Lula, digno: Enfrentando el peligro
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No sólo es la ultraderecha bolsonarista con sus medios y miles de evangelizadores que claman contra Lula, sino que Estados Unidos ya se ha puesto de frente con el fin de hacer imposible los planes del mandatario para que Brasil haga una política independiente, que en esto días se traduce en el apoyo a los esfuerzos conjuntos de Rusia y China en su afán de dar fin al conflicto en Ucrania.
Los voceros del Imperio, en su soberbia, ofendieron a Lula por dar crédito a las posturas de Moscú y Beijing al respecto, olvidando que el propio Presidente brasileño había propuesto la conformación de un grupo de trabajo con cinco países para que lograran la paz en esa región.
Pero hay más: los acuerdos de Brasil con China han puesto de punta los pelos de la jerarquía financiera estadounidense, al descartarse la utilización del dólar, así como el impulso que Lula le dio al grupo que integra el BRICS (por Brasil, Rusia, la India. China y Sudáfrica), algo que el anterior régimen de Bolsonaro nunca tuvo en cuenta y que solo aprovechó para fines propagandísticos.
Todo ello ha llevado a una situación en que ahora Lula esté aún más en la mira de los golpistas, pese a sus palabras de confianza en que los militares brasileños respetarán su mandato y que tienen históricamente desacuerdos con el hegemonismo norteamericano en lo que respecta a Brasil, pero, ¡vaya usted a saber!
El trabajo a realizar no es fácil, porque lo principales medios de comunicación han estando al servicio de la ultraderecha, que utiliza a su conveniencia la religión para demonizar al actual gobierno.
No sé si alguno de los lectores habrá visto las imágenes de los creyentes evangélicos de Brasil llorando de rabia y tristeza, con los brazos abiertos al cielo, por el triunfo de Lula, algo desconcertante y grotesco, además de mostrar la sustancia de la que se nutre la ultraderecha.
El triunfo limpio e inobjetable de Lula por apenas un 1.8% de diferencia es sumamente preocupante, pues indica que más de 58 millones de brasileños adoptaron como suyo un imaginario basado en el odio, la discriminación y el temor.
Está tan arraigado ese imaginario que, para obtener su victoria, Lula se vio obligado a formar una amplia coalición que incluye a la izquierda, los liberales y parte de la derecha. Algo así solo se había visto en los ’80 cuando se estructuró un movimiento de retorno a la democracia después de los años sangrientos de la dictadura militar.
En su emotivo discurso después de la victoria electoral, Lula describía su triunfo como “la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó encima de los partidos políticos, de los intereses personales y las ideologías, para que la democracia saliera vencedora”.
RECORDATORIO
Bolsonaro regresó hace muy poco a Brasil, luego de haber viajado al paraíso de la gusanera latinoamericana de Florida, y no sé si ahora enfrentará merecidos juicios por recibir joyas de una empresa a la que le hizo favores y por el intento golpista contra Lula a pocos días de iniciar su mandato.
El 8 de enero de este 2023 varios miles de sus seguidores irrumpieron en las tres principales instituciones democráticas de Brasil. El Congreso, el Tribunal Supremo Federal y el Palacio Presidencial en la Plaza de los Tres Poderes de la capital fueron saqueados durante varias horas en un intento de golpe de Estado.
Antes, el 30 de octubre último, los brasileños habían votado en su mayoría por Lula, el candidato del Partido de los Trabajadores, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, lo que le otorgó, como indicamos antes, una estrecha ventaja sobre el ultraderechista Jair Bolsonaro. Con un total del 50,9%, Lula consiguió dos millones de votos más que su adversario, de un total de 124 millones de votantes. Después de dos legislaturas consecutivas de éxito entre el 2003 y el 2010 y el 80% de opinión favorable, el antiguo líder obrero volvía al poder para un nuevo mandato de cuatro años, hasta el 2027.
Lula debía haber vuelto al Palacio Presidencial en enero del 2019 como candidato favorito de las elecciones de 2018, pero, tras una conspiración orquestada por el fiscal Sergio Moro -bien entrenado en Estados Unidos- en el marco del caso de corrupción Lava Jato para impedir su candidatura, fue condenado arbitrariamente en el 2017 a nueve años y seis meses de prisión – aumentados a 12 años en apelación– por corrupción pasiva y lavado de dinero, sin que se presentara ninguna prueba material ante el tribunal.
La Comisión de Derechos Humanos de la ONU condenó el juicio contra Lula afirmando que “violó su derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial, su derecho a intimidad y sus derechos políticos”. Lula pasó 580 días en prisión, de abril del 2018 a noviembre del 2019, lo que permitió a Bolsonaro hacerse con el poder sin dificultad.
El líder ultraderechista ni siquiera intentó guardar las apariencias y se apresuró a dar las gracias al fiscal Moro, nombrándolo Ministro de Justicia. En 2019 el Tribunal Supremo anuló la condena de Lula, denunciando la instrumentalización política del proceso en su contra.
ABIERTAMENTE FASCISTA
Bolsonaro es un sujeto abiertamente fascista. “Vamos directamente a la dictadura”, dijo en el pasado. Nostálgico del régimen militar brasileño que marcó al país entre 1964 y 1985, enemigo de los principios democráticos, el expresidente calificó en el 2019 de “héroe nacional” al coronel Carlos Alberto Astra, condenado por actos de tortura y barbarie por la justicia brasileña. Dilma Rousseff, presidenta de Brasil del 2011 al 2016, fue torturada por los servicios de Astra cuando era una joven militante revolucionaria.
Tras cuatro años de gobierno el balance de Bolsonaro fue singularmente negativo, marcado por el ultra conservadurismo, el fortalecimiento del poder de la Iglesia Evangélica, el discurso de odio contra las personas de color, las mujeres, la diversidad sexual y la izquierda. Su catastrófica gestión de la pandemia del COVID-19 convirtió a Brasil en uno de los países del mundo con mayor tasa de letalidad del mundo. Sus políticas antisociales dispararon la tasa de pobreza, con 33 millones de personas que pasan hambre. Bajo su mandato la deforestación de la Amazonia alcanzó niveles sin precedentes, con un aumento del 60%, destruyendo tierras indígenas y causando preocupación en la comunidad mundial. En el plano internacional sus políticas provocaron el debilitamiento de los lazos con muchos países.
GOLPISMO
A pesar de la transparencia de las elecciones del 2022, Bolsonaro siempre se ha negado a reconocer la victoria de su adversario, difundiendo rumores de fraude y calentando a su electorado, que ha multiplicado las acciones violentas desde el 2022, sobre todo bloqueando carreteras. Además, antes del asalto a los Tres Poderes, centenares de personas acamparon frente del cuartel general del ejército en Brasilia coreando el lema “S.O.S. Fuerzas Armadas”, exigiendo explícitamente una intervención militar para romper la legalidad constitucional e impedir el acceso de Lula al poder el 1 de enero de 2023, todo ello con el acuerdo tácito de Bolsonaro.
El presidente saliente no dudó en presionar fuertemente al Tribunal Superior Electoral para que anulara las elecciones. Pero el TSE se negó a ceder a las amenazas y validó el escrutinio, calificando sus acusaciones de “ridículas e ilícitas” y “ostensiblemente conspirativas contra el Estado democrático de derecho”. Incluso el Ministerio de Defensa concluyó que no hubo fraude en un informe de noviembre de 2022.
El 30 de diciembre de 2022, dos días antes de la ceremonia de investidura de Lula, Bolsonaro abandonó el país rumbo a Estados Unidos, negándose a cumplir con la tradición republicana de entregar la banda a su sucesor, símbolo de una transición pacífica. Era la primera vez desde el advenimiento de la democracia en 1985 que un presidente saliente se negaba a saludar al nuevo mandatario. Aquel año el general Joao Figueredo, último jefe de la junta militar, se negó a participar en la ceremonia de investidura del Presidente electo José Sarney.
Tal actitud fue incluso criticada públicamente por su vicepresidente saliente, el general Hamilton Morado: “Líderes que deberían tranquilizar y unir a la nación en torno a un proyecto de país han permitido que su silencio o su protagonismo inoportuno y dañino creen un clima de caos y desintegración social”.
Para simbolizar la nueva etapa para el pueblo brasileño, especialmente para las categorías más indigentes, Lula eligió a una mujer de 33 años recolectora de basura, Aliñe Sousa, para entregarle la banda presidencial.
En su discurso de investidura recordó la larga y difícil batalla que lo llevó a la victoria, denunciando el uso de fondos públicos con fines electorales. Presentó un requisitorio contra el gobierno saliente por “destruir las políticas públicas que promovían la ciudadanía, los derechos esenciales, la sanidad y la educación”. Prometió a los brasileños una “vida digna, sin hambre, con un acceso al empleo, la sanidad y la educación”.
BATALLA POR GANAR
Lula ha reafirmado una política independiente con programas sociales que tratan de eliminar a esa eterna pobreza, aunque todavía tiene que ganar la batalla de la comunicación con las masas, colmadas y acorraladas por medios al servicio de la oligarquía y el imperialismo, que ahora, a instancias de Washmgton, pueden avanzar su fuerza contra la gobernanza popular.
Como explicó el analista José Arbex al colega Carlos Alberto Almeida, “Beto” en Latitud Brasil (Telesur), urge el trabajo de los comunicadores populares que debía realizar el actual gobierno como algo extremadamente necesario e impostergable para contrarrestar todas esas falsedades que obnubilizan el entendimiento y hacen que muchos se dirijan hacia una hoguera que los devastaría, presos del analfabetismo político y una religión utilizada para el mal.
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