Santa María del Porvenir: las buenas intenciones no bastan

Santa María del Porvenir: las buenas intenciones no bastan
Fecha de publicación: 
20 Marzo 2013
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Es oficial: la telenovela cubana que ahora transmite Cubavisión acumula hasta el momento los índices más bajos de teleaudiencia y gusto entre las propuestas de los últimos diez años. Y téngase en cuenta que en ese ámbito la balanza se ha inclinado últimamente más a la mediocridad: pocas telenovelas han convencido rotundamente al público.

Lo singular es que antes de que se estrenara, algunos funcionarios del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) pensaban que Santa María del Porvenir iba a significar un antes y un después en la manera de hacer telenovelas en Cuba. Probablemente lo sea, pero no en el mejor de los sentidos.

Algunos se han apresurado a culpar al equipo de realización. Otros culpan a los escritores. Pero la mayor responsabilidad del descalabro no la tienen estos profesionales (entre los que se encuentran creadores serios y talentosos), sino más bien las estructuras y rutinas de producción de la Televisión Cubana (TVC).

Hay que decirlo: A Santa María del Porvenir le sobraron pretensiones, pero la concreción dejó mucho que desear. Una telenovela de época necesita de recursos que la TVC no tenía. O quizás haya faltado el rigor o el ingenio para administrarlos. Lo cierto es que después de la muy vistosa presentación (uno de los pocos logros), lo que se le propone al público es una teleserie de chata y francamente chapucera visualidad.

Mi vecina lo resume mejor que yo: una telenovela pobre. Aunque pobreza, se sabe, no es precisamente lo mismo que indignidad. Basta ver buena parte de los decorados de Santa María... para comprender la diferencia.

En una entrevista que le concedió a este sitio el director de la teleserie, Rolando Chiong, justo antes del estreno, no se mostraba muy conforme con ese acápite. Pero asumía que había que halar con esos bueyes. He ahí uno de los problemas de fondo: la TVC no tiene establecidos o no hace respetar los estándares de calidad. No puede ser que unas teleseries exhiban más que dignos niveles y otras rocen lo inadmisible.

Rolando Chiong confiaba en que la gente se engancharía con la historia, que a primera vista parecía interesante. Pero ahí pasó otra cosa: era muy poca historia para tantos capítulos. Se decidió anañadirle tramas, «engordar» diálogos y situaciones. Y resultó que la telenovela parece «inflada», hasta el punto de que nunca cuaja del todo.

Los capítulos suelen ser demasiado verbales, pletóricos de cacofonías y diálogos sin mucho sentido. Y algunas de las tramas no pasan de ser circunstanciales añadidos, que aportan muy poco a la progresión de la historia. Para colmo, los escritores se han tomado algunas licencias: ¿cómo es posible que en ese ayuntamiento haya un solo concejal? Aunque a estas alturas, eso no importa tanto.

En entrevistas en la televisión, algunos realizadores achacan el aluvión de críticas a la poca costumbre del público de consumir telenovelas con grandes niveles de farsa. Eso no es exacto: aquí se han visto y disfrutado producciones brasileñas y sobre todo colombianas y argentinas que tenían el humor y la farsa como eje central. E incluso, en Cuba se han producido: ¿recuerdan El año que viene?

Nos parece más bien que aquí el género no acaba de definirse, no tanto por las particularidades de las tramas como por la realización. Somos testigos del gran desbalance de la puesta en pantalla, que va desde desniveles en la dirección de actores; hasta no pocas soluciones infelices en la narración.   

Choca mucho la poca uniformidad de los registros actorales. Los intérpretes van cada uno por su lado. Algunos se zambullen en la farsa, otros asumen un tono decididamente realista, los hay demasiado enfáticos… y una parte significativa del elenco sencillamente «está», sin penas ni glorias.

Hacía falta una dirección de actores que rebajara o promoviera intenciones, que uniera los empeños. En una comedia con vocación de farsa habrá personajes y acontecimientos más o menos comprometidos con el tono, pero todos deben orbitar en ese registro.

Novela

 

En Santa María... no faltan buenos desempeños: Daisy Quintana (María Efluvio), Rubén Breña (el alcalde), Raúl Pomares (Vito)… comprendieron bien las demandas. Pero otros sencillamente no encajan.

En la edición también abundan los descuidos: escenas claves sin antecedentes, comienzos mutilados, grises y poco intencionados finales de capítulo... Desde el punto de vista puramente formal, no hay tampoco muchas virtudes: la fotografía es chata, más allá de algún que otro encuadre o tiro de cámara interesante. La musicalización parece por momentos anárquica: en ocasiones sobra música y por momentos falta; algunas selecciones poco o nada tienen que ver con lo que está sucediendo o con el carácter de los personajes; y el volumen a veces no deja escuchar los diálogos.   

De los decorados ya hablamos, hacen honor al descuido habitual de las producciones nacionales, solo que aquí están por debajo de la bajísima media. Mejor está el diseño de vestuario (aunque poco vistoso, evoca la época), y sobre todo el trabajo de maquillaje y peluquería…   

La experiencia de Santa María... deja una vez más claro que no es posible producir 100 capítulos de una serie sin ofrecer la oportunidad de cambiar el rumbo o perfilar soluciones. Cuba debe ser uno de los pocos países que todavía produce teleseries de largo aliento sin confrontarlas antes con el público. Se sabe que casi en todas partes se produce casi al unísono de la emisión.

El esquema cubano tiene que ver, claro, con las condiciones actuales, con la disponiblidad de recursos. Quizás haya que buscar otras alternativas. La casa productora debió proponer aquí, por ejemplo, una dirección más colegiada, aunque Chiong asumiera el liderazgo principal.

Algunos quieren «apalear» a los creadores, sin pensar en que todos los itinerarios creativos tienen altas y bajas. Rolando Chiong ha demostrado que sabe hacer televisión, ojalá que esta experiencia le haya resultado provechosa. Pero la TVC sí necesita repensarse. En un universo audiovisual tan competitivo, la calidad tiene que ser la carta de presentación. Y ya sabemos que las buenas intenciones no bastan.

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