Foto Digital: La memoria en píxeles

Foto Digital: La memoria en píxeles
Fecha de publicación: 
18 Noviembre 2016
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Los nacidos en la era digital podrán ser vistos por sus bisnietos y tataranietos desde los videos y fotos, que como lo más común de estos días, van testimoniando cada instante, a veces en exceso, del cotidiano acontecer.

Así, el tataranieto de mi hijo, tendrá la oportunidad de ver a su tatarabuelo desde que era un bebé, llegarán a él las modulaciones de su voz, su modo de andar y de reír, conservados entre ceros y unos.

 

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No corrimos igual suerte generaciones anteriores. La mirada dulce y cabizbaja de la bisabuela solo alcanzó a unos pocos desde los tonos sepia de alguna fotografía, que amenaza con deshacerse entre los dedos como polvo de alas de mariposa.

Esa, entre muchísimas otras, es de las ventajas que acompañan a los nativos digitales, quienes no siempre pueden sopesarlas por estar inmersos en ellas.

Sin embargo, esas mismas fotografías –autorretratos (selfies)  incluidos-, capturadas hoy por celulares y otras tecnologías, fueron para algunas culturas indígenas motivo de espanto. Los tzotzil, de los Altos de Chiapas, por ejemplo, estaban convencidos que al fotografiarlos les llevaban el alma.

Y hace tan solo seis años,  un bloguero relataba que al visitar San Juan Chamula, en los mencionados Altos de Chiapas, “me ha tocado escuchar historias de turistas que visitan esta comunidad y los agreden cuando quieren tomarles fotos a las personas y algunos otros les quitan su equipo fotográfico, según sé, los indígenas dicen que les roban el alma al tomarles una foto”.

En contraste con los indígenas mexicanos, para Dulce María Loynaz, esa enorme cubana Premio Cervantes, “Un retrato es una pequeña resurrección, es un modo de eternizar un minuto, de retenerlo por encima de todos los otros minutos que pasan echando sombra, echando muerte…”

Lo dicho hasta aquí es porque, de un tiempo a esta parte, algunos entendidos han empezado a hablar de la postfotografía en esta era de Internet y el teléfono celular.

Particularmente, es el fotógrafo, crítico, profesor y ensayista español  Joan Fontcuberta, ganador del premio Hasselblad 2013, quien se pronuncia sobre “un nuevo paisaje, el de la Fotografía 2.0”.

Su texto Por un manifiesto postfotográfico,  publicado en 2011 y en torno al cual no cesan los revuelos, comienza relatando cómo uno de los principales periódicos de Hong Kong despidió a los fotógrafos de plantilla y para sustituir sus entregas distribuyó cámaras digitales a un grupo de repartidores de pizza.

Sustentaron tal decisión, relata el ensayista, en que era más fácil enseñar a hacer  fotos a los ágiles y escurridizos pizzeros,  que lograr que los fotógrafos profesionales sortearan los atascos del tráfico para llegar a tiempo a la noticia.
“Hay que convenir –refiere Fontcuberta - que más vale una imagen defectuosa tomada por un aficionado que una imagen tal vez magnífica pero inexistente. Saludemos pues al nuevo ciudadano-fotógrafo”.

A propósito de la enorme masificación de la fotografía en que hoy estamos inmersos, propiciada por la internet y la proliferación de artilugios tecnológicos para captar imágenes, asegura que “vivimos en la imagen, y la imagen nos vive y nos hace vivir” dando paso a un nuevo lenguaje universal,  puntualiza.

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Si bien parecen haber sido rebasadas las funciones que hace más de medio siglo asignaban a la fotografía teóricos como Siegfried Kracauer o Roland Barthes, quienes,  para resumirlo de  un modo chato, le adjudicaban un papel esencialmente referencial con respecto a la realidad, quizás resulte demasiado rotundo aplaudir decisiones como la del mencionado periódico hongkonés.

Sin embargo, no dejan de ser atendibles algunos de los nuevos enfoques que propone el español Fontcuberta asociados a lo que se ha bautizado como postfotografía: No se trata de producir obras sino de prescribir sentidos,  prevalece la circulación y gestión de la imagen sobre el contenido de la misma, a la vez que la búsqueda de la originalidad parece ceder paso a prácticas de apropiación.

De acuerdo con las lecturas derivadas del maremágnum de fotos on line, parecen estar superándose las tensiones entre lo privado y lo público, y, al mismo tiempo, va despintándose el tradicional concepto de autor y sus derechos al privilegiarse el compartir sobre el poseer.

Resulta también innegable que en las aguas de la Fotografía 2.0 acontecen interesantísimos y hasta ahora inéditos fenómenos asociados a la identidad: “llega el turno a un baile de máscaras especulativo donde todos podemos inventarnos cómo queremos ser.

“Por primera vez en la historia somos dueños de nuestra apariencia y estamos en condiciones de gestionarla según nos convenga”. Así lo define el estudioso español luego de analizar retratos y sobre todo autorretratos que se multiplican en la red, revelando y/o reinventando identidades.

En lo que parece ser demasiado rotundo este teórico es al asegurar que la fotografía, una vez rebasados sus valores fundacionales, abandona sus mandatos históricos de verdad y de memoria.

Las mil y una entretelas que desde el punto de vista ontológico, artístico, social, político, acompañan hoy a la fotografía digital y su masificación, no obligan necesariamente a pasar la página de esa  fotografía otra que continúa y continuará alentando tras las lentes.

Seguirán haciéndose fotos con fines artísticos y fotos esencialmente informativas para las redacciones, aunque ya no entre emulsiones y películas como otrora; y estas coexistirán en armonía con esa inundación de fotos digitales tiradas por todos y por nadie que satura la red de redes.

Más que excluirse o ser desplazadas unas por otras, es posible, sí,  que en este siglo XXI las segundas enriquezcan a las primeras a la vez que lo documental y lo simbólico se solapan, pero la sentencia de Fontcuberta de que “la fotografía ha terminado cediendo el testigo: la postfotografía es lo que queda de la fotografía”, podría resultar un tanto lapidaria y otro tanto pixelada.

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