Kennedy: Prioridades y límites

Kennedy: Prioridades y límites
Fecha de publicación: 
4 Noviembre 2013
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Al llegar a la Casa Blanca, los presidentes norteamericanos llevan un programa y reciben un legado que puede transformarse en lastre. A Barack Obama, por ejemplo, la herencia formada por dos guerras, una crisis mundial y una confrontación global contra el terrorismo mal encaminada, le han impedido avanzar con su programa. Así le ocurrió a John F. Kennedy, con el hándicap de que en lugar de 8 años, él solo dispuso de 1000 días.

Debutar con un fracaso que combinó las esferas política y militar, en las cuales el imperio presume de invencible y, por añadidura, hacer el papelazo frente a un país que cabe casi 100 veces en Estados Unidos y cuyo ejército estaba formado por milicianos, es para cualquier administración norteamericana la mayor debacle que pueda ser imaginada. Así sucedió con Kennedy en Bahía de Cochinos, y eso explica por qué Fidel Castro se convirtió en una obsesión.
    

En la coyuntura de 1960, en plena Guerra Fría, a 15 años del fin de la II Guerra Mundial y a siete del conflicto en Corea, JFK avanzó en la zaga del estilo de gobernar de Dwight Eisenhower, el más renombrado de los generales norteamericanos, y Richard Nixon, exintegrante del Comité de Actividades Antinorteamericanas, que legaron una agenda tóxica: derrocar a Fidel Castro, asegurar la supremacía militar y coheteril frente a la Unión Soviética, prevalecer en la carrera espacial, preservar el insostenible estatus de Berlín Occidental y resolver el entuerto de Vietnam. La conspiración no le permitió alcanzar ninguno de aquellos objetivos.

Para llevar a cabo su programa, Kennedy creó una administración básicamente tecnócrata formada por jóvenes políticamente idealistas y administrativamente competentes, en la cual figuraban su hermano Robert, al frente de la Secretaría de Justicia, un puesto clave para la cuestión de la integración racial, y Robert McNamara en la Secretaría de Defensa, quien propuso sustituir la doctrina de «represalia masiva» por la de «respuesta flexible» frente a la Unión Soviética.

En el ámbito interno, la segunda administración demócrata de la posguerra trató de corregir lagunas relegadas por Eisenhower, empeñándose en detener la inflación, mejorar la administración federal, aumentar los salarios y controlar los precios, proveer incentivos económicos y reformas fiscales para favorecer la generación de empleos, fomentar las obras publicas y mejorar las políticas sociales, principalmente la educación pública; Kennedy, además, confrontó a los barones del dinero, promoviendo la limitación de las atribuciones de la Reserva Federal para crear y prestar dinero al gobierno.

Su mayor batalla y cuyos resultados no pudo ver concretados en vida, se relacionan con la lucha por los derechos civiles, principalmente contra la segregación y la discriminación racial, que le valieron la crítica de Martin Luther King, que durante su administración marchó sobre Washington y ante 250 000 personas expuso su sueño. No obstante formar parte de su legado, las medidas más decisivas en ese ámbito no fueron adoptadas hasta 1964, cuando él ya había muerto.

Comparada con la Doctrina Truman de contención del comunismo, que condujo a la Guerra de Corea, y la estrategia de «represalia masiva» de Eisenhower, la moderación y la prudencia propuestas por JFK, hábilmente manipuladas, lo presentaban como una «paloma» y como un peligro para la hegemonía norteamericana.

No haber apoyado con la aviación a los anticastristas de Bahía de Cochinos, no reaccionar con brutalidad ante la construcción del Muro de Berlín, y no jalar el mantel en la Crisis de los Misiles en Cuba, fueron presentadas como pruebas de esas acusaciones que, en conjunto, pueden haberle costado la vida. Algo es seguro: nunca se sabrá quiénes estuvieron detrás de los que jalaron el gatillo.

Debido a lo fugaz de su presencia, no es posible evaluar a Kennedy por su obra, sino por sus intenciones y por su desempeño en el manejo de las dos grandes crisis de la Guerra Fría, que será nuestra próxima entrega. Allá nos vemos.

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