Italia se conjura contra la ingobernabilidad
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A Italia le asusta dar miedo. La situación surgida de las urnas es sencillamente dramática. Tanto que los tres líderes políticos sobre los que los italianos han depositado la responsabilidad de sacar el país adelante rebajaron este martes el tono de la confrontación y prometieron luchar, cada uno a su manera, contra el desgobierno. Pier Luigi Bersani, el candidato del centroizquierda, anunció su intención de proponer a Silvio Berlusconi y a Beppe Grillo una reforma profunda de las instituciones, de la política y hasta de la moralidad pública y privada del país. Por su parte, el anterior primer ministro pidió tiempo para reflexionar por el bien de Italia y hasta el líder del Movimiento 5 Estrellas adoptó un tono más relajado del habitual para intentar alejar algunos fantasmas: "Tampoco es que estemos contra el mundo. Si hay propuestas acordes a nuestro programa, las apoyaremos".
Pier Luigi Bersani compareció a las cinco de la tarde. Más de 24 horas después del cierre de los colegios. Su rostro, ya de por sí serio, reflejaba sin disimulo todo el cansancio y la decepción. Entre sorbo y sorbo de agua, el secretario general del Partido Democrático (PD) no intentó poner paños calientes ni a la situación de Italia ni a la de la izquierda que, mecida por las encuestas, se durmió en los laureles mientras Beppe Grillo se llevaba, plaza a plaza, a un buen número de sus votantes. Bersani empezó admitiendo su triste realidad —"hemos obtenido más votos, pero no hemos ganado"—, y añadió que pese a ello asumirá la responsabilidad de intentar formar gobierno, pero siendo consciente del doloroso varapalo del electorado. "Hemos tomado nota con humildad", añadió, "y no se nos escapa lo dramático del momento, los riesgos que corre Italia. Por eso, no podemos intentar gobernar por gobernar. Los italianos no tolerarían ya bailes de diplomacia política".
Bersani, que dispone de la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados pero una ventaja insuficiente en el Senado, tiene previsto reunirse en las próximas horas con el presidente de la República, Giorgio Napolitano, quien envió un mensaje de confianza al país. "Yo estoy tranquilo", aseguró, "superaremos nuestra prueba". Como no podía ser de otra manera, los ojos se posaron enseguida en Beppe Grillo, sin ninguna duda el triunfador de la doble jornada electoral. Aunque superado por las coaliciones de centroizquierda y de centroderecha, el Movimiento 5 Estrellas obtuvo más votos que el PD o que el Pueblo de la Libertad de Berlusconi (PDL). Un éxito indiscutible que Grillo se esforzó en manejar con mesura, una cualidad que no parecía tener en su repertorio. Eso sí, avisó de que si el PD y el PDL intentan alcanzar una mayoría antinatural para un gran gobierno de concentración —un globo sonda lanzado por Berlusconi a primera hora de la mañana—, su formación se opondría frontalmente: "Juntos durarían siete u ocho meses. No más. La economía no les da tregua, cierran 1.000 empresas en un día".
Dicho esto —el guerrero no se convierte en monje de la noche a la mañana—, Beppe Grillo añadió: "Veremos lo que propone Bersani, ley a ley, reforma a reforma. Tampoco es que estemos contra el mundo. Aquí lo que se trata es de percibir que el cambio es histórico. No solo italiano. Porque hemos elegido a nuestros candidatos votando por Internet, porque los ciudadanos no tienen ya intermediarios". Dijo que cuando se reúna con el presidente Napolitano —al que lleva poniendo a caer de un burro desde hace meses— le advertirá de que no se aliará formalmente con nadie.
La prima de riesgo subió, la bolsa bajó, los responsables europeos no escondieron su nerviosismo, pero sin desestimar la gravedad del momento, la situación también puede enfocarse desde un punto de vista esperanzador. La Italia real no es la de Bersani, ni la de Berlusconi, ni tampoco la de Grillo. Es la de la derecha que convive con la izquierda y también con los que, por unas razones o por otras, están hartos para siempre de ese juego de equilibrio y han tirado por la calle de en medio. Esto, que parece una obviedad —y lo es—, ha sido olvidado sistemáticamente por las fuerzas políticas tradicionales.
Ahora, el golpe en la mesa que significa la aparición de esa fuerza heterogénea, inasible, desconocida para los propios italianos, que se llama Movimiento 5 Estrellas puede ya haber cambiado las cosas para siempre. El flautista puede ser un histrión, un megalómano sospechoso, pero los ratones son ratones, cada uno con sus aspiraciones grandes o pequeñas, ni más patriotas ni menos que los que saludan a Mario Monti en la Scala de Milán o los que —incomprensiblemente para el resto del mundo— siguen votando a Berlusconi 20 años después. Ahora, los tres —Bersani, Berlusconi y Grillo— no tendrán más remedio que ponerse de acuerdo, sin chanchullos ni componendas. Un país que siempre ha dado envidia no quiere dar miedo. Sobre la mesa dos mensajes claros. El primero es que no se puede seguir haciendo política olvidándose de la gente. El segundo, que la democracia, por muy defectuosa que sea, tiene su mecanismo antirrobo, un ojo siempre abierto. Y que cuando alguien, desde Bruselas o Berlín, intenta hacerle un puente, se cala.
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