DE CUBA, SU GENTE: Sobre la utilidad de la virtud

DE CUBA, SU GENTE: Sobre la utilidad de la virtud
Fecha de publicación: 
7 Septiembre 2016
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Ella estudia conmigo una Maestría en Procesos Culturales Cubanos que estoy pasando. Ella —llamémosla Virtud— tiene cuatro novios. No uno; no dos: cuatro.

Este mediodía la invité, junto con par de amistades, a almorzar en mi casa, para conversar y compartir fuera de los márgenes de la escuela. Estábamos haciendo sobremesa después de espagueti, flan de calabaza y café, y me animé a preguntarle:

—¿Por qué cuatro novios? ¿Para qué?

—¿Y en qué tiempo? —cuestionó Esteban, un escritor amigo mío de Las Tunas que se alquiló por este año en La Habana (para pasar esta Maestría).

Entonces, Virtud, estudiante excelsa de Procesos Culturales Cubanos, nos iluminó con su respuesta:

—Uno es para las cosas pragmáticas, como arreglar la pecera para que no se me mueran mis golfish, destupir el baño, pintarme la casa. El otro, bueno… el otro tiene carro.

—La utilidad de la virtud —determinó, cínico hasta los huesos, Esteban.

—¿Qué? —se encogió de hombros Virtud—, el transporte está muy malo, y ahora más que nunca, que el país está recortando la gasolina.

—¿Y los otros dos? —preguntó Esteban, que estaba restando dedos de sus manos.

—El otro es un dirigente.

—¡Oh! ¡Palabras mayores! Sin comentarios —concluyó Esteban.

—Sí. Sin comentarios, por favor —dije yo.

No ese día, después de espaguetis y café. No en esa conversación, que ya estaba pensando en publicar literal.

—¿Y el cuarto novio?

—Ay… el cuarto es bueno en la cama —e hizo un gesto de obviedad con la cara.

Ya me parecía raro que Freud se hubiera mantenido alejado de sus muy versátiles intereses.

—¿Y cómo lo haces? —pregunté.

—A todos les digo que estoy soltera y que tengo mucho trabajo, que solo puedo verlos par de días a la semana. Y los alterno. A veces uno, a veces otro. A veces dos en un día y a veces ninguno, como hoy, que es día de compartir con las amistades.

—Lo que dices —señaló entonces Esteban— me recuerda un chiste.

—¡Hazlo, anda! —incentivó ella.

—¿Sabes cuál es la dicha de una mujer?

—Ah, ¡me lo sé! —exclamó la autollamada Virtud—. La dicha de una mujer es encontrar un hombre que sea pragmático, uno que sea solvente, uno que sea comprensivo y otro que la haga reír… ¡y que ninguno de los cuatro se conozcan!

—¿Ese es tu caso? —preguntó Esteban.

Pero yo no presté atención a la respuesta. Estaba ya pensando en otras cuestiones. En si, por ejemplo, podría publicar este texto. En cuántas muchachas habría que se autollamaran Virtud. En si son felices. Y ya que estaba en ello, en qué es la felicidad…

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