La semilla de la América nueva

La semilla de la América nueva
Fecha de publicación: 
24 Enero 2014
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 De Bolívar heredamos el deseo enorme de formar en América la nación más grande del mundo, pero no solo por su extensión y riquezas, sino por la libertad y la gloria que pudiera alcanzar.

 Martí nos dijo después que hacia donde fuera América, debía ir sola, juntándose como un solo pueblo que se levanta, una sola pelea, y así vencer sola porque debemos vivir orgullosos de ella y por tanto, servirla y honrarla.

 El Libertador nos enseñó que la igualdad, la libertad y la independencia debían ser la divisa de la lucha continental, que dejáramos que el amor ligara en un lazo universal a los hijos de estas tierras y que el odio, la venganza y la guerra se alejaran de nuestro seno.

 Por eso para el Apóstol cubano, era tan importante que los pueblos que no se conocieran se dieran prisa para conocerse,  para saber con quienes pelearían juntos, porque no podíamos ser  “el pueblo de hojas que vive en el aire con la copa cargada de flor, restañando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan o talen las tempestades”.

 Y los dos nos hablaron de unidad y coincidieron en recordarnos una y otra vez que debemos ligarnos entre sí, como un todo, porque tenemos un origen, una lengua, costumbres y una región común que defender, construir y amar.

 “El día que logremos esa Unidad, si el cielo nos proporciona ese voto, entonces construiremos en este Nuevo Mundo, la Madre de las Repúblicas, y la Reina de las Naciones”, diría Bolívar.

 “(…) ¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantada entre las masas de Indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás en menos tiempo histórico se han creado naciones tan adelantadas y compactas”, reflexionó Martí.

 Y en cada palabra, en cada acción, en cada pensamiento, estos grandes hijos americanos, nos alertaron que los peligros se han de ver no cuando se les tiene encima, sino cuando se les puede evitar, y que lo primero en política es aclarar y prever. Por eso solo una respuesta unánime y viril para lo que todavía hay tiempo sin riesgo, puede libertar de una vez a los pueblos de América de la inquietud y la perturbación fatal en su hora de desarrollo.

 Por eso Martí reiteró tantas veces que en todo los problemas humanos el porvenir es la paz y que los tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las almas como almohada, con las armas del juicio que siempre vencen a las otras, las de las trincheras de ideas que valen que las trincheras de piedras.

Durante siglos se ha forjado esta  convicción absoluta: si nos damos la mano y compartimos lo que tenemos, defendemos lo que nos legaron nuestros padres, desarrollamos nuestros recursos y potencialidades a partir de nuestros propios esfuerzos, defendiéndonos de todos los que intenten arrebatarnos el destino, el sueño de libertad, paz, progreso e independencia de nuestros próceres será al fin, una realidad concreta.

 Y es que esta América nuestra deberá promover todo lo que acerque a los pueblos y abolir todo los que los aparte, y en marcha   unida deberemos andar siempre “en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes”.

 Toca entonces a los pueblos, a los que defendemos y forjamos hoy el presente y el futuro, a los que vivimos y sentimos el vibrar de los tiempos de Chávez, Che Guevara, Fidel y el enorme fruto que ha sido la creación de la CELAC,  continuar llevando a cuestas - al decir de José Martí-, a la América trabajadora, la del bravo a Magallanes, y sentarnos en el lomo del cóndor,  e ir por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, para sembrar allí la semilla de la América Nueva.

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