El Club Antiglobalista: The New York Times compara Wikipedia con la catedral de Reims

El Club Antiglobalista: The New York Times compara Wikipedia con la catedral de Reims
Fecha de publicación: 
17 Septiembre 2020
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La Catedral de Notredame incendiada.

Una humanidad sin genio es una humanidad bajo decreto, aplastada por una dictadura…

¿Nos quieren volver más estúpidos de lo que ya somos?, muchos coinciden en que este siglo nos trae, entre tantas epidemias, un deseo malsano por aparecer como lo que Nietzsche describió como la “bestia rubia”, un ser deshumanizado y lejano de cualquier paradigma de la moderna ética y de la justicia y el equilibrio. No en balde las academias ponderan más la cita que el pensamiento propio, la norma referencial por encima de la lucidez y, en definitiva, el mercado de la idea más que la idea en sí. 

Se llama posmodernidad y la podemos ver en cualquier sitio. Recién el diario The New York Times publicó que Wikipedia y Google eran como las catedrales de Reims y demás ciudades medievales. La comparación se hizo para rebajar la noción del genio artístico, que hay detrás de las grandes obras que nos anteceden (léanse los Conciertos de Brandemburgo de Johan Sebastián Bach o las pinturas de Picasso). 

En el vacío que, según este columnista, nos dejaron los genios y la vanguardia ya muerta, se halla el nuevo paradigma de la empatía, donde no se buscan ya la razón, la belleza o el equilibrio, sino simplemente un rompimiento que, por brusco, remueva lo que existe aunque se trate de quemar catedrales y columnas de la época de la Grecia de los dorios. 

La imagen nos remite a los libros del pensador alemán Federico Nietzsche, en los cuales se hacía un llamado contrarrevolucionario a derribar los símbolos de la modernidad, en pos de un tiempo ahistórico, o sea fuera de cualquier contextualización de la política, el pensamiento y la ideología. Lo que los medios de prensa hegemónicos de ahora nos proponen no es una libertad real, que luche en contra de las tantas desigualdades frutos de un sistema que se roba el plusvalor del trabajo del obrero; sino una seudo revolución, en la cual la narrativa nos trae fantasmas consabidos, con disfraces de feria. Quizás la televisación de la Catedral de Notre Dame en llamas nos dé con mayor claridad de qué van los paradigmas anti modernos de esta era: no se trata de libertad, sino de que se inviertan los polos sociales, cambiarlo todo para que nada cambie. 

Ya varios pensadores del presente nos advirtieron que la imposición de un dogma posmoderno de lo políticamente correcto está reventando los contenidos de la realidad y su sistema de conocimiento. Mientras los amos del mundo nos invitan a que renunciemos al sujeto y al saber, en beneficio de la empatía y lo moldeable, las grandes fortunas siguen comprando acciones en la bolsa hasta dejarnos sin un centavo siquiera para comer y pagar una deuda cada día más creciente. Todo porque lo políticamente correcto así lo dicta, con el beneficio consecuente de la dictadura de los likes y los compartidos. ¿Es racional algo así? Nadie se lo pregunta, la gente pasa, con la rapidez de las redes, de una cosa a la otra, en una existencia inauténtica, de rebaño, ovejuna, como le conviene al poder. 

Sí, nos están volviendo más estúpidos. Y lo hacen mientras venden la imagen de que se alcanzan la felicidad, la empatía y la democracia mediante el universo en apariencia horizontal de las redes. Somos la “bestia rubia” descrita por el pensador alemán. Personas que más allá de la justicia, buscamos una portada de una revista que nos llame justos, ya que nos interesa mucho lo que se diga, lo que se propague. La esencia solo es cuestión de una modernidad tardía, que algunos trasnochados nos enfermamos en defender. 

Nos quieren decir que, en la nueva humanidad, no harán falta el genio, ni otras categorías, ya que será un mundo sin lógica, o más bien con una razón utilitaria. Y no solo se trata de incendios reales, como las llamas sobre la catedral, sino de fuegos fatuos pero dañinos, silenciadores, que en la conveniencia del poder irán a este o aquel rincón del mundo para servir como arma selectiva en el campo político. Las palabras-mordaza no se inventaron en la posmodernidad, sino que provienen de mucho antes, quizás un ejemplo preclaro sea el uso del vocablo comunista en los ambientes del macartismo del siglo pasado. 

La derecha tradicional ha sabido apropiarse del lado oscuro de toda causa noble para criminalizar a los oponentes, perseguirlos, ponderar un dominio mediático. La actual cultura de la estupidez es además retroactiva, mentirosa e inquisitoria. No se trata de lo que tú pienses, sino de lo que otros (más importantes supuestamente) digan de ti. 

Pero la posmodernidad no se detiene ante el genio, sino que incendia las columnas de la catedral, para dejarnos en la era druídica de las piedras desnudas y profesando dogmas supersticiosos. A eso se dedica el columnista mediocre de The New York Times, para ello cobra su jugosa tajada, mientras juega a proclamar la era de las catedrales apócrifas. 

Una humanidad sin genio es una humanidad bajo decreto, aplastada por una dictadura de lo uniforme, sin los colores de la imperfección, del error, sin la luz de la pluma que traza el monólogo de Hamlet, o la paleta que con descuido casi de ángel pinta los rostros deformes de los condenados en los techos de la Capilla Sixtina. Preocupa, porque la envidia y el demonio que laten detrás de la “bestia rubia” no dejarán en pie más que el humo sobre la catedral y un mundo sin memoria. En tal sentido, recordemos que en la novela 1984 de George Orwell, la neolengua era un idioma en el cual las palabras significaban su contrario. Justo lo mismo que sucedía en Auschwitz, donde la frase “el trabajo os hará libres”, apuntaba a que, quienes entraron, solo salieron convertidos en humo y ceniza a través de las chimeneas del crematorio. 

Nuestra catedral no solo es como la de Reims, sino invisible y por ello más real y necesaria, no susceptible de convertirse en la Wikipedia manipulable de un sistema que miente de forma compulsiva. 

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