ARCHIVOS PARLANCHINES: Olga y sus tamales

ARCHIVOS PARLANCHINES: Olga y sus tamales
Fecha de publicación: 
16 Junio 2017
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Ella logra que sus acreditados tamales tengan el sabor de su ingenio —lo cual los hace únicos— y con una lata calientica y mucho amor a flor de labios pone a bailar a numerosas generaciones. ¿Quién lo duda?

Olga la tamalera
cocina que se pasó,
los vende con pimienta y
el que los prueba se come dos.
Camina con gran dulzura,
conquista en su pregón,
bailemos todos cantando:
«La tamalera Olga se pasó».
Me gustan los tamalitos,
los tamalitos que vende Olga (se repite)
Pican, no pican, los tamalitos de Olga, Olga (se repite).

 

altNacida en 1922, en Cruces, en la antigua provincia de Las Villas, Olga se radica en la adultez en el habanero barrio de Los Sitios, donde logra echar raíces con su familia hasta que en 1949 todo se le viene abajo. Pierde a su esposo y ante el acoso de tres hijos hambrientos y una madre anciana, toma una decisión heroica: será la primera mujer —negra, por añadidura— en vender tamales en hojas en la capital. Sin mucho aspaviento toma una jaba casera hecha con recortes de viejos vestidos, visita el mercado y se detiene con una varita mágica frente a la gran cazuela para obtener un salvoconducto que le permitirá entrar en el Edén.

Lilia Bustamante en su estampa «Olga la Tamalera», recogida en la web Tradiciones y estampas de Juan F. Pérez, nos da más detalles:

«Sus tamales estaban elaborados de modo muy peculiar: usaba el maíz tierno, lavaba la amarillenta masa hasta despojarla de la pajusa blanquecina que dejaba la cáscara del grano al rayarlo en el guayo; la sazonaba a su manera, le agregaba carne molida de cerdo y un toquecito especial de sal y pimienta. Luego, envolvía habilidosamente la mezcla en hojas de las mismas mazorcas y la ponía a cocinar en agua hirviente. Al final, Olga lograba unos tamales muy diferentes de los que se expendían en las fondas y cantinas a domicilio».

Entrevistada por Nirma Acosta en la revista digital La Jiribilla de junio de 2007, Olga, quien ratifica la existencia de un par de fábricas de tamales caseros con su nombre en La Florida, ofrece datos interesantes sobre sus primeras ventas callejeras:

«La gente se reía de mí… hasta me decían cosas. No era costumbre. En la calle los vendía a diez centavos y en las fiestas a veinticinco. Nunca pregonaba. Tenía que buscarme la vida.
Estaba sola y debía pagar un alquiler alto por el cuarto donde vivíamos (…). Nooo, no, no, la receta no se la doy a nadie. Mi esposo actual y mi hija saben algo del secreto. El resto de los amigos que se sigan preguntando: ¿y cómo hace Olga unos tamales tan ricos? Sí, sí… he estado innovando el producto siempre».

Olga se sienta, al principio, en la bullanguera esquina de Prado y Neptuno, con un multicolor pañuelo en la cabeza y, a la vez, logra muy buenas ventas en las matinés de las sociedades de baile y recreo próximas al lugar como la Rosalía de Castro y el Centro Gallego. Más tarde, con cierta categoría en el gremio y ganas de comerse ella sola todo el planeta, trabaja por encargo desde su casa sin que disminuya su clientela. ¡De ninguna forma! Ante su puerta se detienen cientos de golosos en busca de un manjar ideal para las bodas, cumpleaños, bautizos, «motivitos» y otras reuniones de ciudadanos faltos de caldero. El éxito estaba garantizado.

«A Fajardo lo conocí cerca del parque de La Normal, en un saloncito de descargas —le confiesa a  Nirma Acosta—. Allí yo hasta rumba y son bailaba. A mí me encanta bailar, y lo hago elegante. También me gusta el bolero. Entre mis preferidos están Longina y Dos gardenias. Fajardo me convirtió en Olga la Tamalera para el mundo, porque hasta afuera de Cuba se sabe de mí y no faltan los que desean probar mi cocina, como sucedió cuando estuve en Nueva York (…). Oscar de León, cuando vino, quiso visitarme (…)».

Todo parece sugerir que, efectivamente, José Antonio Fajardo, flautista, pianista, compositor y fundador de Fajardo y sus Estrellas tiene con la tamalera una inspiración acrobática, irrepetible. Su son, en versión de la actual Orquesta Aragón, viaja desde Cienfuegos hasta La Habana en los años cincuenta, se riega como las lluvias de mayo por las fiestas populares y se mantiene pegado en la radio durante décadas. Por su parte, Olga, con muchos nietos y bisnietos prendidos de su falda, nunca le cierra la puerta a sus ficciones. En el umbral del 2007, con sus más de ochenta años, no deja de recibir a sus deudores con entusiasmo: «Pasen, pasen… sí… soy yo misma… la de los tamales…».

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