DE LA HISTORIA OLÍMPICA: Owens le arrebata los juegos a Hitler

DE LA HISTORIA OLÍMPICA: Owens le arrebata los juegos a Hitler
Fecha de publicación: 
31 Julio 2012
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El saludo olímpico se confunde con el nazi: Hitler ha ganado los undécimos Juegos para Berlín. Estamos en 1936. La segunda guerra mundial está al estallar; ya hay síntomas y no solo ideológicos: España, su República, sienten el primer zarpazo de la fiera. Miles de voces se levantaron contra las pretensiones propagandísticas- atléticas germanas. Una gran campaña de prensa mundial se realizó en contra del escenario escogido.  Mas el Comité Olímpico Internacional (COI) fue sordo y ciego y se escondió en el tonto soslayamiento de lo político y la neutralidad. Cómplice a lo Pilatos, las manos  quedaron sucias.

En los propios Estados Unidos hubo cambio: Avery Brundage, de ideas pro nazi, sustituyó en el COI a su coterráneo Lee Jahncke, por mantener este una postura contraria a la participación  de EE.UU. en el certamen. Luego, Brundage llegaría a ser, para dolor del deporte, presidente del máximo organismo creado por Coubertin, golpeado el pensamiento antirracista, humanista, de paz desde mucho antes.

El sustituto de Coubertin, el conde de Baillet- Latour, advirtió al Fuhrer. “Ruego os consideréis que sois aquí, en los Juegos Olímpicos, un huésped y no un organizador. El organizador es el COI, que velará para que estos Juegos se desarrollen sin propaganda política…” Coubertin no asiste. No obstante, los cinco anillos son puestos al servicio de la svástica. Göebels, maestro de la publicidad, anda a sus anchas. El certamen es arma para los fines fascistas. Y la usan bien para el mal.

Amenaza con quemar a la Tierra esa antorcha nacida en Olimpia de la luz solar, conducida durante 3 000 kilómetros  en una carrera de relevos por siete países. La llama olímpica es prendida por primera vez en el magno certamen  y descansa en su pebetero hasta que finalice la lid. Se realizó en la ceremonia de apertura albergada por el estadio berlinés, ante la formación de los participantes. Lástima que el acto fuera presidido por Hitler y sus malignas intenciones. Otra innovación: la televisión deportiva aunque limitada.

Alemania ha resurgido al son de los elementos  revanchistas, por el apoyo de otros imperialismos, con el yanqui a la cabeza, con vista a lanzarla contra los rojos. Alemania se rearma. Crece en ejército, en armada, en industria, donde sobresale la bélica. Alemania también se ha preparado para los Juegos. Con el objetivo de demostrar su desarrollo, ha brindado lujos por doquier, en la pista o en las viviendas de los competidores; como intenta demostrar la superioridad del  hombre ario, ha seleccionado, cuidado y entrenado con esmero un poderoso conjunto de deportistas.

Alemania cosecha más medallas que cualquier otro país. La sonrisa parece aliarse a la svástica, mas no contaban con un negro.

JESSE OWENS: CUATRO DE ORO

Salto largo. El germano Lutz Long marca el paso hacia la corona con 7.87.Al estadounidense Jesse Owens le queda una oportunidad. Ya ganó los 100 llanos con tiempo que igualó el mejor registro del clásico: 10.3.Ahora…la carrera, se impulsa, salta y ¡8 metros y 6 centímetros! Hitler en el palco tiene hasta más de loco en la mirada. No puede soportar esta humillación.  Un negro acaba de destronar al poderoso ario. El máximo jefe fascista se retira mucho antes del momento de las felicitaciones que hasta entonces daba. Mientras, allá abajo, Long en una gran muestra de deportividad abraza a su vencedor.

Owens continúa molestando a los bandidos.  Consigue otras dos medallas de oro: en 200 planos con 20.7, otra nueva marca olímpica (NMO) y como gran figura del relevo 4 x 100-Metcalfe, Wykoff y Draper, los otros tres-que pulveriza la barrera de los 40 con 39.8.Por tercera ocasión, Frank Wykoff es as del cambio corto del batón.

No es la Olimpiada de Hitler sino la de James Cleveland Owens. Piel oscura, hijo de un aparcero de Alabama. Poco conocido en Europa, ya era monarca en América: el 25 de mayo de 1935, en Ann Abor, Michigan, batió varias veces récords del orbe e igualó uno, de las tres y cuarto a las cuatro de la tarde: 9.4 en 100 yardas, la emparejada; 8.13 en salto de longitud, 22.6 en 220 yardas con vallas y 20.3 en 220 yardas, válida esta última para los 200 lisos.

Claro, su mejor página es la de Berlín. Por ella será recibido en yanquilandia con bombos y platillos. Pasará la fama (la gloria no) y le harán falta dólares. Para huir de la miseria debe resignarse a ser un espectáculo: llegará a correr contra un caballo. Dará pena cuando muestre cerebro de Tío Tom al criticar la protesta de varios campeones negros norteamericanos al sistema de su patria en México 1968, donde asistió como masajista después de ser usado por el Comité Olímpico de EE.UU. para encabezar un maratón de glorias deportivas que recorrió la nación en busca de fondos.

No es de asombrar. Ya Pablo de la Torriente Brau lo escribió con el pie en el estribo de su viaje a la tierra hispana en defensa de la República: “Para distraer un poco la imaginación, leo las noticias de las Olimpiadas de Berlín. Pero todo está lleno de revolución hoy en el mundo. Los desprecios de Hitler a los atletas norteamericano triunfadores solo por ser negros, son elocuentes. ¡Lástima que en ese equipo no haya habido un solo atleta capaz de asumir una actitud digna y noble! Cada vez pienso más, que el atleta es el animal inferior de la escala humana…

“Y los negros de Abisinia siguen peleando. ¡Esos sí que son atletas famosos!”.
En su lecho de muerte, derrotado por el cáncer, Jesse tuvo una buena posición cuando censuró el boicot a la magna cita moscovita de 1980.

En 1936, la actitud correcta era haber dicho no a Berlín- y hacer realidad de la negativa- y así sabotear los anhelos hitlerianos. Mientras se batían deportistas por preseas en los estadios y piscinas de la capital germana, miles de seres humanos de todas partes del mundo combatían junto a lo mejor de España contra el fascismo y por la democracia. Entre ellos, estuvo Pablo quien supo cambiar la pluma por la ametralladora y cayó en Majadahonda como comisario político de un batallón. Esa medalla por ser héroe y no morir jamás, si brilla.

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