Parejas cubanas de nuevo tipo
especiales
Compartir intimidad, pero no el mismo hogar, es una nueva modalidad que siguen parejas en diversas partes del mundo. En Cuba, va abriéndose paso, aunque los móviles son diferentes. CubaSí indaga sobre los por qué de ese comportamiento.
Lo usual era que el popular «Calabaza, calabaza, cada uno pa’ su casa» se pronunciara cuando las cosas se ponían tan malas en la pareja, que la única alternativa era disolver el vínculo y cada cual volvía a donde inicialmente estaba.
Pero de un tiempo a esta parte no hace falta ninguna discusión, ni siquiera un mal entendido, para que las parejas decidan vivir cada uno en su casa.
Esta conducta se ha dado en llamar Living Apart Together o parejas LAT. También se les nombra Stay Over.
Parece ser que va ganando cada vez más preferencia, sobre todo entre gente joven, y a veces no tan joven, de Estados Unidos, Europa y varios países de Latinoamérica.
Sucede que, para ser pareja, no hay necesariamente que compartir un hogar, y esa es la premisa que defienden aquellos que han optado por vivir bajo techos diferentes. Lo que sí ha de existir es comunidad de intereses, de metas y formas de ver la vida.
En consecuencia, aunque vivan separados, sí hacen juntos lo mismo que la mayoría de las uniones que llevan una diaria convivencia: pasean, hacen visitas, comparten con amigos, van a fiestas, a comer…
Pero cada cual continúa disponiendo de un espacio vital propio, que no corre el riesgo de ser invadido por la media naranja. Como tendencia, esa es la razón fundamental que guía a quienes optan por ser parejas LAT.
Es la principal, pero no la única. Entendidos en el tema aseguran que también está mediando, y con un peso significativo, el temor al compromiso. En ocasiones, ese temor se sustenta en rupturas sentimentales anteriores, incluyendo divorcios. A la vez, no son pocos los que asocian la convivencia a un compromiso de más rigor, de esos que huelen a «hasta que la muerte los separe».
Según la escritora británica Deborah Moggach, el principal motivo que subyace en las parejas LAT, en Europa al menos, es que «los jóvenes no quieren sacrificar su independencia y los viejos han atesorado demasiadas posesiones como para moverlas de lugar».
Sin embargo, vivir en casas separadas no significa que no exista una unión sólida, sustentada en la fidelidad y en el diseño de un porvenir, incluyendo la llegada de hijos. Claro, cuando estos nacen, entonces las cosas cambian y, por lo regular, mamá y papá de estreno deciden vivir juntos con su bebé.
El patio de mi casa
El caso de las parejas cubanas es harina de otro costal.
De acuerdo con la demógrafa Marisol Alfonso de Armas, Doctora en Ciencias Económicas y oficial nacional del programa del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), en Cuba hay razones diferentes a las mencionadas para optar por ese tipo de relación.
En su estudio «La singularidad de una segunda transición demográfica en Cuba», esta experta apuntaba que entre las condicionantes para no compartir techo todo el tiempo se anotaban «las dificultades con el transporte, la ausencia de lugares para tener relaciones sexuales, y no se relató por parte de ninguno de los entrevistados que se debiera a la necesidad de ser más independientes o de autonomía».
En esta singular latitud tropical las parejas que viven en casas distintas lo hacen no por imitar tendencias de otras geografías o en defensa de individualidades, sino, también y quizás entre las primeras causas, por los problemas con la vivienda que distinguen el panorama habitacional del patio.
Hasta el momento, no existe públicamente una indagación que indique cómo se está comportando dicha tendencia en esta Antilla mayor, pero lo cierto es que tiene sus cosas buenas eso de vivir separados, aun siendo una pareja estable, que no novios.
Tal variante, sobre todo cuando es elegida de mutuo acuerdo y no porque resulte el único remedio, puede constituir un antídoto contra la rutina y los inevitables roces de la convivencia cotidiana.
Niurka J., técnica en elaboración de alimentos, de 29 años, mantiene un vínculo de cuatro años con Yensey, su actual pareja. En diálogo con CubaSí, reveló que ese modo de llevar las cosas ha posibilitado evitar los problemas que llevaron al fracaso de su matrimonio anterior.
«Cuando yo estaba casada por papeles, que se suponía que era algo serio, para mucho tiempo, aquello era una pesadilla. Nunca antes habíamos vivido juntos antes de la boda y, nada más regresar de la luna de miel, resultó que el personaje era un hijito de su mami, que había que hacérselo todo. Muy cariñoso y demás, pero ni un huevo sabía freír, por no decirte que ni el baño descargaba.
«Ahora, con esta otra relación, la cuestión es distinta porque yo no me siento en la necesidad de cocinar para otra persona todos los días, y mucho menos de descargarle el baño. Si él deja las medias sucias arriba del sofá, es SU sofá, así que será él quien pase pena con la visita».
Claro que esa «necesidad» a la que alude Niurka está sesgada por una visión prejuiciada de la cual tiran siglos de machismo, pero, sin abundar en tal punto, no le falta razón al señalar cómo le cierran puertas a los abundantes conflictos que pueden generar para la pareja sobre todo los asuntos domésticos: organizar, planear y concretar todos los quehaceres que permiten el día a día de una familia no resulta aquí cosa de poca monta.
Además, a los tantos a favor de las parejas LAT se añade el no propiciar la monotonía que suele acompañar una convivencia prolongada, incluyendo la vida sexual. Estudiosos del tema aseguran que en ese nuevo tipo de relación el sexo suele ser más frecuente y de mejor calidad porque las expectativas continúan siendo altas.
Asimismo, para uniones convencionales que andan muy resquebrajadas, el convertirse en parejas LAT pudiera significar un segundo aire, una «tabla de salvación» para que la relación pueda incluso renacer.
Y conste que todo el tiempo aquí se está hablando no de novios, sino de parejas constituidas de hace tiempo, e incluso matrimonios. Por tanto, ese vivir separados no es para nada sinónimo de pareja abierta; suscribe la monogamia y el compromiso, aun cuando no siempre duerman en una misma cama.
¿Parejas con fecha de vencimiento?
La mamá de Niurka le vaticina cada vez que viene al caso —y también cuando no viene— que «esa relación que tiene le va a durar lo que un merengue a la puerta de una escuela» porque «¡¿quién ha visto eso de que una no duerma cada noche al lado de su marido?!».
Y es cierto que mientras más edad tenga la persona que observa y juzga, más difícil puede serle valorar conductas como esta, porque lo hará a partir del prisma de sus propias vivencias y de lo que era norma en su época.
Sin embargo, a pesar de que décadas atrás estas prácticas hubieran sido vistas con ojeriza, las uniones que no comparten un mismo domicilio no están necesariamente condenadas al fracaso.
Pero para preservar el lazo, además del acuerdo mutuo y la confianza recíproca sustentada en el convencimiento de un amor mutuo, ha de abonarse una muy buena comunicación que permita a ambos expresar y esclarecer cualquier duda sobre la relación que mantienen.
Una vez que los celos u otros malos bichos semejantes caven el primer túnel, empezará a resquebrajarse esa relación, que, por lo regular, es llevada exitosamente, sobre todo por personas no muy jóvenes, o, al menos, bien seguras de sí mismas y de lo que desean.
El sociólogo francés Serge Chaumier refiere que, en general, esta modalidad de enlace pudiera tener sus orígenes en la década de los 70, cuando las reivindicaciones feministas incluían el pedido de habitación propia para las mujeres dentro del matrimonio buscando cierta defensa de la autonomía y la privacidad.
Las uniones LAT tuvieron su cuna en países anglosajones, y se han ido extendiendo al mundo occidental. En Estados Unidos suman cerca de dos millones los matrimonios cuyos integrantes viven en domicilios separados, en Inglaterra más de dos millones de personas se han inclinado por dicha variante, a la que igual se adscribe el diez por ciento de las parejas francesas y el ocho de las españolas.
Juntos, pero no revueltos
Podría parecer que el tema de cómo «se empareja» la gente es un asunto privado, que sobre todo interesa a sus protagonistas, a los individuos que deciden optar por una de las tantas variantes que hoy existen.
Pero en verdad se emparenta, y no de lejos, con asuntos como los nuevos modelos de familia, y es precisamente al interior de estos núcleos humanos donde se «cocina» lo que luego podrá marcar rumbos en las dinámicas demográficas a escala nacional.
Porque el tener hijos o no, o posponer su nacimiento, por ejemplo, puede quedar determinado por el tipo de pareja que cada quien decida construir. De ahí que, mirando con el catalejo al derecho, las parejas LAT y todas las demás que hoy alientan en las calles cubanas son un asunto de mucho más que dos.
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