Historia con peñascos

Historia con peñascos
Fecha de publicación: 
4 Diciembre 2011
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Uno siente que algo falta, que algo debió suceder y nunca llegó, no sabría si recomendarlo o no a un amigo: esto dice un personaje de Ausente justo cuando muchos espectadores deben estar pensando lo mismo.

 

Pero al caer los créditos finales uno se convence de que hay que rasgar el “Muy bueno” en el cupón que se nos entrega antes de entrar al cine.

 

Ausente es una película muy buena. Hay que reconocer, sin embargo, que otros filmes en concurso tienen, por ejemplo, mejores actuaciones, que los diálogos son un tanto asépticos, demasiado diríamos si atendemos al colorido que tiene el español en un país como Argentina.

 

Pero el resto de los elementos que componen la película descollan de tal forma que uno terminará recordándola por su casi agresiva interpelación del público, por su manera de desbordar la pantalla y despertar en el espectador un sentimiento de culpa, de complicidad involuntaria. Es así como se siente el protagonista a fin de cuentas.

 

Ausente es la historia del débil que termina aprovechando su desventaja como una fortaleza, como una forma de dominación. Es además una abrupta historia de amor, y es muchas cosas más.

Lo curioso es que el guión bordea todos los caminos trazados por filmes de esta naturaleza, pero no llega a tocarlos, antes bien rehuye de ellos —hay que decirlo todo— muy a pesar nuestro.

 

El espectador busca, consciente o inconsciente, una salida limpia para todo el enredo. Espera que los secretos incómodos, compartidos entre un alumno enamorado y su profesor de educación física, presa de malentendidos y de un sentimiento de culpa corrosivo; uno espera que todo aquello termine explotando, que Ausente lave sus trapos sucios frente a nuestros ojos testigos, y punto.

 

Necesitamos eso, quizás, para lograr un poco de simetría artificial —esa que nos regala siempre Hollywood—, pero el director Marco Berger se niega.

 

Nos entrega un filme sin malos ni buenos, sin culpables ni víctimas, con seres humanos que quieren o rechazan y, a veces, lastiman o comprometen.

 

La fotografía —una de las mejores del Festival— propone imágenes comprometedoras al público, lo obliga a observar. Trabaja con la penumbra, se aclara y se oscurece ágilmente.

 

Logra transmitir el estado psicológico del protagonista, sobre todo en los últimos minutos, con escenas de una psicosis tenue.

 

La edición, en este último momento, sale de las sombras y subraya el estado de pérdida involuntaria, la búsqueda de un perdón por haberlo hecho todo bien, un perdón por ser consecuente consigo, pero a fin de cuentas un perdón que se debe un terrible sentimiento de culpa, y a la destrucción interna que a veces provoca compartir un secreto —más de uno— con la persona menos indicada.

 

La sencillez del secreto hace precisamente la historia más compleja aún. La gente podría preguntarse si todo fue así de simple, y la gente no cree en versiones simples para datos comprometedores.

 

Es eso quizás lo que molesta al público, la sencillez con que se enreda y desenreda Ausente. Pero aclaremos el sentido de la molestia, no es una molesta de tipo estética.

 

Incomoda Ausente, sí, y por esto quizás se hace el filme crece. Tocar ciertas emociones del público, después de más de un silgo de cine, es una gran proeza.

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