¿Comprar la felicidad?

¿Comprar la felicidad?
Fecha de publicación: 
7 Noviembre 2017
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                                               —¿Y para qué te sirve poseer las estrellas?
                                               —Me sirve para ser rico.
                                               —¿Y para qué sirve ser rico?
                                               Para comprar otras estrellas, si es que alguien las encuentra.

                                                                                                              El Principito.
                                                                                                                                                            Saint Exúpery

No es la inmortalidad, ni la riqueza, ni la conquista de otros planetas; la especie humana continúa luchando a brazo partido por conquistar la felicidad.

Se trata de una añeja cruzada. Desde hace milenios, los habitantes de este planeta persiguen esa meta.

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Y hace apenas un puñado de días, a finales de este octubre, cierto residente en la ciudad alemana de Hamburgo, quien quiso reservar su identidad, decidió comprar a una casa de subastas en Jerusalén un par de notas donde, supuestamente, se revelaba el secreto de la felicidad. Las firmaba Albert Einstein.

El anónimo comprador, que hizo sus gestiones por teléfono en la subasta, abonó la contundente cifra de 1,5 millones de dólares por una de esas notas y 240 mil por la otra.

Historia de dos papeles

Corrían los finales de 1922 y el hoy considerado entre los padres de la Física Moderna se encontraba de gira por Asia impartiendo conferencias académicas, cuando por telégrafo le llegó la notica: había ganado el Premio Nobel de Física.

No pudo trasladarse a Estocolmo a recibir personalmente el preciado galardón, pero a la capital japonesa ya había llegado la buena nueva y le recibieron con bombo y platillo. Tanto es así, que en el Hotel Imperial de Tokio, donde se alojaba, al científico de 43 años le embargaban los más encontrados sentimientos de orgullo, modestia y hasta confusión por su fama de estreno.

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Fue entonces cuando un mensajero se personó en su habitación con algún envío. No ha quedado claro si el mandadero no quiso aceptar propina, de acuerdo con las costumbres japonesas de ese momento; si, conociendo tales hábitos, Einstein no se la ofreció; o si quiso dársela, pero no tenía efectivo.

Lo cierto es que optó por gratificarle el servicio de una manera original y asentada en su recién adquirida popularidad. Con su caligrafía rápida y de letra breve, anotó en un par de hojas algunas oraciones y se las tendió al hombre comentándole: «Si tienes suerte, estas notas serán mucho más valiosas que una simple propina».

El autor de la Teoría de la Relatividad no imaginaba cuán valiosas llegarían a ser 95 años después.

En un folio de 13 por 21 centímetros con el logotipo del hotel japonés, podía leerse: «La calma y una vida modesta traen más felicidad que la persecución del éxito con la constante inquietud que se combina».

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En el otro papel, más pequeño, de 14 por 18 centímetros, y también en alemán, había anotado: «Cuando hay voluntad, hay un camino».

A propósito de ambos mensajes, entre los que asoma cierta contradicción, Roni Grosz, el archivista a cargo de la mayor colección de Einstein en el mundo, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, comentó a la prensa que, aunque desafortunadamente nunca podrá saberse si se trataba de una reflexión personal del físico sobre su fama, al menos ofrecen indicios sobre sus nociones acerca de la felicidad.

Y tan relativa es la dicha, que el mensajero destinatario de tales apuntes no se benefició en lo absoluto con ellos, pero sí su sobrino, quien los llevó a subasta cuando la Teoría de la Relatividad sumaba ya 102 años de planteada.

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Una relativa y escurridiza

El estudio «Ganadores de lotería y víctimas de accidentes: ¿es la felicidad relativa?», del profesor Christopher Hsee, de la Chicago School of Business, evidenció que aquellos que ganaron grandes premios, a la larga y también a la mediana, resultaron no ser más felices que quienes no los ganaron.

Según la investigación, los ganadores se acostumbran a su nuevo nivel de riqueza que, pasado un tiempo, llega a resultarles cotidiano y, por tanto, no deseable. Es el fenómeno conocido como la noria hedónica, el mecanismo psicológico mediante el cual, una vez saciado un deseo, otra necesidad ocupa su lugar y permanecemos tan insatisfechos como antes.

De hecho, la felicidad no es el dinero ni se compra con dinero. De acuerdo con la doctora Sonja Lyubomirsky, profesora del departamento de Psicología de la Universidad de California, entre las voces más autorizadas actualmente en la llamada psicología positiva y autora de los volúmenes La ciencia de la felicidad y Los mitos de la felicidad, esta puede concebirse como «la experiencia de la alegría, satisfacción o bienestar positivo, combinados con una sensación de que la vida de uno es buena, significativa, y que vale la pena».

Empleando igual frase, el conocido profesor de la facultad de Psicología de la Universidad de La Habana coincidió, en líneas generales, con esta experta durante un debate sobre la felicidad de los cubanos, efectuado en septiembre último en el Centro Cultural Félix Varela.

Calviño, también conocido por su programa televisivo, expresó que la felicidad no puede ser analizada desde una perspectiva unidireccional, pues está en dependencia de las experiencias, valores humanos, sentimientos. «Es episódica, no es de naturaleza racional», reportó IPS.

Recordó que «la vida cotidiana del cubano de hoy es extremadamente rigurosa», pero resulta «interesante que en múltiples vocaciones religiosas y filosóficas, la felicidad está en el ejercicio de la superación de los rigores de la vida».

«La felicidad es su búsqueda. El llegar está en el andar. Creo que hay un don primario en todo ser humano: nacimos para construir la felicidad, para ser felices, porque el único modo de triunfar en la vida es sentir que vivir vale la pena», dijo Calviño.

En tanto los estudiosos continúan tributando a la definición de la felicidad e indicando caminos para conseguirla; mientras cantantes, poetas y también los vecinos que aguardan en la cola del pollo por pescado hacen sus contribuciones al concepto, el nieto de mi amiga se extasía contemplando a una lagartija que disfruta del sol.

El señor que pagó millón y medio por los apuntes de Einstein, probablemente ande tan tenso y apurado sacando cuentas en subastas, que no tenga tiempo para descubrir a la lagartijita, tan plácida, tan feliz.

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