FESTIVAL DE TEATRO: Títeres de La Celestina

FESTIVAL DE TEATRO: Títeres de La Celestina
Fecha de publicación: 
2 Noviembre 2011
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Fernando de Rojas no se habrá pensado jamás que su comedia sería obra para títeres, o quizás sí. De alguna forma, la puesta en escena de la compañía Teatro di Commedia, que se presenta en La Habana como parte del XIV Festival de Teatro, es un regreso a los orígenes de La Celestina, que con la presencia clave de su narrador y su extensión parecía destinada más bien a la lectura que a la representación. Esta versión unipersonal (por siglos hay quien ha pensado que La Celestina debería ser tarea de un solo autor) no pudo ser más apropiada.

Y más cuando se tiene a disposición una actriz con las dotes de la española Carolina Calema, que logra desdoblarse con una naturalidad pasmosa en cada personaje. Sus transformaciones —especialmente en el trabajo con la voz— rozan lo caricaturesco cuando un títere así lo exige, pero saben también hacerse realistas, graves, intensas.

Presta su cuerpo —no ya las manos o la voz— a la Celestina, todo un reto para cualquier actor. Tan fuerte es este personaje, tan enmarañada la filosofía popular que contiene, que la propia obra de Fernando de Rojas, con el paso de los siglos fue perdiendo su nombre original hasta tomar el de la vieja que, visto sin prejuicios, ni siquiera debió ser la protagonista originalmente. Tan hondo ha calado en la hispanidad, que hoy al menos de palabra todos sabemos lo que significa hacer de celestino.

Calema no desatiende esta cuestión, su Celestina nos habla con una sabiduría de vieja mala, que no deja de ser tierna por los años y por la gracia de ser mujer, y no deja de ser peligrosa por estas mismas razones. La actriz logra encontrarle a cada frase el tono preciso, un acento entre antiguo y reciente que nos tocará sin duda, que nos dejará pensando en cada palabra como si no fuera del siglo XV (o XVI), y recién hubiera salido del horno.

Un momento cimero de la pieza fue aquel en que se representan los últimos momentos de la anciana: con una potencia minimalista que no desestima recursos para hacerse estremecedora. En cambio, el desenlace trágico del amor entre Calisto y Melibea, que por sus parlamentos y su valor existencial suele ser arrollador, se nos volvió demasiado epitelial y hasta apurado.

El diseño de vestuario se ajusta a la pluralidad de personajes que representa Calema, pero nos remonta a tiempos pasados (como pocas veces se ha logrado en Cuba) de un solo golpe de vista. No se limita, sin embargo, a colorear más o menos cierta época, sino que sabe ser arte, sabe atrapar (en trapos) lo que significa la Celestina, es conceptual: colgando de una cadera, con su árbol entre piernas, y sus telas ocres.

Detrás, como en toda puesta en escena, está la labor del director, Darío Galo, una presencia que se nos hace cara en muchos sentidos. Galo aprovecha con maestría los recursos escénicos que ofrece el teatro para títeres, pero no desestima con esto otras posibilidades. Es notable el dominio que tiene su actriz del espacio; y sobre todo de la intencionalidad.

La Celestina vista desde su óptica es casi un tratado sobre el amor, y como pocas veces este discursar de ideas cede el sabor de una disertación para hacerse drama, palabras de un personaje y no un tratado. Las elipsis que realiza del original son, más que síntesis utilitarias, un ejercicio creativo en el que la actriz y él mismo prueban sus verdaderas dotes para las tablas.

A la luz de esta nueva puesta, resultan demasiado vívidas las palabras de esta vieja y clásica alcahueta. No se puede pasar de largo sin escucharlas. Hay que verla.

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