Kamikazes del asfalto

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Kamikazes del asfalto
Fecha de publicación: 
29 Diciembre 2022
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Fotografía tomada de Internet

Aunque las temperaturas están más que frescas y cualquiera se pudiera congelar a la intemperie, por estos días de lluvia me llama mucho la atención la cantidad de muchachos cazando carros para deslizarse en las calles mojadas, como si patinaran en la pista de hielo Rockefeller, en Nueva York. Pero no, no hay una gran masa helada, es asfalto, pavimento duro, resbaloso y mortal.

No es un asunto nuevo, es casi histórico en avenidas e intersecciones como cualquier semáforo de Boyeros; 60 y 31, en Playa; 100 y 51, en Marianao; o Cuatro Caminos, entre Habana Vieja y El Cerro.

Actúan en manada. Parecen un enjambre de hormigas sobre un terrón de azúcar. Se agarran de camiones, guaguas, cualquier tipo de vehículo, aunque prefieren los que son altos para pasar desapercibidos. Suelen ir a pie, pero también pueden aparecer en bicicleta o patines.

Por lo general son muy jóvenes. A veces entre ellos se encuentra algún manganzón que quiere pasar por pepillo, y, por el contrario, hace el ridículo. Andan en chancletas, con poca ropa. Se les nota la euforia, les gusta la algarabía.

Actúan bajo no sé cuál motivación, cegados por el interés único de divertirse, de sentir la adrenalina, de retar la suerte, no sé. Kamikazes les digo porque no hay manera de ver el hecho sin peligro. El costo es altísimo. ¡Tantas vidas se han perdido así, tantos accidentes provocan!

Por otro lado están los conductores. Cuando se percatan del enganchado, montan en cólera. Reaccionan de modos diversos. Los hay quienes detienen el carro a esperar que se aburran y tomen a otro por presa; otros aceleran en zigzag queriendo que desistan, pero esa actitud bien puede provocar una desgracia. También no pocos se alteran, les gritan, los amenazan, y algunos hasta se desmontan y llegan a enfrentamientos físicos.

Sin embargo, ellos, los kamikazes, responden bajo el efecto del rebaño, envalentonados por el grupo, impulsados por el deseo de retar e imponerse. El que se cansa, pierde.

Muy bien conocen las historias de otros que no sobrevivieron porque resbalaron debajo de una goma, se precipitaron hacia el contén a cien kilómetros por hora, u otras mil formas de morir. Igualmente saben de quiénes corrieron con mejor suerte al resultar mutilados y viven ahora a media capacidad, o al cuidado de otros. Pero no les importa. En este momento solo buscan altas emociones, vivir el momento. No piensan en el futuro, en buscar el pan mañana, en abrazar a la abuelita en fin de año, o tener un hijo en agosto.

No basta llamarles la atención pacíficamente, ni zarandearlos; tampoco explicarles el riesgo. A veces ni siquiera escarmientan con un rasguño, pero luego sí se arrepienten cuando el mal es mayor, cuando casi no hay tiempo para la despedida.

Llueve, la calle está mojada, y allí están los kamikazes del asfalto esperando la luz verde para arrojarse hacia el primer carro que pase y les sirva de trampolín hacia la felicidad o la muerte, da igual, la dopamina es la misma.

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