¿Su hijo lee?

¿Su hijo lee?
Fecha de publicación: 
3 Febrero 2017
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Son tiempos marcados por el audiovisual, eso no lo duda nadie. Casi desde que abrimos los ojos al mundo “consumimos” películas, series, videos clips, animados, espectáculos televisivos, juegos interactivos…

Nunca antes ha sido tan evidente el imperio de la visualidad, del mundo virtual, hasta el punto de que se ha llegado a hablar de ámbitos paralelos: la realidad y su recreación, realidad en sí misma.

El espectro temático de las producciones contemporáneas es amplísimo: nada humano o divino resulta ajeno. El espectro de calidades, obviamente, también impresiona: desde obras de inobjetable valía hasta pirotécnicas boberías.

Es indiscutible el extraordinario impacto del audiovisual en nuestros días; quizás por eso mucha gente piensa que basta “consumir” audiovisuales para consolidar una cultura general.

Pero lo cierto es que la lectura sigue siendo la base de la pirámide cultural.

El hecho de que miles y miles de personas nunca hayan abierto un libro no significa que la lectura sea secundaria en la formación integral de los niños.

Obviamente, se puede vivir sin leer; pero la aspiración debería ser vivir una vida mucho más rica, espiritualmente hablando. Y en ese sentido el rol de la lectura es insustituible.

Los productos audiovisuales pueden abrir un mundo de posibilidades que contribuirán, por supuesto, a formar una cultura. Pero lo deseable sería que fueran “parte” y no sustancia única de ese acervo.

¿Para qué tendría que leerse un niño un cuento si puede ver la película sobre ese cuento? —preguntan algunos. Es, de alguna manera, el triunfo de la ley del menor esfuerzo, porque la actitud ante un filme suele ser menos activa.

Un libro, incluso el más “liviano”, exige siempre mayor compromiso.

Pero ese compromiso es la garantía de incitar al pensamiento, a la reflexión… y lo que no es menos importante para un niño: a la imaginación.

La apuesta generalizada es simplificarlo todo, evitar complejidades, no pensar demasiado… Pero el mundo, es evidentísimo, es un ente complicado. Hay dos alternativas: darle la espalda a esa complejidad (y es lo que hacen muchos, atrapados en sus rutinas), o intentar comprender lo que nos rodea, para tratar de cambiar lo que tenga que ser cambiado.

Al gran mercado no le interesa que hagas lo segundo, le conviene que seas un consumidor acrítico (lo que no significa, por supuesto, que los que rigen ese mercado no estén perfectamente informados, bien leídos…)

Hay que romper ese círculo vicioso. Y por eso hay que leer.

En Cuba, no es secreto para nadie, cada vez se lee menos. Algunos estudios recientes no incluyen a la lectura en los esquemas de consumo cultural de los niños y jóvenes. Y eso que se sigue publicando mucho para niños y adolescentes, solo hay que ir a las librerías.

Los padres tienen una responsabilidad enorme, aunque ellos mismos no sean lectores habituales. Sería bueno que comenzaran a familiarizar a sus hijos desde temprano con el gran patrimonio de la literatura.

La lectura no tiene que ser aburrida. La lectura puede ser una diversión. Para unos más que para otros, está claro, pero nadie debería estar cerrado a esa experiencia.

Las nuevas tecnologías no tendrían que ser un obstáculo, sino más bien una posibilidad. Nadie sabe cómo se leerá en definitiva dentro de medio siglo, lo importante será seguir leyendo.

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