Wifredo Lam se inventa una jungla

Wifredo Lam se inventa una jungla
Fecha de publicación: 
8 Diciembre 2019
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La verdad es que en Cuba no hay junglas, asumiendo el término en su más académica expresión. Cuando más, bosques enmarañados. Pero cuando era pequeño, en su Sagua la Grande natal, a Wifredo Lam le parecía que más allá de las puertas de su casa comenzaba un mundo vegetal inquietante, pletórico de apariciones. Para los demás niños era un matorral, para él era la jungla.

Alguna vez lo contó: «…nunca vi espectro alguno, pero los inventé. Cuando de noche salía a pasear, tenía miedo de la luna, del ojo de la sombra. Me sentía ajeno a todo, diferente de los demás. No sé por qué. Soy así desde la infancia».

El que con el tiempo llegaría ser el más universal de los pintores cubanos fue un niño particularmente sensible, abierto al influjo poderoso de la cultura que lo rodeaba. En Sagua la Grande «hervía» como en pocos lugares de Cuba el ajiaco del que habló Fernando Ortiz. El propio Lam era fruto de esas confluencias: sangre asiática y africana corría por sus venas.

Los «fantasmas» que lo acompañaron durante toda su vida, los que marcaron su devenir artístico, nacieron en su infancia. La maravillosa selva que recreó en su más célebre cuadro, concluido en 1943, era en buena medida la de sus primeros recuerdos… enriquecida, por supuesto, por el gran acervo del que bebió después.

Ahora se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Es, probablemente, la pintura cubana más reproducida en el mundo. Para muchos historiadores del arte es la obra primigenia y cumbre de la visión antillana, «tercermundista», de ciertas vanguardias.

Pero más allá de definiciones teóricas, La jungla es el compendio de un entramado cultural riquísimo. Basta detallarla para descubrir símbolos perfectamente entrelazados en el devenir de la nación, a los que se suman las invenciones del pródigo Lam. Esas máscaras, de hecho, han integrado hace mucho la iconografía nacional.

Senos, glúteos, manos y pies se funden en una espesura vegetal. Ante este panorama, el espectador puede descubrir numerosas referencias, que se amalgaman.

Lam lo explicó: «Mientras lo pintaba, tenía las puertas y ventanas del taller abiertas. Al pasar, la gente lo veía y gritaba: no miréis dentro, es el diablo. Y tenían razón. Uno de mis amigos ha descubierto en la obra un espíritu parecido a cierta representación medieval del diablo. Sea como sea, el título no hace referencia a las características paisajísticas de Cuba, donde no existe jungla, sino bosque, monte y manigual; en el fondo del cuadro aparece una plantación de caña de azúcar. Mi pintura debería transmitir un estado psíquico».

Más que propiciar ese estado, La jungla «explica» el proceso de consolidación de un carácter nacional. No en vano ha devenido emblema de la cultura cubana.

Los espectros que no vio pero que sí imaginó el niño Wifredo Lam se concretan aquí, con la misma fuerza y verdad con que han visitado a tantísimos cubanos a lo largo de estos siglos.

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SOBRE WIFREDO LAM

Wifredo Lam, el más universal de los pintores cubanos. Introdujo la cultura negra en la pintura cubana y desarrolló una renovadora obra que integra elementos de origen africano y chino presentes en Cuba. Nació el 8 de diciembre de 1902 en un barrio humilde de Sagua la Grande, Villa Clara, Cuba. Desde sus primeros años demostró inclinación hacia el dibujo y la pintura. Estudió en la Escuela Profesional de Pintura y Escultura San Alejandro, en La Habana, hasta 1923. Integró la Asociación de Pintores y Escultores de La Habana, e ingresó en los Salones de Bellas Artes de esa institución. En 1923 viajó a España para estudiar pintura en la Academia de San Fernando de Madrid. En 1938 se trasladó a París, Francia, donde conoció al artista español Pablo Picasso, con quien sostuvo estrecha amistad. Este lo introdujo en el mundo artístico parisino, en el que intimó con André Breton, Benjamín Péret, Pierre Loeb y otros reconocidos poetas y escritores europeos. Lam pasó el período comprendido entre 1947 y 1952 entre Cuba, New York y París. Falleció el 11 de septiembre de 1982 en París. En 1951 ganó el primer premio del Salón Nacional, La Habana. Expuso en París, Nueva York y La Habana. (Tomado de Ecured)

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