DE CUBA, SU GENTE: Ida y vuelta

DE CUBA, SU GENTE: Ida y vuelta
Fecha de publicación: 
10 Mayo 2017
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Entre cielo y tierra hay muchas cosas que no soñó tu filosofía, Horacio
Shakespeare

—En inglés porque es el idioma de Shakespeare, el único hombre que sí ha entendido que por amar a alguien, uno lo mismo mata que muere —me explica.

Dice que alrededor del pubis se hizo una flecha bien grande, con relleno rosa, que apuntaba hacia su vulva. Y se lo hizo así porque «no quería que sus amantes se perdieran en el camino al amor».

—El camino más directo al amor pasa siempre por mi flecha rosa —prescribe—, ¿quieres verla?

Declino. En su lugar, pregunto:

—Cuéntame… ¿crees en el amor a primera vista?

Pero mis entrevistados para esta columna siempre responden algo más de lo que les pido:

—Mi primer amor fue amor a primera vista —comienza Ida—. Por él dejé la escuela por CPT (o sea, mi universidad nocturna), mis padres, mi turno en el dentista de esa semana, mis gatos, mi Habana. Lo dejé todo y me fui a criar a sus hijos en un campo donde ellos eran lo único que había.

«Y ahí fui feliz. Mi primer amor me hacía el amor todos los días, todo el día. Tanto, que no había quien trabajara el surco, recogiera los boniatos, ordeñara las vacas, ayudara a destetar a las crías de las puercas. Y para colmo, el par de hijos de mi primer amor andaba siempre chivando y mataperreando».

—Nada, que no era el marco ideal para el amor —me explica.

Ida me pregunta si necesito foto para lo que voy a escribir sobre ella. Se ofrece de modelo, pero con la condición de que en la foto incluya la flecha rosa que le señala al pubis.

—Claro, ya mi tatuaje de la flecha no está como antes —aclara antes de mostrármelo—, porque mi primer amor me dejó embarazada y después que parí no fue lo mismo… ni mi flecha ni el amor. Porque con un nuevo niño hubo más gritería y los hijos de mi primer amor parecían cada vez más cachorros salvajes y ya no se dormían cuando les daba difenhidramina… con las pocas comidas que les preparaba. Y hubo cada vez más hambre. Hasta que un día me cansé y regresé para La Habana.

—¿Y en La Habana te estaban esperando?

—¿Quiénes?

—Tus padres, tu escuela por CPT, tus gatos, nuevos turnos con el dentista…

—Estaban ahí, pero ya no eran míos. Y no encontré sitio para el hijo de mi primer amor, que traje conmigo, ni para mí misma, con el cuerpo deforme y esta desilusión de la vida a cuestas.

Se levanta el vestido y me enseña una flecha rosa, algo descolorida y cuarteada, que le señala el pubis. No me atreví a retratarla.

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