El prisionero 88

El prisionero 88
Fecha de publicación: 
18 Mayo 2023
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Imagen: 

Fotografía tomada de Internet

Este mes de mayo hubiera cumplido 100 años Sigmund Sobolewski, el sobreviviente del Holocausto reconocido con el número 88, según los registros de su primera reclusión en Auschwitz, el más famoso campo de concentración y exterminio de la Alemania nazi en los territorios polacos ocupados durante la Segunda Guerra Mundial, donde fueron asesinadas más de un millón de personas.

Como casi todos, Sigmund resultó prisionero injustamente recién iniciada la contienda bélica que acabó con la vida del 2% de la población mundial de entonces (esta cifra varía, según la fuente, pero sin duda es escandaloso el saldo). Fue de los primeros en ingresar a esa cárcel, en junio de 1940, a pocos días de su inauguración, y allí pasó los peores momentos de su vida durante casi cinco años.

Nacido en Polonia el 11 de mayo de 1923, Sigmund tenía solo 17 años cuando se lo llevaron a la fuerza en una madrugada, quizás porque cuando los uniformados alemanes llegaron a su casa buscando a su padre, dirigente sindical obrero, y no lo encontraron, decidieron no irse con las manos vacías y arremetieron contra su hijo. Forcejearon con él, lo arrastraron para conducirlo a su próximo destino, sin explicaciones.

Así, de la nada, a Sigmund le cambiaron su espíritu; tuvo que modificar su comportamiento social, endurecer su carácter para no destacar y pasar desapercibido. En Auschwitz lo maltrataban física y mentalmente, sufrió experimentos médicos en su propio cuerpo, soportó tortura y trabajo fuerte de diversos tipos; además, vio decaer y morir a muchísimas personas. Fue una experiencia demasiado cruel, difícil de vencer, y las secuelas le acompañaron hasta el último de sus días.

Aunque era muy joven aún cuando consiguió salir del campo, nunca lo superó del todo: no escuchaba de un oído y apenas podía mover la pierna izquierda, también aguantaba terribles dolores en músculos y huesos, producto de las palizas a las que fue sometido. Sin embargo, los daños más importantes fueron psicológicos, e igualmente los más complicados de tratar.

Jamás pudo sobreponerse a haber visto grandes cantidades de cadáveres. Según contó en entrevistas, esa imagen le acompañó despierto y dormido durante toda su existencia. Asimismo, recordaba con mucho horror el constante hedor a carne humana quemada, era insoportable —como decía él mismo— el olor del sufrimiento por todo el lugar.

Afortunadamente, fue de las pocas personas en sobrevivir para contar su calvario y dedicarse a alzar su voz contra el fascismo, el neonazismo moderno y el antisemitismo. Desde su liberación en 1945, fue un activista incansable por los derechos humanos y en contra de toda filosofía cercana al nazismo, aquella ideología de extrema derecha que le dejó huella profunda para siempre.

Con una historia cargada de angustias, Sigmund divulgó, hasta el cansancio, las atrocidades del Holocausto y sus consecuencias, y luchó para que Alemania Occidental ofreciera compensación a los prisioneros, como él, y a sus familiares. Gracias a su experiencia contada en primera persona, el mundo pudo conocer un testimonio más de cómo fue sobrevivir a más de 1 500 días de reclusión en uno de los regímenes totalitarios más sangrientos que han existido.

Posterior a su liberación a principios de 1945, vivió en Canadá por más de medio siglo, y murió en Cuba, a los 94 años de edad, en agosto de 2017, luego de, a pesar de los traumas, formar familia con una mujer cubana y tener tres hijos.

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Fotografía tomada de Internet

Comentarios

Increíble que después de tantos sufrimientos aún en personas vivas, se esté apoyando el resurgimiento del fascismo en Europa principalmente
gustavo.hernandez@etecsa.cu

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