Voluntarios contra la Covid-19. Mónica Mestre: «No quedarme en mi casa sin hacer nada al respecto»

Voluntarios contra la Covid-19. Mónica Mestre: «No quedarme en mi casa sin hacer nada al respecto»
Fecha de publicación: 
29 Mayo 2020
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Foto tomada del Facebook de la entrevistada.

“Tengo la voz fatal, fatal. No es fácil tanto cloro. Por favor, no pongas ningún audio mío”. 

Desde pequeña es alérgica a esa sustancia. Varios días expuesta le ha afectado. Habla medio ronca. Le duele la garganta. Está vestida de verde por completo, color que le gusta. “Creo que se ve bien con el pelo rojo”.

Mónica estuvo desde inicios de abril a la espera de que la llamaran. Es una de las voluntarias que se alistó para servir en los centros de aislamiento que la Universidad de La Habana confirió a la provincia después de acondicionar dos de sus residencias estudiantiles para ese fin. 

En una de las instalaciones entregadas, en Habana del Este, recibió una preparación básica junto a quienes serían sus compañeros. Le explicaron sobre la ropa a emplear, los cuidados, y que tendrían que limpiar y repartir comida. El 25 de abril entró a la beca del reparto Bahía, para entonces, uno de los lugares de la capital con aislados por sospecha de coronavirus.

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Mónica Mestre Morales tiene 20 años. Un metro 65 centímetros y rellenita. Pelo teñido de rojo y brackets. Está en tercero de Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Le interesan algunas aristas de su profesión, pero no se considera una periodista apasionada.  

“En realidad, no me gustaría trabajar en ningún medio de prensa. Escogí esa carrera porque no tenía ninguna otra vocación firme. La verdad, preferiría un ministerio, empresa o la Universidad. Me gusta mucho el trabajo con el Estado, el Poder Popular, ese tipo de cosas; aunque parezcan casos perdidos desde el punto de vista de la comunicación. Hace poco tuve un acercamiento al Ministerio de Justicia; me gustó cómo funcionaba, cómo se intentaba llevar la comunicación desde otra perspectiva”.

Como parte de sus prácticas curriculares, trabajó en primer año en un proyecto conjunto de la Facultad de Comunicación y administraciones territoriales cuyo objetivo es potenciar el gobierno electrónico. Durante todo un semestre realizó productos de prensa (reportajes, notas), llenó y curó el sitio de gobierno de Centro Habana. Ese tema le resulta interesante, aunque “falta mucho para eso en Cuba”.

El curso anterior formó parte de la dirección de la FEU de su universidad, y este, fue elegida presidenta. Aunque en los años de preuniversitario también dirigió su organización a nivel provincial, el retorno a esas dinámicas estudiantiles —dice— fue fortuito.  

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Además de al cloro, es alérgica al cambio de tiempo, ácidos y olores fuertes. La limpieza de áreas y desinfección de superficies que realiza a diario con disoluciones cloradas le ha provocado coriza. También afectaciones en las manos, debido a una dermatitis que tiene de base y que en esas condiciones, le empeora. Cuando se comunica con su madre, lo omite.

“Tampoco le digo que tengo alergia, ¿entiendes? Le digo que todo está bien, aunque en realidad sí tengo. Incluso, un día estaba limpiando y se me hinchó la glotis, eso que te pasa en la garganta cuando te comes una malanga que pica”. 

Aunque reconoce que el personal de ciencias médicas está más familiarizado con el modo de contagio del virus, en su opinión no es tan complicada la labor que los voluntarios como ella realizan en centros de aislamiento.

“Lo que hacemos aquí, limpiar y servir comida, lo puede hacer cualquiera. Lo único relacionado con la medicina es el conocimiento de las medidas: cuando vamos a limpiar a la zona roja, donde están los pacientes, tenemos que ponernos pijamas, sobrebatas, dos guantes, caretas, nasobuco”.

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Cortesía de la entrevistada. Mónica (a la izquierda) durante sus labores como voluntaria  

Durante su estancia, la beca organizada como centro de sanidad ha recibido a cubanos provenientes de otros países. Deben someterse a un período de aislamiento antes de ir a sus hogares. El equipo de Mónica ha atendido marinos mercantes, así como a viajeros procedentes de Guinea Ecuatorial, Panamá, Trinidad y Tobago y México, naciones en las que la pandemia es un hecho.        
                
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Si Mónica, a pesar de lo adverso y potencialmente perjudicial para su salud, ha servido como voluntaria, sin que la madre se haya interpuesto, no es solo porque ha omitido tácticamente algunos aspectos. A decir verdad, Mónica tiene bastante poder de decisión sobre sí. Por eso, cuando explicó que trabajaría entre sospechosos de coronavirus por dos semanas y que después tendría que estar aislada por tiempo impreciso, su familia no se negó. “Normal. Solo un poco de preocupación”.

La libertad que ha alcanzado se debe, entre otras razones, a que su mamá, jefa de departamento en el Ministerio de Economía y Planificación, siempre está trabajando. “Incluso ahora. Es muy sacrificada”. Reside con la hija menor en el municipio de Diez de Octubre. Mónica, desde que se mudó en segundo año, hace vida independiente en La Lisa.

No es de engañar al hambre con boberías. Entre todas sus responsabilidades habituales, halla tiempo para prepararse comida. “De hecho, cocino bien. Pastas es lo que más me gusta, pero cocino de todo”.

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Domingo, 10 de mayo. Día de las Madres. Mónica es una de las personas que pasa la fecha lejos de la progenitora. Aunque en la mañana se da por concluida su misión de voluntaria, no tiene como destino inmediato su morada. Antes pasará por un aislamiento. Lo sabe. Debe comprobarse que no hubo contagio con SARS-CoV-2 durante los 15 días de trabajo, tiempo que en cierto momento fue propenso a extenderse. “Prácticamente supimos que nos íbamos a ir el domingo, el viernes. Todos los días cambiaba la versión”. Hasta los dos días anteriores les dijeron que probablemente cumplirían tres semanas de servicio. 

 

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Captura del Facebook de la entrevistada. Corresponde al post que Mónica (a la derecha) le dedicó a su madre en vísperas del Día de las madres

Se retiran creyendo que ninguno de sus pacientes es víctima de la Covid-19. Al menos hasta entonces, todos los resultados recibidos han dado negativo. Alentador. 

Dos guaguas la trasladan, junto al resto del equipo, hacia un centro acondicionado en el municipio Cotorro para ese propósito. Personal médico y de apoyo, en igualdad de condiciones, debe permanecer aislado. Conoce sobre la instalación gracias a que ha intercambiado con compañeros, antecesores suyos. Al día siguiente, no sabe aún cuándo les realizarán el examen PCR, necesario para descartar definitivamente la presencia de ARN viral en su organismo. 

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“La verdad, no he escrito nada. Varios medios me han pedido, pero no como periodista, sino como entrevistada. Lo mío es más lo hipermedial. No tanto escribir. Desde el punto de vista de la comunicación, cuando voy a limpiar los cuartos, trato de hablar, de transmitir buenas energías, basándome en lo que aprendí en la carrera de cómo comunicar a las personas”.

Las vivencias que se lleva, los recuerdos sobre la gente que ha conocido en el equipo y los pacientes, quizá la motiven a redactar en algún momento —reflexiona—, pero no con la finalidad de publicar como principal intención. 

Mientras labora como voluntaria, continúa al frente de la FEU de su universidad. No hubo en quién delegar: la vicepresidenta está con ella, y el resto del equipo, en sus provincias. Desde la residencia de Bahía es quien coordina, por la FEU, con las facultades el envase de hipoclorito en un laboratorio de la Universidad. Como mínimo, 20 personas participan a diario en el llenado de frascos de 30 mililitros que luego se distribuyen en farmacias de La Habana.  

“Al principio, lo estábamos haciendo cada facultad un día. Como ahora no hay transporte, casi siempre va el que pueda ir, así sea caminando. No importa si ese día no corresponde a su facultad”.

Ser presidenta de la FEU de la Universidad de La Habana —admite— habitualmente pesa sobre decisiones similares a la que tomó a inicios de abril. Pero esta vez fue una más de la lista, aunque a priori no la anotaron.

“Normalmente, para cualquier actividad, el presidente está en la lista, de calle. Pero esta vez no. Fui yo la que me apunté. No le había dicho nada al vicerrector de que quería ir: pensé que él me iba a poner por decantación. Pero no me había puesto y yo misma me inscribí”.
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“Dormir, comer, chatear, leer y callar”. En eso consiste la vida de Mónica en el centro del Cotorro: reponerse de la batalla librada mientras espera el día de regreso a casa. Su aliado del momento es el móvil. Ansía irse. No obstante, el cuerpo le agradece más esa rutina que la anterior de andar trabajando todo el día, sudada y con alergia.

“La comida está súper buena. Creo que se cocina aquí mismo porque esto está en el medio del monte; dudo que se cocine en otro lado. La de Bahía no era tan buena como esta, pero mejor que la de una primaria, no una cosa incomible”.

Para el miércoles 13 de mayo se conoce que del conjunto de viajeros atendidos en Bahía, todos han dado negativo, a excepción de uno procedente de México cuyo exudado fue extraído justamente el día que el equipo de Mónica culminó sus labores. También se espera el resultado del PCR de un grupo de Trinidad y Tobago.

“Algunos de mis compañeros le limpiaban el cuarto. Si alguno era positivo, lo más probable era que los otros también, porque convivíamos en el mismo cuarto y era muy difícil no contagiarse. Cuando me dicen quién, era una persona que yo le había pasado por al lado en la zona roja indistintamente. Siempre da un poco de miedo ser positivo y tener que estar en un hospital con una enfermedad grave. Pero tampoco nos pusimos muy nerviosos”.

En cada cuarto duermen de cuatro a seis personas. Al frente del sitio está una doctora. “Solo la vimos al llegar”. No queda claro quién vela por la vida interna del establecimiento. 

“Estar aquí prácticamente no es estar tan aislado, como quien dice. En un piso hay como seis cuartos y todo el mundo confluye en el mismo baño. Nadie te dice que no puedes entrar a otro cuarto ni te regañan por eso”.

El cuidado es el que ellos se autoimpongan “y usar nasobuco en el comedor”, donde confluyen trabajadores provenientes de distintos centros sanitarios. Es 14 de mayo. Han pasado 19 días. Anhelan irse y están “aburridos a más no poder”. Cualquiera agradecería entender bien de qué depende, pero no dan “respuesta concreta. No explican, hay desinformación”. Con sus antecesores —cree— hubo mejor organización.  

Finalmente, el exudado para el PCR. A la mayoría de las personas les molesta la extracción de las muestras nasales y de la garganta. A Mónica, no. “Nos puso feliz porque mientras antes nos lo hagan, antes nos vamos. ¿El resultado? Dicen que máximo 72 horas”.  

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Conclusión de la prueba molecular: negativa al SARS-CoV-2. Ella y el resto del team salieron ilesos de su combate contra la Covid-19. El sábado 16 de mayo, alrededor de las 9:00 p.m., estuvo de regreso a casa. Abrazó a su novio, se dio un buen baño y cocinó tamal en cazuela. 

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Tomada del Facebook de la entrevistada. Mónica (atrás) junto a parte de su equipo en el Cotorro, pocos minutos después de recibir la noticia de que eran negativos al nuevo coronavirus.

Ahora descansa y recapitula. “Nuestra labor era útil. Aunque siempre se puede hacer más”. Está satisfecha consigo misma. Entiende que, a pesar de las imperfecciones, vale más y es admirable lo que se ha conseguido. Ella logró lo que pretendía: “ayudar, no quedarme en mi casa sin hacer nada al respecto”.

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