ARCHIVOS PARLANCHINES: Lola Cruz, de la opulencia a la ruina

ARCHIVOS PARLANCHINES: Lola Cruz, de la opulencia a la ruina
Fecha de publicación: 
24 Julio 2020
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Lola Cruz: una de las musas de Lecuona.

Cuando se piensa en la hermosura, en las ganas de vivir a pleno pulmón y en el amor convertido en delirio, se evoca enseguida en la Lola Cruz de Ernesto Lecuona, autor, además, de la Damisela encantadora, el tema principal de esta zarzuela, una de las más conmovedoras y representadas de la escena teatral cubana.

Lo que probablemente no todos conozcan es la real existencia del personaje de Lola con el nombre de Dolores Cruz Vehil, una matancera nacida el 20 de septiembre de 1840, en un hogar muy pobre, que al llegar a la adolescencia conquistó con su belleza extraordinaria a los jóvenes de las mejores familias de su ciudad, sin olvidar a los acaudalados extranjeros que llegaban para caer rendidos ante sus pies.

Como era costumbre de la época, las clases sociales más opulentas competían en Matanzas divididas en los bandos Azul y Punzó, los cuales se disputaban los trofeos y otros premios en numerosas verbenas, rifas, piñatas, juegos y bailes fogosos y llenos de frivolidad en los que siempre sobresalían Lola Cruz y su acérrima rival, la también bella Juanita Páez.

En 1857 estas damas pasan a encabezar el Punzó (rojo) y el Azul, respectivamente, y a partir de ahí iniciaron una lucha a brazo partido para atraer más la atención y favorecer a sus seguidores en medio de una apoteosis de vanidades y coqueteos que puso de cabeza a muchos. Por cierto, a Juanita se le concedió el honor de prender la llama de la primera planta de gas puesta en servicio para el alumbrado público en la entonces llamada Atenas de Cuba.

Finalmente, y luego de herir a muchos corazones, Lola se casó con José María de Ximeno, heredero de uno de los clanes del azúcar más ricos e influyentes de Matanzas, en una boda suntuosa que se realizó en la mansión de dos pisos que los Ximeno tenían en un lateral de la catedral, en la capital provincial. Los cronistas cuentan que Lola lució un traje de encajes y bordados hecho por su abuela, pero no quiso ponerse joyas en exceso para no ofender a sus amigas más humildes. Luego, la pareja salió en volanta para pasar la luna de miel en el ingenio Jesús María (propiedad del padre del novio), cerca de Camarioca, donde, según las malas lenguas, vivieron una orgía de amor y sexo.

Después de regresar a la ciudad de Matanzas, el joven matrimonio pasó a residir en un palacete que les construyó un arquitecto norteamericano en la calle Gelabert (hoy Milanés), número 16, cerca del Palacio de Junco. Los vecinos del lugar recuerdan que el inmueble tenía una monumental puerta de entrada, la cual daba acceso a un patio donde fue sembrado un laurel traído de la India capaz de cobijar a varias jaulas con aves cantoras y a saltarines monos. Por la azotea paseaban pavorreales, y en el primer piso había un miniteatro y un enorme comedor con paredes de cobre repujado que podía acomodar a unas 60 personas. ¡Todo un Edén!

No obstante, este lujo ostentoso e hiriente para algunos duró poco. La revolución industrial vivida en la Isla en la segunda mitad del siglo diecinueve arruinó a los obsoletos cachimbos azucareros de los Ximeno, que no pudieron competir con los grandes centrales, y la política de «tea incendiaria» llevada a cabo por los mambises durante la Guerra de 1895 hizo el resto.

Para colmo, un furioso huracán arruinó la residencia de los esposos Lola-Ximeno y la dama, tempranamente viuda y en bancarrota, tuvo que vender hasta los clavos antes de regresar a la modesta vivienda de sus padres, donde vivió hasta su muerte en 1913, ignorante de que su vida sería retomada por uno de los músicos más sobresalientes de la historia musical cubana.

En realidad, Lecuona, zarzuelero consumado gracias a María la O, Rosa la China, El cafetal, El calesero, Niña Rita (junto a Eliseo Grenet) y otras piezas sobresalientes del teatro lírico, tomó elementos de la trayectoria de Dolores Cruz Vehil para regalarnos su Lola Cruz, la historia de un amor imposible, llena de valses y melodías atractivas y lisonjeras, donde sobresale la conocida pieza Damisela encantadora, que compuso el maestro la misma noche del ensayo general.

Este éxito de Lecuona, junto a Siempre en mi corazón y Siboney y piezas instrumentales como Malagueña o La comparsa, ha sido recreado por conocidos intérpretes de casi todo el mundo y figuró en los repertorios de los tenores Plácido Domingo y Alfredo Sadel.

                                     El maestro interpretando La Malagueña.

Sin embargo, los melómanos coinciden en que fue la ya desaparecida Esther Borja, la Damisela encantadora preferida de Lecuona, quien mejor cantó aquello de «Por tus ojazos negros, llenos de amor. / Por tu boquita roja, que es una flor. / Por tu cuerpo de palmera, lindo y gentil, / se muere mi corazón…».

Comentarios

lindo e interesante artículo
yanicel@gr.onei.cu
Muy bonita historia e interesante Felicidades

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