"Varda por Agnès", la última palabra de una pionera del cine
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Consciente de que le quedaba poco tiempo, Agnès Varda, fallecida en marzo pasado a los 90 años, dejó su carta de despedida en forma de documental, "Varda por Agnès", un recorrido a través de su legado creativo que ella misma explica, película a película, y que llega a las salas de cine el próximo viernes.
Pionera de la Nouvelle Vague y del cine feminista, Varda combinó la experimentación formal con una mirada tierna y curiosa hacia temas poco tratados en el cine y en ocasiones considerados banales. "Nada es banal si pones amor y empatía a lo que miras", dice la directora de "Cleo de 5 a 7" (1962) en el documental.
Un homenaje a su gato, Zgougou, en forma de instalación audiovisual, un documental que da voz a las viudas de Noirmoutier, una isla del norte de Francia donde veraneaba, o un retrato fílmico de los vecinos de la calle de París en la que vivió en la década de los 70 ("Daguerréotypes") son algunos ejemplos de ese cine de proximidad que no renuncia al humor.
En "Cleo de 5 a 7", una de sus películas más aclamadas, abordó el miedo de su protagonista a un diagnóstico médico, transitando del tiempo objetivo al subjetivo, pero también la transformación de una mujer objeto (o que es contemplada) a una mujer que mira.
En "Sin techo ni ley" (1985) puso a una mujer (Sandrine Bonnaire) en una tesitura típicamente masculina, la de una "sin techo", con ira acumulada, que persigue su libertad; y en "Una canta, otra no" (1977), la historia de dos amigas que buscan reafirmar su identidad con el trasfondo del movimiento feminista de los 70 y la lucha por el derecho al aborto.
Menos conocida es su comedia romántica "Las cien y una noches" (1995), a pesar del reparto estelar que reunió: Michel Piccoli, Marcello Mastroianni, Fanny Ardant, Jean Paul Belmondo, Gerard Depardieu, Gina Lollobrigida, Jeanne Moreau, Harrison Ford, Alain Delon, Robert de Niro o Catherine Deneuve.
La directora cuenta que De Niro sólo tuvo un día de rodaje y que voló en Concorde desde Nueva York el día anterior y se fue al siguiente, pero dio pruebas de su profesionalidad al rodar en francés (pese a que no lo hablaba) y levantarse los tres días previos a las cuatro de la mañana para no padecer las consecuencias del desfase horario.
Pese a todo, según Varda, la película fue "un desastre". No volvió a conseguir financiación para filmar en 35 ni en 16 milímetros. De hecho, no volvió a filmar hasta que descubrió las cámaras digitales, más baratas y que le permitían ganar libertad e intimidad con lo filmado.
"Los espigadores y la espigadora" (2000), otra de sus títulos más valorados, demostró que salió triunfante de la crisis, una producción inspirada en un cuadro de Millet en la que se acerca a los trabajadores del campo francés pero también a las personas que recogen y reciclan basura en las ciudades.
La influencia de la pintura se observa en otras de sus películas: el impresionismo en "La felicidad" (1965) -una mirada envenenada a la armonía conyugal con envoltorio dulce- o los homenajes a Picasso o Magritte en "Lions Love" (1969), de su etapa angelina.
Siempre mirando al otro, la película en la que más mostró de sí misma fue "Las playas de Agnes" (2008), un documental autobiográfico en el que explora sus recuerdos a través de fotografías, extractos de películas y la recreación de escenas. La realidad y su representación es un tema que le obsesiona.
Muy personal es también "Caras y lugares" (2017), una nueva "road movie" por la Francia rural, esta vez acompañada por el fotógrafo y artista callejero JR, en la que ponen en valor a gente anónima, un trabajo que presentó el año pasado en el Festival de San Sebastián, donde recibió el premio Donostia, unos meses antes de ver coronada su carrera con un Oscar honorífico.
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