«Hoy haría una película situada en la crisis y sería tan violenta como lo que está ocurriendo»

«Hoy haría una película situada en la crisis y sería tan violenta como lo que está ocurriendo»
Fecha de publicación: 
17 Octubre 2012
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Carlos Saura dice que Luis Buñuel era, sobre todo, un creador de imágenes. No es fácil encontrar cineastas que encajen en esta definición, y en España, si hay uno que se ajusta a ella es, sin duda, Manuel Gutiérrez Aragón. Polifacético y, en cierto modo, inclasificable, él ha construido sus películas sobre un lirismo y una atmósfera onírica y muy personal que han dejado huella en nuestra cinematografía. Ahora, sus compañeros reconocen la singularidad y la relevancia de su trabajo con la Medalla de Oro que anualmente entrega la Academia de Cine.

Debutó en 1973 con Habla, mudita, a la que siguieron títulos como Camada negra, Demonios en el jardín, Feroz, Malaventura, El caballero Don Quijote, La vida que te espera... hasta Todos estamos invitados, en 2007, con la que recibió el Gran Premio del Jurado en el Festival de Málaga y tras la que anunció su retirada, pero no una retirada del cine,  simplemente "me aparté de hacer películas, de dirigirlas". Entonces empezó a contar las historias desde la literatura... y en ello sigue. Y en ambos territorios se encuentran su singular universo, un original sentido del humor, ese lirismo y, al mismo tiempo, una estimulante proximidad con la actualidad.

Comprometido, de planteamientos y relatos arriesgados, Manuel Gutiérrez Aragón, que ha sido merecedor de los reconocimientos más importantes del cine (Oso de Plata y Premio de la Crítica en Berlín, Concha de Oro en San Sebastián, Premio Nacional en 2005, Premio David di Donatello de la Academia Italiana...), trasciende éste.

Licenciado en Filosofía y Letras, es, además, Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y patrono del Museo del Prado. Ha sido presidente de la SGAE, director de la Fundación Autor y del Instituto Buñuel, y presidente de la Federación Europea de Realizadores Audiovisuales. Ha escrito dos novelas -La vida antes de marzo (Premio Herralde) y Gloria mía-, ha dirigido ópera y teatro... Este viernes se estrena como articulista de opinión en Público.

Va a recibir la Medalla de Oro de la Academia de Cine, un reconocimiento de sus propios compañeros, ¿qué significa para usted después de una carrera con los premios más prestigiosos del cine?

Es un reconocimiento otorgado por los colegas de profesión, como usted dice, así que tiene para mí un contenido sobre todo emocional. No me lo tomo por el lado artístico, la verdad. Es otra cosa. Un director hace la película con la ayuda de mucha gente que se deja la piel en el rodaje.
Ya sé que nos pagan por ello, pero las personas del equipo ponen mucho de sí mismas, y eso no se puede  contabilizar. Sin entusiasmo, sin generosidad, es imposible que el trabajo de cine tenga sentido. Así que en ellos, en los equipos, está el significado de la medalla.

Ha vivido especiales circunstancias de la historia reciente de este país y de su cultura. ¿Hay alguna que destaque en su propio recuerdo?

Bueno, eso es cosa de la edad. La larga marcha por las libertades en este país pasa desde luego por la cultura, ha sido decisiva, tanto o más que la lucha directamente política. Tenga en cuenta que el cine se relaciona sobre todo con el cambio de costumbres, y eso cala hondo, muy hondo. Hemos sido testigos de la abolición de la censura gubernamental, por ejemplo. La pregunta que nos debemos hacer es, ¿eso es para siempre? Habrá que estar atentos, por lo que pueda ocurrir.

Al mismo tiempo, tantos vaivenes sociales, políticos, tecnológicos... ¿no son fuente constante de inspiración para un cineasta, escritor, guionista?

La transición -transitamos de tantas cosas a la vez...- me tocó de lleno. Una época tan sobrada de riesgos como de ilusiones. Yo creo que mi cine tiene que mucho que ver con aquello, que seguramente aún no ha terminado, seguimos en un permanente hacer y deshacer nacional. Sí, yo creo que los momentos de cambio, de fractura, son fuente de inspiración, mucho más que las miradas al pasado. Aunque desde luego los guiones y las novelas quedan mucho más apañados cuando se sabe quien ganó y quien perdió.

En 2008 dijo que se apartaba del cine porque ahora tendría problemas para hacer el cine que a usted le gusta, ¿ya no es posible hacer cine de autor? ¿estamos condenados a ver más cine comercial y menos de autor?

Me aparté de hacer películas, de dirigirlas. Del cine es imposible que me aparte totalmente, mis propias películas me persiguen, ahora mismo estamos hablando de ello, ¿no? Vaya  por delante que yo no soy pesimista sobre las películas que se pueden hacer, yo creo que al año se hacen el mismo número de películas buenas que antes, o sea, dos o tres. Se necesita un poco de perspectiva para considerarlas, no hay que apresurarse. Quedan ahí, para revisarse en los pases televisivos, y siempre encontramos algo interesante en ellas... un pasaje, un testimonio, una forma de comportamiento. Las películas contienen siempre un documental sobre sí mismas.

Dice que ha hecho el cine que ha querido, ¿qué sentimiento tiene hoy cuando piensa en los jóvenes que quieren hacer películas y a los que ha pillado de pleno esta crisis?

Decir hoy que he hecho el cine que he querido puede resultar obsceno, casi una provocación. Pero desde luego mi generación tiene, y digo tiene porque aún existe, una complicidad con el espectador. Lo que pasa es que ese espectador no va al cine sala, ve las películas en televisión.
Nuestras películas siguen teniendo un éxito de audiencia sorprendente en sus pases de televisión. Los jóvenes cineastas se enfrentan a un cambio de modelo. Tendrán que buscar el camino. Yo creo que quien tiene un buen proyecto termina por hacerlo, pero un buen proyecto no es solo una idea, es todo un planteamiento estratégico.

En los libros consigue recrear un universo suyo, muy propio, igual que ha hecho siempre en el cine, al final ¿a usted lo que le gusta es contar historias al margen del lenguaje que utilice para ello? ¿cómo será su tercera novela?

La tercera novela va de hombres, vacas y dioses. No creo que se pueda llevar al cine, yo por lo menos no lo haré. Y sí, lo importante es contar historias, pero no me gusta mezclar mis historias cinematográficas con las novelísticas, no sé, no me resulta transparente.

Dice que Demonios en el jardín es la película donde más se muestra usted, desde 1982 a hoy, ¿qué tendría que añadir a su autorretrato?

En Demonios salía un niño que observaba la realidad desde el fondo penumbroso de una familia... Sin duda aquel niño era yo, es mi única película con connotaciones personales. Ya está hecha, así que no añadiría nada al autorretrato. Vamos, que no encuentro nada en mi vida que merezca la pena ser contado.

Con su cine no ha huido de la realidad y se ha arriesgado. Habló de los ultraderechistas en Camada negra en 1977, del arribismo en El rey del río en 1996, del problema del terrorismo en el País Vasco en Todos estamos invitados en 2007... Hay más ejemplos, ¿qué película haría hoy?

Inevitablemente sería una película situada en la crisis. Inevitablemente, digo. Es lo más brutal, injusto y con responsables directos que ha ocurrido en nuestro país desde hace décadas. Sería violenta, tan violenta como lo que está ocurriendo. Y no se crea, ganas me dan. Espero que la haga alguien pronto, lo que no sé es cómo se podría financiar.

Ahora comienza una nueva carrera como articulista de opinión sobre temas de cultura, ¿qué quiere contar a los lectores?

Bueno, no creo que sea una carrera precisamente. De todas maneras no voy a opinar de política, para eso ya existen personas a la que leo diariamente. Como siempre, la cultura va más lenta, más honda y de manera más duradera.

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