DE LA TELEVISIÓN: ¡Qué clase de banda!

DE LA TELEVISIÓN: ¡Qué clase de banda!
Fecha de publicación: 
18 Febrero 2019
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Cuando los cubanos decimos con tono exclamativo Qué clase de... cualquier cosa, estamos, con economía de palabras, celebrando la grandeza o calidad, o ambas, de aquello que nos mueve al elogio.

Y en este caso también, al decir qué clase de banda, se está subrayando la singularidad y excelencia de esa entrega televisiva.

Pero, a la vez, la expresión va en el sentido más literal, porque la banda gigante es realmente una clase, una enseñanza semanal, de lo que debe ser un buen programa competitivo, de participación.

Ello, a la vez que instruye, sin academicismos ni pedanterías, sobre nuestra música cubana, sus raíces e historia, mientras ensalza a algunos de sus más notables exponentes.

Sí, ¡qué clase de banda!

Meterse en el laberinto de mencionar nombres propios puede implicar los riesgos de omisiones, por eso, mejor afirmar, sin personalizaciones, que esta entrega de RTV Comercial, que desde mediados de diciembre capitaliza las noches dominicales, es de los más grandes aciertos que ha tenido la televisión cubana en cuanto a concursos.

Y, a la vez, marca ya un antes y un después en la promoción y enseñanza de la buena música del patio.
Coherencia, buen gusto, dinamismo, creatividad, y, sobre todo, mucho respeto, lo mismo al televidente que a los concursantes, que a la música cubana y su interpretación –principales protagonistas de cada emisión- se apuntan entre los atributos de La Banda Gigante.

Ya le habían dejado la varilla alta sus antecesores: Sonando en Cuba y Bailando en Cuba. Pero como precisamente en el reto estaba el acicate, promover el trabajo de los instrumentistas -lo nunca antes promovido en la Isla mediante un concurso televisivo- fue la catapulta a la novedad.

Y sí que lo era, porque tales figuras, generalmente ubicadas en segundos planos y sin muchas luces –con independencia de su talento y maestría- nunca antes habían sido el motivo para un certamen de esta índole en Cuba, a la vez que no abundan las referencias en otras latitudes.

Pero el equipo de realización del programa, desde su propia concepción, desde que fuera solo una primea idea, se propusieron, y han logrado hasta ahora con creces, elevar a un primer peldaño y desde un formato bien singular, la figura del instrumentista. Cuyo virtuosismo, se ha demostrado, puede resultar eje de un magnífico espectáculo televisivo, saltando por sobre convenciones y temores que les habían relegado por tradición a los “files”, en términos beisboleros.

No en balde entre los referentes para el proyecto estuvieron desde siempre agrupaciones como Los Papines y las orquestas de Benny Moré, la de Música Moderna e Irakere.

Ahora, además del respaldo de clases magistrales a cargo de figuras de primer nivel en la música cubana, del buen trabajo de arreglistas, y de todo el acervo que acumulan en su tránsito por escuelas de música o de bandas de concierto, los concursantes cuentan incluso con la excelencia del trabajo de vestuaristas y maquillistas, que igual se suman a hacerles brillar desde la contemporaneidad.

En oportunidades, ha habido sombras: una visualidad demasiado barroca, que si bien se ajusta y sorprende en las cabezas de las Floras de Portocarrero, ante el lente de la cámara llega a agobiar dejando al televidente por momentos extraviado entre tanto mosaico luminoso del piso, tanto destellar de luces, de pantallas, coreografías y brillos varios.

Pero no es tan terrible si en el otro platillo de la balanza se ubican las excelentes y originales secciones que matizan el programa, la calidad en la conducción, y los otros tantos puntos a favor.

A medida que se acumulan las entregas de La banda..., el televidente va aprendiendo con cada explicación de quienes juzgan, ya sea desde la academia y su rigurosa terminología o desde una popularidad y fama bien ganadas. Pero siempre, o casi siempre, aportando argumentos y explicaciones que van iniciando al televidente en nuevos vocablos y en todo ese mundo de ignoradas exigencias.

Es verdad que para el profano resulta mucho más cómodo opinar sobre un cantante o un bailarín que sobre un instrumentista. Pero, además de esa intuición musical que acompaña a todo cubano desde la propia cuna, el papel de los jurados funciona en este caso como una brújula inmejorable.

Con esa y otras guías acompañaremos entre aplausos a La Banda a su puerto de destino que no es sino un aporte a la música cubana.

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