El Festival de Cine y la maldición de los pellets

El Festival de Cine y la maldición de los pellets
Fecha de publicación: 
12 Diciembre 2019
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Por estos días de Festival de Cine Latinoamericano, abundan los cubanos ansiosos por ver lo mejor de la cinematografía de la región,... y de verlo lo mejor que se pueda.

Es cierto que se han creado las mejores condiciones posibles para poder disfrutar confortablemente de este acontecimiento cultural que involucra a miles de habaneros, pero hay quienes, probablemente sin proponérselo, parecen tirar en sentido contrario. Ayer fui una de sus víctimas.

Nada más empezó la película, y justo en mi nuca la pareja decidió abrir sus sobres con pellets.

No habían pasado cinco minutos de filme cuando se hizo evidente que el señor a mis espaldas era un narrador de béisbol frustrado. Al menos, comentaba con entusiasmo y en voz perfectamente audible casi todo lo que sucedía en pantalla.

Su compañera, o le reía la gracia, también audiblemente, o le contradecía, haciéndole saber su opinión sobre esto o aquello.

Para colmo, él tenía coriza y se soplaba la nariz a menudo y estentóreamente. Ella, no sé por qué misterio, abría y cerraba a cada rato el ruidoso zíper de su cartera, quizás para ofrecerle servilletas de papel a su compañero acatarrado.

Cuando vaciaron el nylon con los peggy, que no había dejado de crujir, lo engurruñaron también despiadadamente y entonces optaron por abrir sus laticas de refresco. ¿Alguien ha reparado en cómo suena en medio de la proyección de una película una lata al ser abierta?

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(Foto ilustrativa)

Y en medio del clímax del filme, timbró uno de sus móviles. Claro que antes de comenzar habían rogado apagar los teléfonos, pero la pareja a mis espaldas parece que no se enteró y, además, no sabía que en espacios públicos como ese –entiéndase teatros, salas de concierto y otros- de todas formas deben apagarse los celulares aunque nadie lo indique.

El tono del teléfono, un rítmico estribillo, irrumpió en medio del silencio del cine y de la concentración del público asistente. Desde muchos lugares de la sala sonaron los “Shhh” y otras protestas, pero aún así tardaron segundos que parecieron horas en silenciarlo. Era el de Ella y no lo encontraba porque estaba en el fondo de la cartera.

Nadie me lo dijo, los tenía a los dos casi junto a mi nuca rebuscando en el jabuco y riéndose por lo bajo de lo que sucedía.

Cuando terminó la cinta, por esas cosas del destino, salimos casi a la par. Mientras avanzábamos por el pasillo hacia la salida, iban abriendo otro nylito con pellets, otro más, y, de lo más educados, me brindaron mientras preguntaban: “Estaba buena, ¿verdad?”

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