La música es inefable

La música es inefable
Fecha de publicación: 
1 Junio 2012
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Las cuerdas, qué invento fascinante, cuánta magia, qué extraño espectro. Tan sencillas, tan elementales, tan esenciales… y al mismo tiempo, tan infinitas en sus caminos. Cuerdas de guitarras, de violines y chelos, de cítaras y arpas… Tan acostumbrados estamos a regodearnos en la música —la más sublime de las creaciones, digan lo que digan—, que casi nunca nos fijamos en el objeto primero.
 
Alain Gutiérrez lo hace, porque él es curioso, observador, porque él siempre quiere ir más allá de la sensación dominante, quiere ver qué hay detrás del muro, o incluso, dentro del muro.
 
Así son los buenos fotógrafos, así tienen que ser, porque los buenos fotógrafos son como los poetas: le ven al mundo lo que nosotros, los hijos de vecinos, pasamos por alto, urgidos como estamos por el vaivén que es vivir. Los buenos fotógrafos vislumbran. Y después nos ponen delante, maravillosamente, todo lo que nos perdemos… teniéndolo muchas veces delante.
 
Detalle de una de las obras.

En fin, que Alain Gutiérrez (buen fotógrafo) ha mirado las cuerdas de muchos instrumentos musicales, y quizás se ha preguntado, con inocencia que pudiera parecer infantil (pero que es en realidad la inocencia de los artistas), dónde está el punto exacto en que confluyen posibilidad y realización. ¿Qué es, en definitiva, la música? ¿Dónde nace? ¿En el momento preciso en que el instrumentista rasga las cuerdas? ¿O quizás antes, en el impulso inefable? ¿La música es solo lo que escuchamos, vibrar invisible de ondas? ¿O hay algo más?
 
Alain Gutiérrez tiene que haberse hecho la gran pregunta (a lo mejor ni siquiera se la ha planteado conscientemente), el gran problema de todos los que hacen arte: ¿de verdad se puede «aprehender» un sentimiento? Bueno, aventuremos una respuesta: un sentimiento es algo tan personal, tan íntimo, tan endiabladamente único, que es inenarrable. El artista debe conformarse con recrearlo. El arte es aproximación, y a la vez, comienzo.
 
Detalle de una de las obras.

Alain Gutiérrez no ha retratado las cuerdas, las cajas de resonancia, las manos del que toca, la figura desgarbada y vibrante del artista… buscando su más estricta significación, su concreción física (hacerlo es imposible, por cierto). Para él, todos estos elementos son pura ensoñación, idea más que cuerpo, o mejor dicho, cuerpo hecho idea.
 
No quiere ser el cronista (aunque de alguna forma lo es); quiere ser el hacedor de sortilegios, el creador de un universo. Esas atmósferas no son de este mundo: esos jirones granulados, esas nieblas, esas siluetas caprichosas… El fotógrafo ha ido construyendo un ámbito reconocible, pero absolutamente volátil en su naturaleza. En esta exposición, Alain Gutiérrez no ha podido responder las preguntas eternas. Sus fotos son nuevas preguntas.

La exposición «Veinte acordes de un cíclope» está abierta en el Centro Pablo, de La Habana Vieja.

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