DEL FESTIVAL: La obra del siglo, retrato de la decadencia

DEL FESTIVAL: La obra del siglo, retrato de la decadencia
Fecha de publicación: 
12 Diciembre 2015
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“La obra del siglo” (Carlos Machado Quintela), uno de los filmes cubanos en concurso del 37 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, cuenta una historia triste sobre tres hombres de distintas generaciones, que conviven en un apartamento de microbrigada en la Ciudad Nuclear, en Cienfuegos.

 

Abuelo, padre y nieto son los tres protagonistas de esta cinta que refleja los sueños perdidos y el desgaste sicológico de una familia que- como muchos otros cubanos- creció en lo que sería la obra del siglo y que- al igual que otros proyectos- quedó trunca con la caída del campo socialista.

 

La película se desarrolla en una localidad que surgió en función de la construcción (no concluida) y supuesto funcionamiento del reactor nuclear que se estableció a un lado de la bahía de Cienfuegos, en el occidente de Cuba.

 

Rafa (el padre de esta historia) fue uno de los expertos que estudió en la Unión Soviética y que se preparó para trabajar en el reactor. Años después de que ese proyecto se derrumbara, este personaje (interpretado magistralmente por Mario Guerra) no tiene trabajo y se dedica a criar puercos para poder mantener una casa en la que parece haberse detenido el tiempo. Sin embargo, es el que menos se queja de la rutina que lleva.

 

Sus muebles son viejos y la cocina y la casa en general están deterioradas. El ambiente dentro y fuera del inmueble es bastante marchito. El blanco y negro de la fotografía del filme resume la decadencia en la que viven los pobladores de la Ciudad Nuclear, y en especial alude a la vida aburrida y carente de sentido de esta familia de hombres solos.

 

El blanco y negro de la actualidad contrasta con escenas en colores. Estas últimas corresponden a imágenes de las olimpiadas de 2012, donde se hace campeón un boxeador cienfueguero y a acontecimientos reales filmados por la estación de televisión de la ciudad, décadas atrás. El realizador insertó en el metraje fragmentos de reportajes en los que la gente del lugar y los trabajadores muestran su alegría por ser parte del proyecto que generó tantas expectativas en la nación.

 

Hoy día allí todo transcurre en silencio, con lentitud, la gente parece no tener motivación para hacer nada. De hecho los diálogos entre los tres protagonistas a veces resultan vacíos, raros y se desencadenan fuertes discusiones de las que el espectador no puede determinar un fundamento. He ahí una huella de la decadencia en la que viven estas personas.

 

No se trata de lagunas en el guión ni nada parecido. Esta sensación de extrañamiento o rareza es una intención bien lograda por el autor. Los personajes de “La obra del siglo” son infelices, seguramente, pero ni se lo cuestionan. Viven en un limbo que se rompe casi siempre cuando el abuelo eternamente inconforme desata alguna crisis familiar.

 

El hijo, el más joven de la casa, es quien plantea con mayor incisión la idea de escapar de ese lugar y no volver, pero su idea parece corresponder más a motivos amorosos con la mujer que acaba de dejarlo que a pretensiones profesionales o financieras.

 

“La obra del siglo” es una película significativa, que muestra la madurez de su joven director y que entra en sintonía con formas de hacer cine al estilo de los cubanos Sara Gómez o Nicolás Guillén Landrián, en los años 70.

 

El filme exige un espectador activo, capaz, no solo de saber interpretar los guiños del autor, sino de experimentar en carne propia los sentimientos que emanan por sí solos de la pantalla grande.

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