Atletismo olímpico: El sendero a la gloria calzando pinchos (I)
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La historia del atletismo cubano en Juegos Olímpicos es tan rica que pudiera escribirse una saga, desde que el mítico andarín Carvajal iniciara la ruta con su cuarto escaño de la maratón en la cita de San Luis 1904.
Posición que de no haber sido por los avatares sufridos, parte del viaje a pie desde New Orleans hasta la sede, más de 40 horas sin ingerir un bocado de comida decente y el fatídico incidente de las manzanas verdes y su estómago en pleno recorrido, hubiese sido seguramente más privilegiada, incluso oro.
Hablamos de la segunda disciplina más aportadora de títulos para nuestro país bajo los cinco aros (10-14-15), únicamente superada por ese barco incombustible de nombre boxeo (37-19-17); y por delante de otras contundentes como la lucha (9-6-9), y el judo (6-14-16), para cerrar el cuarteto de deportes de mayor poderío.
De vuelta al depoorte Rey y leyendas, hallamos, a la vuelta de Tokio 1964 la plata sangriada de Enrique Figuerola en el hectómetro, y los poteriores rendimientos de nuestros relevos 4x100 en México 1968, y Munich 1972 las damas, revestidos siempre en plata.
Hay que hacer una parada obligatoria en Montreal 1976 y volver la mirada a Alberto Juantorena. Su doblete en 400 y 800 metros planos, con esa zancada glamorosa, ese porte esbelto y su drum desafiante del viento en las curvas, aún dista de poder ser emulado.
Registros impresionantes los que estampó, a razón de 44.26 segundos y 1:43.50 minutos.
De seguro lo recuerdan con cierto recelo aún los estadounidenses Fred Newhouse y Herman Frazier, sus escoltas en la vuelta al óvalo; así como el belga Ivo Van Damme, archifavorito en los 800.
En esa misma cita Alejandro Casañas sentaría a fuerza de subtítulo y 13.33 en 110 c/v.
Luego llegaría aquel dardo de María Caridad Colón, que parecía perderse en el Horizonte moscovita en 1980, y la hicieron acreedora de la condición de primera reina olímpica latinoamericana.
Los 68.40 metros materializados en su primer intento, para infundar respeto y temor a sus oponentes, algo que luego han intentado tener como divisa Yipsi Moreno, Osleidys Ménendez, Yarelis Barrios, Denia Caballero, Yaimé Pérez, y otras estelares atletas antillanas del área de lanzamientos.
En la capital soviética brillaron en calidad de escoltas de la Colón Silvio Leonard (plata-100 metros), el propio Casañas, repitió su palmarés de Montreal, y el discóbolo Luis Mariano Delís (bronce).
Barcelona 1992: La nueva era
La ausencia de las ediciones de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988 sirvió para que rel movimiento deportivo cubano se fortaleciera en su totalidad, pero fundamentalmente las vedettes mencionadas al comienzo de estas líneas, que irrumpieron en Barcelona 1992 con categoría.
En el caso del campo y pista, los saltos y lanzamientos se convirtieron en referentes a nivel global, con la ayuda de técnicos soviéticos y de otras naciones del llamado Campo Socialista, que aportaron saberes, métodos de entrenamiento, y escenarios de confrontación de primer nivel. Baste mencionar los juegos de Buena Voluntad, Universiadas Mundiales y Espartaqueadas de los Ejércitos Amigos, por solo citar tres de los más notorios y rigurosos.
La cita en la Ciudad Condal marcó un antes y un después en la historia de Juegos Olímpicos. En lo competitivo los estándares de calidad experimentaron un crecimiento considerable, en naciones de los cinco continentes, como reflejo de la voluntad de hacer el deporte al máximo nivel más inclusivo, una de las premisas de Juan Antonio Samaranch y su equipo al frente del COI.
En materia organizativa fueron tildados de deslumbrantes o magníficos, aderezado con hitos como la irrupción del denominado Dream Teams estadounidense de baloncesto de la NBA, con el mítico Michael Jordan a la cabeza.
Nuestra comitiva, y puntualmente los exponentes del atletismo, se las ingeniaron para hacerse sentir entre tanto esplendor.
La discóbola Maritza Martén (70.06 metros), y el príncipe de las alturas, Javier Sotomayor (2.34), acariciaron el Olimpo.
Volvieron a brillar nuestros relevos, a razón de plata el 4x400 conformado por Lázaro Martínez, Héctor Herrera, Norberto Téllez y Roberto Hernández (2:59.51 minutos); y el bronce del 4x100 en las piernas de Jorge Luis Aguilera, Joel Isasi, Andrés Simón y Joel Lamela (38.00 segundos); marcas que hoy día constituyen aún topes nacionales.
Se completaría el festín con los bronces de Ana Fidelia Quirot (1:56.80 minutos) en los 800, el 1.97 de Ioannet Quintero en la altura femenina, y los 64.12 metros del discóbolo Roberto Moya.
Atlanta 1996: Escepticismo versus posibles rendimientos
La lid de Atlanta estuvo marcada por la incertidumbre y preocupación creciente, tanto de los protagonistas, como de los organizadores, especialmente luego de que las amenazas de explosión de bombas se hicieran realidad.
Además, en el caso del atletismo cubano, varias de las principales figuras no llegaron en óptima forma deportiva, arrastrando situaciones de una temporada que no se caracterizó por ser muy halagüeña.
En consonancia, los rendimientos tampoco lo fueron. Eso sí, el corazón, pese a contar apenas 15 años, casi se me sale del pecho con la carrera de los 800 metros planos femeninos. Tres mujeres que dejaron su huella indeleble en la historia de ese evento:
Svetlana Masterkova (1:57.73 minutos), Ana Fidelia Quirot (1:58.11), y María de Lourdes Mutola (1:58.71), una de las finales más disputadas que se recuerde.
A cada rato cierro los ojos y repaso esos últimos 40 metros de carrera, la tensión, los músculos tensados al límite, el aliento golpeando la nuca de las oponentes… la tirada en la línea de sentencia casi “exánimes”…
Un pictograma digno de una pared en el Louvre, el Museo del Prado, el de arte moderno de Nueva York o cualquier otro de relieve.
En esta cita finalmente dijo presente una prueba de tanto prestigio histórico como el triple salto. El honor correspondió a uno de nuestros saltamontes más sólidos de todos los tiempos: Yoelbi, “el chispa” Quesada, quién clavó sus pinchos en la arena a la distancia de 17.44 metros, a la escolta del recordista olímpico anfitrión Kenny Harrison (18.09), y la leyenda británica Jonathan Edwards (17.88).
Siento el eco de los pasos, aplausos, carrera de impulso y giros de muchos deportistas. Casi tres meses en casa con una pandemia en calidad de “rígido mayoral” han hecho que vuelva la mirada hacia una de las disciplinas deportivas que más me apasiona.
Digo más, en cada una de las citas olímpicas reseñadas hay muchos otros héroes del campo y pista antillano. Y no hablo exclusivamente de atletas y entrenadores.
Pienso en todo el sacrificio y la entrega que se requieren para integrar una armada olímpica, en la conjugación de variables necesarias para materializar un buen rendimiento, más aún incluirse entre los ocho agraciados finalistas de un evento X; en el apoyo incondicional de la tríada médica de doctor, fisioterapeuta y psicólogo…
Hay tantos detalles detrás de un posible resultado o la mera participación, esos que parecen insignificantes pero que tienen un peso cuando el camino a la gloria comienza a tejerse inclusive antes de calzar los pinchos.
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legolaselfo
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