Cuba, por la Revolución y por la medicina.
El profesor y traductor Andrés García López, lo recuerda en sus años de Ministro de Salud Pública. Lo conoció en el 1981, en la Oficina Económica de la Embajada de Cuba en Dar es Salaam, República Unida de Tanzania:
“Un buen día (no preciso exactamente el mes), me dieron la tarea de informar a todo el personal de la misión médica, tanto de la parte continental como de la isla de Zanzíbar, que se presentaran al otro día en la casa del embajador Fernando; pues el Ministro de la salud, Sergio del Valle, quería tener un encuentro con todos. Recuerdo que ya reunidos en casa del embajador cubano, muchos estaban vestidos de traje y corbata y otros, como yo, con traje de "Safari", un modelo en auge en aquel momento, pero la parte de arriba era de mangas cortas. A las 8 pm vimos entrar al ministro y todos nos quedamos boquiabiertos. Sergio, como nos dijo le llamáramos y no ministro, venía vestido con pantalón de kaki, botas rusas y una camisa súper sencilla de trabajo. Al empezar a hablar lo hizo con una dulzura y sencillez que yo jamás esperaba de un Ministro. Como si fuera nuestro padre, un amigo más.
“De eso hace 39 años y jamás he olvidado la hidalguía, la sencillez, la honradez, la entereza de un hombre como Sergio del Valle. Y ahora, aun más, cuando supe cuántos cargos de útil importancia ocupó. Yo lo tengo en mi corazón junto a Fidel, Che, Camilo, Hugo Chávez, personas muy humildes y muy revolucionarias a la vez”.
Por esa misma época lo conoció la familia del Doctor Carlos Suárez. Él era un adolescente de secundaria y su madre no lograba dormir tranquila, pues la hermana de Carlos cumplía misión internacionalista en Iraq en medio de la guerra. Sin teléfono celular, ni Whatsapp, ni redes sociales, las noticias desde Tikrit (mucho más allá de Bagdad) sobre la enfermera de 23 años las trajo, en persona, el Ministro. Cuando visitó a la misión médica cubana que trabajaba en aquel rincón iraquí, la joven le pidió el favor y él, amablemente, prometió y cumplió.
Y con esa mochila al hombro, la de médico y guerrillero, recorrió 44 naciones en dos años por orientación de Fidel, para solidificar las bases de la colaboración médica cubana, ese mismo proyecto que hoy nos enaltece, la semilla de los aplausos en Madrid y Roma, el germen de la vocación que hoy llamamos Contingente Henrry Reeve, ese sueño realizado del Comandante en Jefe, pasó por sus manos.
Este miércoles habría cumplido 93 años Camoquin, un nombre de campaña inspirado en el uso que hacía de la cloroquina para tratar lo que pareciera intratable, cuando los rigores de la guerrilla no le daban acceso a otro medicamento; casualmente uno de los fármacos incluidos en el protocolo para tratar la Covid- 19 en muchos sitios. A las nueve de la noche de cada día, mientras dura esta guerra mundial contra el nuevo coronavirus, cuando suenen los aplausos para nuestros médicos, porque desde algún balcón de la eternidad resonarán las palmas de Sergio del Valle, orgullosamente médico y orgullosamente cubano.
El debería ser el aplaudido, pero modesto y justo como lo conocieron, estoy segura, preferirá aplaudir a los que, de la Sierra a Milán, continúan atravesando el mundo para defender la vida.
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