La Otra Historia: Tanto va el cántaro a la fuente…
especiales
El general español Arsenio Martínez Campos
El fracaso del plan de la Fernandina, la urgencia de una ley Abarzuza y la conspiración independentista se sentía en el aire caribeño de la isla. Así, comenzaba el año de 1895 en Cuba. En cambio, en el frío continente europeo al viejo general Arsenio Martínez Campos no le asombra la víspera de un nuevo estallido mambí. La guerra necesaria estalla en Cuba el 24 de febrero de 1895, con levantamientos dispersos y con mayor fuerza en el oriente del país. En España, la prensa y la opinión pública comienzan a atacar a Sagasta, él cual dimite y se crea un nuevo gobierno con Cánovas del Castillo.
Martínez Campos, quien pronosticó desde antaño, que Cuba seguiría lanzándose a la guerra mientras no tuviera su independencia, nunca quiso cruzar el Atlántico a salvar una colonia, que daba por perdida. Sin embargo, los hechos se concatenan.
La reina regente, Cánovas y el pueblo español entero esperan del pacificador salvar a la valiosa Cuba. El gobierno lo designaba como capitán general, con el propósito de terminar la nueva insurrección en la Isla. El general acepta, pero le ronda constantemente el pesimismo. Cuentan que el día de la despedida en Madrid se le escuchó murmurar: “Quién sabe! Quién sabe! Lo de ahora no es lo de entonces. Tanto va el cántaro a la fuente…”Pareciera que el general esperaba irremediablemente la derrota. La reina regente dudo de la elección del militar y vislumbró el fracaso, pues: “le vio descorazonado y pesimista, quedó convencida de que no era el hombre para dirigir la guerra”.
En contra de su buen juicio, el general Arsenio Martínez Campos regresó a Cuba para abril de 1895. Su periplo en Cuba fue tortuoso, organizó las tropas metropolitanas, pero cometió fallos básicos, que un general de su talla no se lo permitiría. El clima no lo ayudó, ciclones y aguas torrenciales detenían a sus tropas y no así a los insurrectos. El telégrafo, su medio de comunicación para las órdenes militares urgentes era cortado, inexplicablemente. Ante el mínimo avance mambí pedía la dimisión. Por ejemplo, cuando Máximo Gómez comienza su campaña hacia el Camagüey, en junio de 1895. Martínez Campos telegrafió: “que habiendo invadido los insurrectos el Camagüey, cosa que creía imposible y que no había podido evitar, su política y su misión habían fracasado, y por consiguiente ofrecía su dimisión”.
Mientras los mambises tenían un impulso arrollador, el viejo general no quería imponer la crueldad y la fuerza a los cubanos. No quería ni estar, ni mandar en esta guerra. Se percató de que la mayoría del pueblo cubano apoyaban, al menos secretamente a la insurrección armada. En fin, el político sagaz vio que Cuba – en su inmensa mayoría- quería la independencia de España. Su única esperanza de salvaguardar la colonia de Cuba para España era instaurar el autonomismo.
Antes de poner un pie en Cuba, conocía del rechazo de la propuesta de las reformas de Maura, tanto por peninsulares e insulares. Por lo menos, creyó que podía implantarse la aprobada y tenue ley Abarzuza y ni eso pudo hacer. Se aplazó su aplicación porque Cánovas defendía que parecerían indulgentes ante la protesta armada. La propuesta resolutiva autonómica de Martínez Campos para el caso Cuba no era ni escuchada, ni aceptada, ni valorada por Cánovas, ni por Romero Robledo, ni por la reina regente, ni por la mayoría del gobierno metropolitano.
La propuesta autonómica de Martínez Campos tenía como principal propósito evitar la pérdida del dominio de las últimas colonias de ultramar, los territorios y riquezas que le venían quedando del otrora gran imperio español. Cuba se convertía en provincia española y sus provechosas ganancias seguían siendo disfrutadas por la península ibérica. Esta propuesta le convenía más a España que a Cuba.
El hombre Arsenio tropezaba contra el mismo muro, dos veces en la historia de su carrera política y estaba, completamente, decepcionado. Ese fue el pesimismo que le notó la reina regente, un pesimismo que nacía de la decepción. Si no aceptaban su proyecto de reformas para la colonia de Cuba, pues que lo excluyeran del asunto, no quería liderar una guerra que no le veía ningún sentido. De antemano advertía su derrota porque para él la guerra sin cuartel no era la forma de salvaguardar Cuba. Martínez Campos se rindió, antes de lanzarse a la guerra.
La alternativa autonómica no era una posibilidad para la metrópoli. Sus constantes pedidos de dimisión no fueron aceptados. Disciplinadamente, continuó en sus labores de organización de las tropas españolas y desenvolvimiento de algunas acciones combativas. Posterior a la derrota en Peralejo, envía carta confidencial a Cánovas donde se convence de lo inevitable de aumentar la dureza en la guerra. Pero, “no puedo yo representante de una nación culta, ser el primero que dé el ejemplo de crueldad e intransigencia, debo esperar a que ellos empiecen”
“(…) Podría reconcentrar las familias de los campos en las poblaciones, pero necesitaría mucha fuerza para defenderlos; ya son pocos en el interior los que quieren ser voluntarios: segundo, la miseria y el hambre serían horribles, y me vería precisado a dar ración, y en la última guerra llegué a dar 40 000 diarias, aislaría los poblados del campo, pero no impediría el espionaje: me lo harían las mujeres y chicos, tal vez llegue a ello, pero en un caso supremo, y creo que no tengo condiciones para el caso. Solo Weyler las tiene en España, porque además reúne las de la inteligencia, valor y conocimiento de la guerra. Reflexione usted, mi querido amigo, y si, hablando con él, el sistema lo prefiere, usted no vacile en que me remplace, pero yo tengo creencias que son superiores a todo y me impiden los fusilamientos y otros actos análogos.”
Aunque de todos modos opina que, después de ganar está, “antes de doce años tenemos otra guerra” en Cuba.
Esta misiva se analizó por el jefe de gobierno, Cánovas y el ministro de Estado, duque de Tetuán, quienes no compartían su idea de hacer cambios en los nombramientos y la estrategia política. Por su parte, los mambises se preparaban para su campaña de invierno, extenderse por todo el territorio nacional y emprender la invasión a Occidente. Esta campaña militar es considerada como una de las hazañas militares más significativas del siglo XIX y fue una total derrota para España y para Martínez Campos. El general telegrafió nuevamente al duque de Tetuán: “Mi fracaso no puede ser mayor. Enemigo me ha roto todas las líneas, columnas quedan atrasadas. Comunicaciones cortadas. No hay fuerza entre enemigo y La Habana, pues no han llegado a Batabanó los batallones que ordené hace cinco días”
A partir de su fracaso militar se extendió una negativa campaña en su contra por la opinión pública. Solo los autonomistas lo apoyaban porque ni él mismo quería seguir en su compromiso bélico: “yo no dimito frente al enemigo, no defiendo tampoco el puesto: seguiré en él mientras lo crea el gobierno conveniente”. A principios de 1896, entrega su mando al teniente general Sabas Martín y regresa a la península. Su sustituto como capitán general fue Valeriano Weyler.
Quien no está convencido de su designio, de su posible victoria, antes de intentarlo va rumbo a la derrota. El fracaso de Martínez Campos fue primero político y después militar. En definitiva, no era esta la guerra que él quería mandar. Fue reconocido por Weyler como “el mayor prestigio militar de España”, por eso el gobierno no debió exponerlo a semejante fracaso. Regresa a la península, con la certeza de la perdida de toda esperanza de conservar Cuba. El general Martínez Campos después de la derrota de la campaña de invierno en Cuba, se retiró de la vida pública hasta su muerte en 1900 en Zarauz.
Solo me queda en el tintero una aclaración, comprender a Martínez Campos en su contexto y su ideología solo nos descubre nuevos matices del conflicto colonia-metrópoli, no es una apología al enemigo español. El colonialismo español era un freno para el desarrollo socioeconómico político de la isla y oprimía a los cubanos del siglo XIX. Un político lúcido podía percatarse que también era un freno para la misma metrópoli, no ceder ante el derecho de autodeterminación e independencia de Cuba. En este caso sobresale del análisis, que más allá de trampas políticas e intereses de clases, la opción más viable para Cuba, ni era la autonomía ni el anexionismo, era sin lugar a dudas la independencia. En síntesis, siempre como derrotero el viejo anhelo de Félix Varela: deseo que Cuba sea tan independiente en lo político como lo es en la naturaleza.
Pd. Como siempre recomiendo la lectura de las fuentes utilizadas para profundizar en el tema:
- Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales (1868-1898) de María del Carmen Barcía, Gloria García y Eduardo Torres Cuevas.
- Historia mínima de España de Aurea Matilde Fernández Muñiz
- La última campaña del general Martínez Campos: Cuba, 1895 de Luis Navarro García.
Añadir nuevo comentario