CRÓNICAS BIEN CORTAS: Perdidos en el laberinto
Salí de una iglesia de Camagüey, la del convento de San Juan de Dios, y decidí caminar sin rumbo por aquellas callejuelas trazadas hace siglos.
El plano del centro histórico de Camagüey parece anárquico, prácticamente no hay calles rectas, casi nunca uno puede ver el final, pues aquí y allá se interponen casas, muros de piedra, rejas, ventanales...
Vas por una acera y desembocas en una encrucijada, confluencia de tres, cuatro, cinco calles; escoges una al azar y la calle cimbrea, ensancha y encoge, desafía la lógica de las sombras y los vientos. Y al final, si eres forastero, puedes perderte en el laberinto. Yo, para entonces, estaba perdido.
Andaba tratando de descubrir los campanarios de las iglesias, manera de orientarse en esta ciudad, cuando tropecé con un anciano que caminaba por la estrechísima acera.
—¿Estás extraviado? —me preguntó.
—Sí, estoy desorientado.
—Camina, solo camina. Yo salí un día de mi casa, cuando era un niño, y todavía estoy buscando el camino de regreso.
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