¿Historia repetida?: Trump, aún favorito
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Todavía falta mucho para las elecciones presidenciales de noviembre del 2020 en Estados Unidos, pero los malos augurios indican enormes posibilidades para que el actual mandatario, Donald Trump, sea reelecto, aprovechando las continuadas pifias de sus contrarios demócratas, una economía engañosa que crece, pero con mayores desigualdades sociales, y una política de discriminación hábilmente explotada en una nación en la que se vota por el bolsillo y la mayoritaria supremacía blanca se impone.
Tal como ocurrió hace cuatro años, el candidato demócrata más progresista, ese que habla de un socialismo democrático, Bernie Sanders, no tiene el apoyo de la elite opositora, que en el 2016 lo sacrificaron para imponer a la impopular Hillary Clinton, quien, no obstante, ganó con ventaja de cerca de tres millones de los votos populares, pero no los electorales, que son los que deciden, aprovechado inteligentemente por Trump.
El equipo del actual presidente aprovecha que la mayor discriminación que existe en el país es la social, por encima de la de raza o género, algo que olvida la propaganda opositora.
La discriminación racial pone a la mayoría de los negros en la clase trabajadora no cualificada y peor pagada, lo cual relativiza el “sueño americano”, pues la movilidad social, que permite el paso de la clase trabajadora a las más pudientes, ha sido siempre muy limitada y menor, por cierto, que en países como los escandinavos, donde los instrumentos de la clase trabajadora (como los partidos de izquierda y los sindicatos) han sido más poderosos.
La falta de sensibilidad hacia la discriminación de clase explica que la mayoritaria clase trabajadora blanca tenga poca simpatía por los programas antidiscriminatorios, los cuales no la benefician directamente. En realidad, el aumento de negros y mujeres en las estructuras de poder ha tenido muy escaso impacto en la mayoría de negros y mujeres que pertenecen a la clase trabajadora.
El estándar de vida de la clase trabajadora negra no aumentó durante el gobierno Obama. Y lo mismo hubiera ocurrido con las mujeres si Clinton hubiera ganado las elecciones. Su insensibilidad hacia la discriminación de clase y la necesidad de incorporar la variable de clase en sus políticas (llegando incluso a insultar a la gente trabajadora seguidora de Trump) explica que la mayoría de mujeres trabajadoras no votaran por ella, sino por Trump.
Sanders y Trump
Las únicas voces que hablaron a y de la clase trabajadora fueron Sanders y Trump. El primero, un senador socialista conocido por su integridad y continua defensa del mundo del trabajo, criticó las políticas neoliberales que habían afectado muy negativamente el nivel de vida en general, denunciando los tratados de libre comercio que habían promovido los gobiernos demócratas de Clinton y de Obama, al revés de lo que hizo Hillary. Criticó también las reformas laborales realizadas por los sucesivos gobiernos, las cuales descentralizaron los ya muy descentralizados convenios colectivos, debilitando a los sindicatos.
Su grito de batalla electoral era que EE.UU. necesitaba una revolución política, rompiendo con el maridaje del poder económico y financiero con el poder político, maridaje que es favorecido por la financiación privada del proceso electoral, mediante la cual los lobbies financieros y económicos financian a los candidatos sin ningún freno en la cantidad de dinero que estos candidatos puedan recibir, para, entre otras cosas, comprar espacio televisivo, que está completamente desregulado, disponible para el mayor comprador.
Sanders propuso la financiación pública del proceso electoral, reduciendo o incluso eliminando la financiación privada derivada de los lobbies financieros, económicos y profesionales. Ganó en 22 de los 50 Estados durante las primarias del Partido Demócrata, siendo el más popular entre la gente joven y la trabajadora. Las encuestas mostraban que hubiera ganado las elecciones a Trump.
Pero el aparato del Partido Demócrata, claramente controlado por los Clinton y los Obama, se movilizó para destruirlo, siendo el adversario principal del partido. La victoria de Hillary Clinton sobre Sanders aumentó la abstención de un porcentaje muy elevado de los jóvenes, y causó un flujo de votantes antiestablishment hacia Trump. Las clases populares querían primordialmente mostrar su gran rechazo al establishment político-mediático centrado en Washington, la sede del gobierno federal.
La derrota de Bernie Sanders facilitó la victoria de Trump. Pero la mayor causa de su éxito fue la movilización del movimiento libertario, dirigido por el Tea Party, que había ido infiltrando y controlando las bases del Partido Republicano, en su lucha contra el establishment político de Washington, incluyendo el republicano.
Este movimiento, claramente financiado por intereses financieros de carácter especulativo (como los hermanos Koch), tenía como su objetivo central eliminar la presencia del Estado federal en la escasamente regulada actividad financiera, como por ejemplo en los sectores inmobiliarios, los de casinos y juego, y la actividad especulativa de la banca, que se alió con la clase trabajadora blanca que, por las razones indicadas anteriormente, se oponía al Estado federal.
Fue esta alianza la que constituyó la base del movimiento libertario, un movimiento de ultraderecha que sembró el campo para el éxito de la candidatura de Trump. Este diseñó su campaña con un programa para anular los tratados de libre comercio y favorecer las rentas del capital, bajando espectacularmente los impuestos de sociedades de un 35% a un 15% y eliminando los programas antipobreza y los antidiscriminatorios con una narrativa racista y machista.
El suyo fue, y es, un programa libertario como máxima expresión del neoliberalismo, intentando eliminar la influencia del sector público y de las intervenciones públicas mediante la privatización de los programas públicos.
Más de una docena de candidatos demócratas, entre ellos Sanders y la también progresista Elizabeth Warren, se disputarán en enero la posibilidad de derrotar a Trump, la entronización de las políticas neoliberales y el aupamiento de la supremacía blanca, que odia a todo lo que huela a migrantes, tanto de los que están dentro, como los que intentan hacerlo; en una nación donde el tinte fascista se mezcla con peligrosos tambores de guerra.
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