Fernando Trueba: «Están haciendo todo lo posible para que desaparezcamos, pero no lo van a conseguir»
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Renoir decía: «El arte es hacer», y Fernando Trueba, gran admirador suyo, comparte cien por cien esta convicción y, por ello, ha querido reivindicar con una película la parte artesana del artista. El resultado ha sido El artista y la modelo, la que él considera su «película más íntima». Rodada en blanco y negro, la película aspira a la Concha de Oro y es una de las preseleccionadas para representar a España en la carrera por el Oscar. Llegará a los cines el 28 de septiembre.
Protagonizado por el veterano Jean Rochefort, maravilloso en este trabajo, y la joven Aida Folch, a quien Trueba descubrió en El baile de la Victoria, el filme es un relato ambientado en un lugar de los Pirineos, en 1943. Un viejo escultor ha perdido la confianza en el ser humano. Tras la I Guerra Mundial pensó que jamás volvería a ver tanta crueldad y violencia, pero con el segundo gran conflicto ha agotado cualquier esperanza. Sin embargo, con la aparición de la joven Mercé, una española que ayuda a cruzar la frontera a los guerrilleros perseguidos, renace en él la necesidad de la búsqueda de belleza, la obsesión por perseguir la pureza con sus propias manos.
El artista y la modelo, un trabajo formal limpísimo sin un solo artificio, es un proyecto antiguo del cineasta, que comenzó a trabajar junto al desaparecido Rafael Azcona y que ha concluido con Jean-Claude Carriére, cómplice de Luis Buñuel. Se trata de una película en la que Trueba se exhibe más que en otras de su filmografía —muestra sus pasiones, sus preferencias, sus propias obsesiones— y en la que, además, ha tenido la oportunidad de trabajar con Claudia Cardinale, el amor platónico de sus años de juventud.
—Con El baile de la Victoria no tuvo una grata experiencia en el festival, ¿le apetecía volver?
—Simplemente, vuelvo. Yo nunca he ido con ganas a los festivales, siempre estás un poco asustado, lo que hago con ganas son las películas. Pero tienes que ir. Yo no iría ni a los estrenos de mis películas, por eso admiro a Mario Camus, que no va a sus estrenos, es mi ídolo, eso es llegar a ser un señor. Yo soy muy bien mandado. Esto es parte del oficio y, desgraciadamente, es el pan nuestro de cada día. Yo no decido los festivales y por mí no iría, son lugares enrarecidos. A mí me gusta ir al cine, a ver películas.
—El artista y la modelo tiene ya un recorrido, antes de San Sebastián, muy bueno y es una de las tres opciones para representar a España en los Oscar...
—Ni me lo planteo, de verdad. Siempre hago un ejercicio mental, el de olvidarme hasta que llega el momento. Y si oigo a alguien delante de mí hablando de ello, me voy. Lo que ocurra, ocurrirá.
—Aquí cuenta cómo un escultor hace su última obra, pero no parece tener gran interés en reflexionar sobre ello, ¿qué era lo que le interesaba, reivindicar lo que tiene de oficio el arte?
—Sí. No me paro en preguntas abstractas, al contrario. El arte tiene una parte de artesanía y la película es más el lado materialista que el espiritual. Mejor dicho, lo espiritual está en lo material. La gente se olvida de que la vida interior está también en la piel. El arte no es algo metafísico. Tú tocas algo y haces algo con ello. Y ahí está la parte espiritual. Es la humildad que tiene que tener el arte. El arte nace de conocer las técnicas de un oficio. Me gustaba la idea de un artista que busca la belleza en el cuerpo de una mujer y trabaja sobre ello. La materia es algo que oyes, que tocas. Por eso en esta película están prohibidas palabras como creador, obra... son cosas vedadas. Podía ponerme ampuloso. El arte y la vida son la misma cosa.
—Su apuesta es la máxima limpieza formal, ¿buscaba la sintonía con «su» artista?
La película no tiene trucos, es natural. Sabía que para esta película teníamos que apartarnos de todos los trucos. La película que quería hacer era como cuando vas caminan y un olivo en medio de muchos otros te parece la escultura más sublime. Es difícil hoy que las películas no tengan trucos.
—El público no está acostumbrado a eso, ¿no cree que tal vez plantea un ejercicio difícil?
—Creo que el ejercicio que plantea la película es hoy más necesario que nunca, por lo poco que se para la gente a mirar, a pensar, a ver. El otro día leía un artículo de un científico que decía que hoy nadie es capaz de pasar ocho o diez horas pensando en la misma cosa y que así no se podrán resolver los problemas científicos. Eso es un problema del mundo estúpido en el que vivimos. Yo creo en eso de pararse y mirar, de vivir el momento, no de estar siempre como en tránsito.
—¿Cuánto hay de usted, creador, en esta historia?
—Creo que siempre nos autorretratamos. Es imposible no hacerlo, aunque hay algunos artistas que se esconden más. Pero esto es algo que forma parte del arte y más del moderno. Philip Roth se autorretrata constantemente, pero John Ford, que no habló de sí mismo en esas películas épicas que hizo, se estaba retratando en cada una de ellas. Pero sí, es posible que ésta sea mi película más íntima, sí. En ésta película, quizás es en la que me cuento más. Por eso quizás llevo tanto tiempo queriéndola hacer y siento cierta identificación con el personaje del artista y su modo de ver el mundo. Aunque no es una identificación 100 por 100. Él es un escéptico que carece de fe en la humanidad.
—¿Usted no ha perdido la esperanza en el ser humano?
—No, yo soy más optimista, aunque comparto algo con el personaje. Unos días mi esperanza en la humanidad crece y otros se reduce. Unos días pienso que la especie humana es lo peor y otros, veo una gran película o leo un gran libro, y pienso que realmente somos más que eso. Alguien dijo que el mundo avanza dos pasos y luego da uno atrás. Yo tengo una variante, creo que avanzamos tres pasos y damos dos hacia atrás. Ahora estamos en los dos hacia atrás y tenemos la impresión de que vamos al desastre, pero creo que siempre conseguimos rehacernos y avanzar un poco.
—¿En España, la cultura se va a poder rehacer?
—Sí, porque lo políticos pasan y el arte no. Cuando la gente ni se acuerde de que estos han estado aquí, seguirá habiendo películas, hagan ellos lo que hagan.
—Pero, en el cine se ha puesto muy fea la cosa...
—Sí, están haciendo todo lo posible para que desaparezcamos, pero no lo van a conseguir. Da la sensación de que están disparando al casco del barco para ver si se hunde. Pero saldremos de ésta y cuando éstos mueran habrá gente que seguirá viendo nuestras películas. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Son lo peor. A mí acaba de darme una gran lección mi hijo, Jonás, que ha hecho una película sin productora, con una cámara prestada y con negativo caducado. Es una lección de actitud ante la vida. Nadie podrá con nosotros.
—¿Por qué ha rodado en blanco y negro?
—No me puedo imaginar de otra forma esa época ni los talleres de los artistas de entonces, porque todas las imágenes que tengo vienen de fotos de Cartier-Bresson y Brassaï, todas son en blanco y negro.
También hay referencias cinematográficas.
El cine de los años treinta, el cine francés del Frente Popular, Renoir, Jean Vigo, Camerini, Mamoulian, Max Ophüls...
—Podría haber sido una historia atemporal, ¿por qué ha elegido 1943?
—Este hombre tiene ochenta años y dicen que los que vieron la I Guerra Mundial pensaron que no volverían a ver una carnicería semejante. Pero sí la vieron. Este artista cree que los hombres no tienen arreglo.
—¿Cómo ha sido el trabajo con Jean Rochefort?
—Nunca antes he trabajado con otro actor que corra tantos riesgos. Rochefort se tira al vacío y sin red, y eso te deja estupefacto.
—¿Y Claudia Cardinale? ¿Es verdad que estaba enamorado de ella de joven?
—Estaba locamente enamorado de ella cuando tenía quince años. Era la más bella. En el rodaje se lo decía, pero creo que se lo dicen todos los días unos cuantos.
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