Unas veces para bien y otras para mal, aunque no se menciona en la Carta de la ONU, el veto existe. De otro modo el Consejo de Seguridad habría sancionado a Siria que con certeza será condenada en cualquier órgano de Naciones Unidas, incluyendo la Asamblea General. En todos funciona una mayoría mecánica que raras veces se distancia de Estados Unidos. ¿Entonces? ¿Qué hacer?
La palabra veto se asocia a poder y desde 1945 a derecho, en cualquier caso es una acción negativa, utilizada no para promover algo sino para impedir que se haga, literalmente, en latín significa: prohíbo y, aunque los redactores evadieron semejante palabra, fue introducida para regular el uso de la fuerza y otros asuntos más o menos sustantivos.
ORIGEN DEL VETO
Aterrados por la carnicería que significó la Primera Guerra Mundial, las potencias vencedoras encabezadas por el presidente norteamericano Woodrow Wilson diseñaron la Sociedad de Naciones, un sistema de seguridad colectiva destinado a impedir la repetición de una tragedia semejante. El mecanismo fracasó al no poder evitar la II Guerra Mundial, no sólo porque le faltara capacidad negociadora sino porque sus acuerdos no eran vinculantes.
En 1941 el presidente Roosevelt retomó la idea y suscribió con Churchill la Carta del Atlántico adoptada también por la Unión Soviética. En ese documento se esbozó la idea de las Naciones Unidas, proyecto en el cual se trabajaría a partir de entonces y que se instaló en 1945 mediante la Conferencia de San Francisco.
Cuando se redactaba la Carta de la ONU surgieron varias interrogantes: ¿Cómo hacer vinculantes los acuerdos? ¿De qué manera imponer la paz? ¿Cómo evitar lo ocurrido en 1939 cuando la Unión Soviética fue expulsada de la Sociedad de Naciones?
Debido a la falta de consenso al respecto, los redactores sometieron el texto a los Tres Grandes: Roosevelt, Stalin y Churchill quienes en la Conferencia de Yalta (febrero de 1945) dieron los toques finales al Capítulo VII que autoriza el uso de la fuerza contra estados cuyo comportamiento representa un peligro para la paz mundial. De paso aquellos poderes imperiales se aseguraron que ese recurso no pudiera ser utilizado contra ninguno de ellos para lo cual adoptaron un sistema de votación que sin mencionarlo estableció el veto:
Artículo 27: Cada miembro del consejo de seguridad tendrá un voto. Las decisiones del Consejo de Seguridad sobre materias procesales serán tomadas por el voto afirmativo de nueve miembros. Las decisiones del consejo de seguridad sobre el resto de las materias serán tomadas por el voto afirmativo de nueve miembros, incluyendo los votos de coincidencia de los miembros permanentes…
De ese modo se dejó un pequeño resquicio que mediatiza la opulencia del veto: de no poder conseguir el voto de 9 de los 15 miembros del Consejo, los países con potestad de veto no pueden adoptar acuerdos, aun cuando ellos sean unánimes.
HISTORIA DEL VETO
El primer veto en el Consejo de Seguridad lo aplicó Gran Bretaña cuando en 1955 votó contra una resolución en torno al Medio Oriente, luego a lo largo de 67 años se han vetado acuerdos en cerca de 300 ocasiones. Quien más lo hizo fue la Unión Soviética quien dijo: Niet en más de cien oportunidades, en muchas de las cuales logró paralizar maniobras imperialistas.
Estados Unidos lo ha hecho en más de 80 ocasiones, Gran Bretaña en unas veinte, Francia en igual número y la República Popular China que ingresó al Consejo en 1971 tan solo en unas cinco oportunidades. Existe cierto número de vetos, tal vez unos 50 que han sido adoptados en reuniones a puertas cerradas como es el caso de los interpuestos en las propuestas para elegir a los secretarios generales cosa que raras veces se difunde.
En 1950, encontrándose ausente voluntariamente la Unión Soviética se adoptó la resolución que condenó a Corea del Norte y otorgó el mandato que dio lugar a la Guerra de Corea. Desde entonces se debate si aquella decisión fue o no legal y todavía hoy se discute qué hacer cuando un miembro permanente del Consejo se abstiene y si bien no vota en contra, tampoco se obtiene el “voto de coincidencia” de los Cinco Grandes.
En los últimos años cuando desaparecida la Unión Soviética el veto había dejado de tener sentido como mecanismo en la lucha contra la hegemonía imperialista, la subsistencia de tal proceder perdió relevancia y se le asoció a la falta de democracia en la ONU, incluso algunos países claman por su abolición.
Lo que no se ha dicho es cómo funcionara entonces el Consejo de Seguridad. Adoptar decisiones por el número de votos, significa someterse a la “mayoría mecánica” y, por otra parte, renunciar a hacer vinculantes los acuerdos sobre temas capitales convertiría a la ONU en un “club de discusión”. Tampoco parece viable reunir a los de 200 integrantes de la Asamblea General para examinar situaciones y adoptar decisiones de emergencia.
Tal vez más que eliminar el veto lo pertinente sea suprimir el privilegio de que disfrutan las grandes potencias, prerrogativas que se otorgaron ellas mismas por haber sido vencedoras en la II Guerra Mundial.
El tema está abierto, entre tanto como ocurrió en otras 117 ocasiones, esta vez, cualquiera que fueran las motivaciones de Rusia y China, aquellos que se aprestaban a despedazar a Siria como antes lo hicieron con Libia, fueron temporalmente contenidos. A veces: “Donde las dan las toman”. Allá nos vemos.