Muerte en La Habana (VII)

Muerte en La Habana (VII)
Fecha de publicación: 
2 Diciembre 2013
1
Imagen principal: 

 

BENDITAS NALGAS

Mismel llegó a su butaca quién sabe cómo. Cuando el elefante abrió la puerta lo vio sentado. Lo que no podía imaginarse era que tenía detrás de la espalda el tintero de su oficina con la mulata y todo prendida en su dedo como una jicotea.  Parecía muy dispuesto a continuar la disputa (cualquiera podría decir que vivía uno de los instantes más deliciosos de su empleo). Pero Mismel apuró la conversación. Parecía tan convencido de todas las explicaciones que el daba aquel burócrata, incluso las más polémicas, que hasta el propio paquidermo le sopló algunos datos con qué rebatirlas.

Mismel no escuchaba, no decía ni pensaba; no podía concentrarse en otra cosa excepto aquella mulata que le mordía el pulgar con la insistencia de un perro de caza. Cuando el subdirector cerraba la boca hacía intentos de levantarse; pero este, contrariado, volvía a la carga una vez más. El sudor le corría por la trompa y empapaba los papeles sobre la mesa. Era inconcebible que aquel muchacho le diera la razón; sin embargo, no tenía otra salida que dejarlo ir en paz; y así lo hizo, con un “hasta la próxima” nada oficial, más bien dramático.

En cuanto cerró la puerta, Mismel corrió por el pasillo hasta encontrar un lugar donde no pudieran verlo. La mulata ya se estaba sintiendo los cincuenta años que tenía y parecía convencida de que aquel chiquillo no iba a dejarla en paz tan fácilmente; así que cuando le hizo un poco de fuerza le soltó el dedo y se levantó del pomo.

La decepción de Mismel no fue poca cuando comprobó que efectivamente el pomo tenía tinta, pero no el cuño. Revisó otra vez la planilla firmada. Sí, eran dos pulgares. ¿Servirían los suyos? Pero cómo escribía “Subdirección” y “Atención al Héroe y Logística” en cada uno. Se sentó rendido en el piso. La mulata, que esperaba la oportunidad volver a su pomo, se acercó a Mismel, y se lo arrebató de las manos. El pichón de periodista la dejó hacer. Ella se levantó la saya sin vergüenza alguna para acomodar el trasero en la boca del tintero, y él sin vergüenza alguna leyó en su nalga derecha “Subdirección” y en la izquierda  “Atención al Héroe y Logística”.

–¡Benditas nalgas! –gritó y dio una palmada. Y en cuestión de segundos cargó a la mulata y aporreó su retaguardia contra la planilla en blanco. El resto fue pan comido. Llenó la planilla, cogió una tacita voladora que no lo conociera, bajó en ella hasta el primer piso y echó a correr para no tener que pagarle con su única peseta. Hizo de nuevo una cola, le entregó a la secretaria la planilla, recibió otra (la 65-a) y ella le indicó cómo llegar al Almacén de confiscados. Antes de subirse en su tercera tacita, se acordó de la mulata y el pomo de tinta que tenía guardados en un bolsillo.

–¿Qué hago contigo? –le dijo. Lo mejor era dejarla aquí mismo en el primer piso para que se demorara en llegar a la subdirección, así tenía tiempo suficiente para sacar a Yandi. Cuando la abandonó en medio del pasillo, la mulata lo miró con cara de asesina en serie. Se levantó de su pomo, resignada y lo arrastró.

En cuanto llegó al 6to piso le pareció ver a Yandi al final del pasillo, justo en la entrada de una oficina, y apuró el paso. Se veía bastante cómodo, sentado en la portería y jugando a las cartas con un custodio pequeño y oscuro, con un pelo largo y encrespado que le caía sobre la espalda como si fueran raíces de árbol. Pero a medida que se acercaba iba más lento, y más; incluso estaba pensando en volver.

Es que aquel custodio o almacenero o lo que fuera no le daba buena espina. En cambio, su amigo jugaba a las cartas con él como si nada; le daba golpecitos en el hombro y le guapeaba amistosamente con la emoción de la partida. Ni siquiera había visto a Mismel. Con todo lo chiquito que estaba (porque hay que reconocerlo, era del tamaño de un niño), el almacenero metía miedo. Los dientes superiores se le salían de la boca y le mordían los labios; definitivamente no eran dientes humanos, parecían arrancados de un animal carnívoro. Y de vez en cuando sacaba su lengua, bípeda como de reptil, y la paseaba por el aire como un censor.

Él sí había sentido la presencia de Mismel desde que se asomó por el pasillo. Lo había dejado caminar hasta que la distancia fuera lo suficiente corta. Ya el estudiante de Periodismo estaba convencido de que rescatar a Yandi no era una buena idea, se le veía tan a gusto ahí… ya iba a dar media vuelta cuando se tropezó con la mirada fija del monstruo. Los ojos también los tenía extraños, felinos, y sus párpados se cerraban verticalmente. Mismel se quedó hecho una estatua, no movía un músculo.

Entonces, Yandi lo reconoció.

–¿No te lo dije! –le gritó al custodio y le dio un abrazo a Mismel–. Mis amigos no me dejan tirado. Dale, ve preparando los papeles que me voy… ¿Trajiste las planillas y eso, ¿eh, socio?

Después del primer impacto, Mismel decidió que lo mejor era dejarse llevar por lo que iba sucediendo.

–Se las tengo que dar a él, ¿no? –le preguntó a Yandi, mientras sacaba las planillas y se las entregaba al bicho, que tenía además unas manos tan sucias con uñas tan largas que dejaba chiquitas a las de cualquier bruja de Hollywood. “¿Será una especie de güije? –pensó–. Ojalá que no… esas cosas comen gente”.

El güije cogió los papeles y los leyó con detenimiento. De cuando en cuando se detenía y observaba con desconfianza a Mismel. El muchacho sentía en esos momentos que estaba a punto de tirársele encima y despedazarlo. El bicho constantemente se pasaba la lengua aquella por los labios. Y Yandi, sin embargo, como si nada.

–Oye, compadre, si tú supieras la cantidad de trastes que hay aquí adentro –le dijo y señaló la oficina–. Todavía para ti es importante tu mejor amigo y eso, pero, a ver, ¿cómo este juego de cartas puede tener valor para alguien?

Ahora que se fijaba mejor, esas cartas eran peligrosísimas, se dijo Mismel, si lo que tienen dentro son personas atrapadas, golpeando el borde del papel para que alguien las saque. ¡Y si al tocarlas te tragaban! Estaba boquiabierto mirando aquella escena, cuando el güije todo furioso le clavó las uñas en el brazo y comenzó a zarandearlo como a un retazo de tela.

Comentarios

cuando es que sacan la otra? por eso nuca leo estas cosas que lo dejan enganchada a auna

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.