Cuando fui a Chile

Cuando fui a Chile
Fecha de publicación: 
10 Noviembre 2019
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Viajar es una enfermedad mortal para el prejuicio,
el fanatismo y las mentes estrechas.

Mark Twain

En mis andares de mochilero por algunos países, incluí a Chile hace unos cinco años. Además de la belleza natural que sobreabunda en América Latina, era grande mi interés por conocer, aunque fuera superficialmente, aquella sociedad presentada como adalid del desarrollo en la región. De manera que de la ciudad de Tacna, en Perú, salté a Arica en una noche.

A la mañana siguiente ya andaba adelantando mi curioseo para continuar viaje lo antes posible. Quería ir lo más al sur que pudiera, como en efecto hice, hasta Puerto Montt. Un país hermoso y su gente cálida me hicieron olvidar mis intereses sociológicos en los primeros días.

Una enorme movilización de estudiantes y trabajadores del puerto, en Valparaíso, me despertó del sopor turístico. Los portuarios protestaban por el plan de cerrar una parte de las instalaciones para destinarlas a un gran centro comercial, y dejarlos en la calle. Los estudiantes volvían a la carga con sus demandas de una reforma profunda a la educación.

Recordé la deuda prácticamente vitalicia que habían adquirido los diseñadores jóvenes con quienes trabajé varios años en el periódico. Como con anterioridad yo había trabajado un período en el sector educacional norteamericano, la pregunta que les hice una vez era totalmente retórica, pero deseaba ver cómo se manifestaban. Los tres estuvieron de acuerdo en que la calidad de la enseñanza que habían recibido no se correspondía con el costo, incluida una beca parcial otorgada a dos de ellos.

No dejó de asombrarme la masividad de la protesta en Valparaíso, porque hasta ese momento mi experiencia había sido tranquila, en un país caro pero que daba la impresión de funcionar bien. Empezaba a descubrir directamente otras realidades detrás de la fachada, que el excelente cine chileno mostraba sin miramientos.

En Santiago estuve solo tres días. Uno de ellos lo usé para ir a Viña del Mar. En un café de la ciudad entablé conversación con una señora mayor que había hecho carrera como cantante en New York. Estaba abrumada porque su retiro se diluía en los altos costos de atención médica y en paliar otras necesidades de la edad avanzada. No la estaba pasando nada bien. Se veía furiosa. Frustrada.

Ni los norteamericanos, que son la mata del negocio, han logrado privatizar los fondos de la seguridad social. La mayoría de la gente no lo va a aceptar. Hay opciones de ahorro, que dependen de la especulación, donde la compañía coloca fondos. Si el trabajador pone, la compañía coloca más. Algo así, grosso modo. Cuando me contrataron a tiempo completo, no metí en eso. Y me alegro de haberlo hecho.

Una jefa que tuve, chilena por cierto y muy perfumada, atravesaba el pasillo corriendo para ir a enterarse por la pantalla de CNN de la caída o subida del Dow Jones y de otros indicadores industriales y financieros. Su perfume caro se derramaba, junto con su ansiedad poco disimulada, por el pasillo, entre los trabajadores. La mayoría de ellos contratados a tiempo parcial, sin seguro de salud, beneficios, ni posibilidades de acceder a ellos.

De regreso del sur, en la bella ciudad de Iquique me encontré el mismo panorama. Los estudiantes habían tomado una de las avenidas de la ciudad y alborotaban con sus reclamos. No sé si habré transparentado una expresión de apoyo o identificación con el alboroto. Lo cierto es que me preguntaron en dos ocasiones cómo estaba la situación en otras partes de la ciudad. Tuve que explicar mi estatus de visitante y desconocedor del alcance y los detalles de las protestas.

Los taxistas, por su parte, siempre fueron buena fuente de información. Cuando te identificaban como cubano, enseguida aparecía el interés por conversar. En Perú, uno de ellos le agradecía a los médicos cubanos haber impedido la amputación de una pierna. Cojeaba agradecido, seguía trabajando, luchando por los suyos.

En Santiago, otro me preguntó, casi indignado, por qué no dejaban tranquila a Cuba. Exacto, no sé a qué le temen, respondí. Dos señoras de bien que nos acompañaban en el asiento trasero optaron por no sumarse a la efervescente dupla defensora, con un silencio que denotaba cierta incomodidad por el tema. O eso supusimos el acalorado chofer y yo, al cruzar nuestras miradas cómplices.

Quizás por estos días ambas estén dando cacerolazos o cargando carteles contra Piñera, sumadas a las protestas con sus hijos o nietos. O cuando menos, llevándoles unas empanadas a la Plaza Italia, para que no se queden sin comer en medio de tanta revuelta. Nadie sabe.

Ernesto González (Colón, Matanzas, 1954) ha publicado poemas, cuentos y artículos en el área de Chicago, donde enseñó español en la Universidad East-West y en la academia Cultural Exchange. Fue asesor de la prueba de eficiencia de Español de la editorial Riverside Publishing y traductor del periódico Hoy del Chicago Tribune. Sus obras han salido bajo los sellos Cuban Artists Around the World y Booksurge. Están disponibles en amazon.com. Su novela Bajo las olas – Tras las huellas brumosas de Marguerite Yourcenar ha sido recientemente publicada por Ediciones Extramuros, La Habana.

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