Voluntad política a la deriva

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Voluntad política a la deriva
Fecha de publicación: 
29 Septiembre 2020
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La Asamblea General de la ONU en Nueva York sigue la intervención por vídeo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. / UN PHOTO RICK BAJOMAS VIA AP

No tuvo que ponerle nombre y apellidos, pero todos conocían a quien se refería el papa Francisco cuando destacó en Naciones Unidas la falta de voluntad política para eliminar tantos peligros a los que el planeta se ve abocado, como el de desaparecer en una contienda nuclear o un mayor deterioro del medioambiente, con otros graves males, como el hambre y las epidemias, y la falta de hermandad en un mundo tan necesitado de solidaridad.

La cada vez más extendida pandemia del nuevo coronavirus ha demostrado el egoísmo de un sistema predominante en el mundo, el neoliberalismo, que antepone las ganancias a la vida. Ante ello se alza la voluntad de naciones que trabajan en la elaboración de vacunas, como Rusia, China y Cuba, dispuestas a distribuirlas gratuitamente a todo el mundo, cuando logren su efectividad.

Esa voluntad política estuvo presente verbalmente en gran parte de los oradores de los países del Tercer Mundo, China y Rusia, así como de naciones europeas, pero muy ausente en el discurso amenazante y bélico del presidente norteamericano, Donald Trump, y la hipocresía de mandatarios del Grupo de Lima, como el chileno Sebastián Piñera, quien se burló de la Asamblea, al repetir un discurso de hace pocos años.
Pero al margen de Naciones Unidas, cabe destacar la voluntad política del mandatario ruso, Vladimir Putin, y sus exitosos esfuerzos para desbaratar los planes de Occidente de utilizar las falsedades de las revoluciones de colores con el fin de aislar a Rusia, hecho que acaba de fracasar en Belarús.

Putin ha dado aliento a un orgullo muy mellado desde la desaparición de la Unión Soviética y las acciones terroristas de grupos separatistas, algunos de los cuales reciben apoyo del exterior.                                                                                                   
El líder ruso alertó sobre la obligación de acabar con la injusticia, el descaro de los funcionarios, la pobreza y la desigualdad, a permanecer unidos, así como “no mirar al extranjero, no traicionar a la patria … a trabajar para ella, y amarla … con todo el corazón".        
                                   
No son palabras festinadas, porque lo cierto es que Occidente y países del Golfo que le son afines han gastado miles de millones de dólares en actividades para desestabilizar a esa nación, en las que participan elementos que fueron alentados abiertamente por el engranaje de halcones dominantes en el establishment norteamericano.

RESENTIMIENTO

Occidente no perdona la posición de plena independencia asumida por Putin, quien logró el resurgimiento económico de un país que tiene el tercer lugar mundial en lo que se refiere a la posesión de divisas, luego de China y Japón.      
                                           
Porque, a pesar de los problemas que aún tiene que enfrentar el pueblo ruso, ya esta no es la Rusia de los primeros años de la desaparición de la URSS, cuando las agencias de inteligencia norteamericanas lanzaron sus primeros ataques de estupefacientes, aprovechando las drásticas reformas que desangraban a las instituciones del orden público, y las fronteras del anteriormente aislado país se tornaron fáciles de cruzar por los enviados de los carteles narcotraficantes occidentales.          
                                                                                                        
Recordemos que las aduanas rusas y los servicios fronterizos heredaron de la época soviética muy poca experiencia para lidiar con la amenaza del narcotráfico, carecían completamente de preparación para enfrentar este desafío y los envíos de cocaína y heroína comenzaron a introducirse fácilmente.  
                                                         
Debilitar al país considerado enemigo potencial mediante el fomento de la drogadicción en su población –la juventud, los militares, los intelectuales— fue, y es, una prioridad para el Imperio que busca reducir el potencial humano ruso.                    

Por su parte, China, además de no dejarse provocar por la guerra comercial que le ha declarado Donald Trump, ha  desbaratado intentos separatistas -uno de ellos presente aún en Hong Kong- y tenido que vencer la suspicacia y  desconfianza de países europeos, gracias al presente Xi Jinping, quien logró adeptos para su proyecto de la nueva Ruta de la Seda, la cual, afirmó, tiene el potencial de transformar a su paso el pensamiento y la cultura no sólo en el denominado Viejo Continente, sino también en Asia, África y América Latina y el Caribe, sin tener en cuenta ideologías y estilos de gobierno existentes.

Muchos pudieran pensar que el propósito de este ambicioso plan pudiera ser el convertir a China como una hiperpotencia, pero no tienen en cuenta que el logro del proyecto tiene que realizarse con la aquiescencia voluntaria –sin imposiciones- de los involucrados y la existencia de una paz durable.

Ésta, aunque ahora parece lejana, no es imposible de conseguir, a pesar de los obstáculos interpuestos por un Trump, quien- al revés de Putin y Xi- es enemigo del multilateralismo, no tiene voluntad política para hacer el bien y está dispuesto a las peores opciones para la humanidad en su loco afán de lograr una reelección a toda costa.

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