ARCHIVOS PARLANCHINES: Emilio, el colombófilo

ARCHIVOS PARLANCHINES: Emilio, el colombófilo
Fecha de publicación: 
5 Julio 2019
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La visita que le realicé en 2012 a Emilio Bethencourt Delgado, un colombófilo de méritos y coleccionista de aves, fallecido hace unos pocos años, tiene, en sus comienzos, los ingredientes de una tragicomedia. Llovía a cántaros, él estaba moliendo granos con el peor atuendo posible y, para colmo, la vivienda estaba invadida por ocho escandalosos perritos chihuahuas. Cuando pretendí iniciar el encuentro, se aparece el administrador de no se sabe qué hotel pidiendo unos periquitos y la interviú, a punto de naufragar, debido a la intransigencia y mal humor del dueño de casa, termina atrapada en una cocina llena de viejos trastos sin fregar, donde, al fin, brota el ego de un tradicionalista, a quien nunca le han faltado ni el coraje ni los buenos deseos de ser alguien distinto.
 

Emilio nace en 1944, en Punta Brava, en la provincia de La Habana, y tras exiliarse en una residencia de la calle Martha Abreu, en el Cerro, no lejos de la capitalina Plaza de la Revolución, estudia Contabilidad en el Colegio Baldor y logra graduarse quinceañero. Más tarde, ya con un título de licenciado obtenido en la Universidad de La Habana, trabaja durante diez años como contador principal en la Empresa del Plástico y la Goma (antigua Goodrich), y otros dieciséis en la Asociación Nacional Ornitológica de Infanta y San Rafael. Ya en el retiro, sigue ejerciendo su profesión en la Federación Colombófila de Cuba, testigo de sus logros como criador y competidor.

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Emilio le apostó duro a las palomas mensajeras.

 

«Yo heredé esta afición de mi abuelo, quien tenía una finca en San Pedro, Punta Brava, repleta de animales. Los fines de semana, cuando salía del colegio, él me recogía y me llevaba para allí. Me decía: “Este gallo tiene tu nombre, ese caballo es tuyo…”. Aunque todo era en teoría, en mi casa no tenía nada…
 

«Por suerte, esto dura poco: mi padre, un médico farmacéutico de origen francés, ordena que me sometan a un tratamiento inyectable de calcio con extracto hepático en extremo doloroso y yo, con unos seis años, huía cuando estaban hirviendo la jeringuilla. Entonces, resignado, decidí sacar algún provecho de aquel calvario. Llamé a la familia y le hice chantaje: “Me dejo inyectar si me complacen: quiero una pareja de palomas, una de pajaritos, una de conejos, un gato y un perro”. Mi progenitor, tartamudeando, me respondió: “Todo eso menos el gato y el perro… hasta más adelante”. Teníamos un patio de treinta metros, lleno de árboles frutales, y con la compañía de mi primer cachorro —al que recogí sucio en la calle— lo fui llenando de aves hasta los cincuenta, cuando mi padre decidió construir allí unos apartamentos de altos y bajos.
 

«En ese momento, dispuesto a no dejarme vencer por las circunstancias, subí a la azotea, donde levanté mi mundo y le di vía libre a un sentimiento con el cual, sencillamente, se nace. Logré reunir pericos australianos, agapornes, cacatillos, canarios, faisanes, codornices chinas enanas y otras especies. En mi techo hay, en la actualidad, unos cuatrocientos ejemplares llenos de vivacidad y colores. Hasta poseo gallinas de raza».

—¿Cuándo aparecen en su vida las palomas mensajeras?
 

—Mi interés por ellas fue muy fuerte. Durante mis visitas a Punta Brava, me presentaron a un barbero que tenía varias y muy pronto me obsesioné. Yo veía cómo él agitaba una especie de bandera de tela blanca que estimulaba el vuelo y lo miraba bobo. Pronto, empecé a ayudarlo a moverlas y él me regaló mi primera pareja. Así nació en mí el deseo de competir: busqué y leí escritos científicos, apelé a mi intuición…
 

«A los catorce años, cerca del momento de graduarme, mi abuelo murió y me dejó un dinero para que me comprara un carro de medio pelo. Pero, en esos días, conocí a un colombófilo muy notable, el doctor Víctor Manuel Pérez Lerena, quien había traído a Cuba los mejores exponentes, procedentes de los criaderos de Guillermo Stassart, el campeón de Bélgica, la cuna mundial de este deporte. De inmediato, abandoné la idea del fotingo y con mi herencia le compré un pichón de cada una de sus cuarenta y cinco parejas y después… tres… en total cuarenta y ocho. Fue lo mejor que hice en mi vida, he disfrutado mucho esto…».
 

En 1962 Emilio entra en la Asociación Colombófila de La Habana y allí, además de enterrarse como secretario y tesorero durante casi tres décadas, entabla amistad con José Joaquín Martínez, uno de los presidentes históricos de la institución, y con el doctor Luis Borges Alduncín, quienes lo ayudan en el oficio. Desde el principio, da pruebas de un gran pragmatismo y una filosofía inclinada al éxito: la paloma mensajera debe tener virtudes; sin embargo, para él, son indispensables la alimentación, la atención especializada diaria y el entrenamiento.

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Al poco tiempo de jugar a ser un profesional, alcanza sus primeros premios: es campeón de las carreras de fondo en los años 1971, 1973 y 1977, y durante varias temporadas gana los máximos honores en el medio fondo y la velocidad. El pichón que envía al colombódromo de Portugal se coloca, ya como adulto, entre las primeras cinco palomas del mundo en una competencia, y otro novato suyo, color canela, presentado en Argentina, se apodera de un galardón. Su maestría en el oficio es tal que, mediante un lúcido golpe de vista, puede seleccionar el espécimen, capaz, ese día, de obtener una medalla o una copa.
 

En 1999, Emilio, de mediana estatura, enjuto, terco y con voz de tenor, se cae aparatosamente de las escaleras que lo llevan a su tejado y no se mata de milagro. Entonces, no le queda más remedio que renunciar a la colombofilia, un pasatiempo de muchos sacrificios. Atrás, en el oscuro rincón de siempre, se acurruca la medalla de la Federación Colombófila de Cuba por sus más de veinticinco años de trabajo, así como la Medalla al Mérito Colombófilo y el diploma que acredita su carácter de Socio de Honor de esta entidad.
 

Aun así, estos lauros no agotan sus aficiones. «Junto a las aves, amo a mis perritos —subraya—. He sido vicepresidente del Club de Chihuahuas de Cuba, que funda y preside mi amigo Miguel Barnet. Esta experiencia es única».

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