Democracia imposible
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Cuéntame un conocido fiable que en el estado norteamericano donde reside, Georgia, se repartió dinero a tutiplén, desde la populosa Atlanta a la bella y florecida Swanee, pasando por Cherokee, mientras los supremacista blancos exhibían músculos para asegurar el triunfo a Donald Trump en un estado que siempre ha sido republicano; pero todo salió al revés, por la atmósfera creada en torno a la COVID-19, esa pandemia que el mandatario descuidó y fue a la larga la que le costó perder ante el demócrata Joe Biden.
Lo más peculiar de esas elecciones fue la polarización imbuida por la política de Trump que hizo romper récords de votación para ambos contendientes, algo muy poco común en una sociedad no acostumbrada a votar plenamente, mientras la mayoría se dedica a trabajar, porque no es día festivo, o tiene muy poca fe de que algo cambie.
De todas maneras, la campaña fue la más costosa históricamente, un derroche de dinero que bien pudiera servir para fines más justo en una sociedad cada vez más necesitada de atención social, a pesar de que Estados Unidos es la principal potencia económica del mundo.
En esta ocasión, si importó quien fue el que perdió, independientemente de que siga predominando el concepto neoliberal y Don Dinero haga que la democracia sea un simple sustantivo carente de contenido.
Mientras esto sucedió en Estados Unidos, en los más recientes comicios europeos todos los candidatos se circunscribieron en mayor o menor medida al dictado de los entes económicos predominantes, y quienes triunfaron no difirieron mucho de los derrotados en lo que a promesas se refiere.
Hasta el más progresista tuvo que aceptar desde el inicio lo que la Unión Europea y los bancos le dictaban. Ambas partes se utilizan mutuamente, por lo cual la democracia queda a un lado. Claro que los votantes intentaron castigar a las cabezas visibles de la crisis existente, problema hereditario muy difícil de resolver mientras haya tanta iniquidad.
Paul Craig Roberst, quien fue secretario adjunto norteamericano del Tesoro, cuestionó duramente al establishment al que sirvió: “El gobierno de EE.UU. y sus títeres de la OTAN han estado matando hombres, mujeres y niños musulmanes durante una década en nombre de la democracia. Pero Occidente de por sí, ¿es un bastión de la democracia?”
Si en alguna ocasión la democracia sirvió para liberar a los pueblos del poder de reyes, aristocracia y gobiernos corruptos -aunque siempre con el símbolo de dinero en la frente-, hoy las élites occidentales pisotean todo lo que pueda restarle ganancias.
Y si alguna vez la democracia existió realmente en la sociedad capitalista, ahora es esgrimida como una mentira, un timo de los más ricos, que no creen en ella.
Recuerdo que Assad Masjul Saleme (Alfonso Musa Saleme en Cuba 1900-1995)), un zapatero libanés, cristiano maronita, se negó siempre en la seudorrepública a aceptar la ciudadanía cubana para no verse presionado a votar: “¿Para qué? ¿Para votar por políticos corruptos?” Cauteloso en política, durante dos estadías en el Líbano, en 1969 y 1981, desmintió las calumnias que publicaba la prensa local contra la Revolución y a aquellos que llamaban a “elecciones libres”.
El especialista Blas A. Cuevas señalaba que los imperialistas le recordaban a la película “La Guerra de las galaxias”. En esta, el emperador lleva una máscara protectora, que no es más que las de los falsos demócratas y amantes de la libertad, y preguntaba: “¿Usan la palabra libertad a modo de hipnosis? Me temo que sí y que la mayoría de quien la escucha está previamente hipnotizado, incluidos los candidatos a la presidencia de hoy y de ayer. Esa sí que ha sido una abducción nada extraterrestre. En el capitalismo, los únicos libres son los explotadores”.
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