Una novatada como reportera: Fidel y una cobertura periodística

Una novatada como reportera: Fidel y una cobertura periodística
Fecha de publicación: 
13 Agosto 2016
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Llegué tarde aquel día por causas ajenas a mi voluntad. Imperdonable error para un periodista. Escurridiza, como quien quiere pasar inadvertida y no acostumbrada a las coberturas periodísticas con el líder de la Revolución cubana, imaginé que todo sería fácil.

Era final de la década de los años 80 y se inauguraba el Centro de Urgencias del Hospital Militar Central Doctor Carlos Juan Finlay. Nerviosa, como quien sabe que se va a enfrentar a un examen, atravesé más de un pasillo hasta que, de pronto, se abrió ante mí un enorme cristal y ¡ahí estaba Fidel!

Instantes después, ya estaba sentada en la enorme sala junto a él, un eminente médico ruso que le acompañaba como «invitado especial» y alrededor de una decena de colegas, incluidos varios fotorreporteros.

La guerra en Angola estaba en su fase final y, casualmente, por esos días había ocurrido un fatal accidente de aviación.

Totalmente impresionada por su imagen, su grandeza física y espiritual, apenas me concentraba en sus palabras. De pronto, Fidel indagó sobre los medios de prensa allí representados.
 

Le dije que yo era de Bastión (órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias 1987-1989) y a continuación, sin darme tiempo a pensar, me preguntó: «¿Y qué van a publicar ustedes el domingo?», refiriéndose al lamentable accidente, en el cual fallecieron varios corresponsales, de Bastión y también de los Estudios Fílmicos de las FAR.

Le respondí temblorosa, temiendo que quizás mis palabras pudieran no satisfacer sus expectativas. Estar tan cerca de él apenas me dejaba concentrarme.

Mas la novatada la «pagué» un rato después cuando, una vez terminado el encuentro, el líder histórico abandonó el local y se dirigió en dirección al elevador con el objetivo de visitar otras áreas del Centro de Urgencias que aquella tarde estaba de estreno.
 
Por un impulso —casi inconsciente— corrí tras él pretendiendo alcanzarlo y, al mismo tiempo, imaginando que Rolando Pujols, excelente fotorreportero, pudiera tomarme alguna instantánea como recuerdo del momento.
 

Ya dentro del ascensor, justo cuando las puertas se cerraban, sentí que alguien me impedía el paso. Era uno de los escoltas. ¡Tamaña novatada la mía! Entonces, en cuestión de segundos, Fidel exclamó: «¡Dejen pasar a la muchachita de Bastión!».

Éramos pocos en ese espacio y el Comandante me hizo un par de preguntas relacionadas con la edición del periódico. La ascensorista, también impresionada por su presencia, no atinaba a llevarlo al piso indicado. Él se percató de eso y, con una sensibilidad exquisita, le pidió que tranquilizara sus nervios.

Una vez en el pasillo, y con su brazo por encima de mi hombro, sentí que era la mujer más afortunada del mundo. Solo me preocupaba algo: ¿dónde estaría Pujols para dejar constancia de aquel momento inolvidable?

Seguramente estaba tomando fotografías más interesantes que una de carácter personal. El experimentado fotorreportero no apareció y, por lo tanto, no conservo imagen alguna de ese encuentro.

No obstante, jamás olvidaré el trato afable y humano del Comandante en Jefe, su preocupación por los compatriotas que habían perdido la vida en el país africano y la franca comprensión por el trabajo periodístico. Ya de noche, dormí tranquila. Había estado junto a un gigante. 

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