Finlay: La consagración frente a una epidemia

Finlay: La consagración frente a una epidemia
Fecha de publicación: 
14 Agosto 2020
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Imagen principal: 

Oleo y estatua de Finlay en el Museo Histórico de las Ciencias Médicas Carlos J. Finlay de la Habana.

¿Qué hubiera dicho aquel hombre modestísimo y consagrado solo a la ciencia, de saber que a más de un siglo después de su deceso, su ejemplo continúan inspirando el quehacer de los científicos cubanos?

Es que justamente un 14 de agosto, hace 139 años, el doctor Carlos Juan Finlay dio a conocer su más trascendental aporte a la ciencia mundial: el modo de contagio de la fiebre amarilla y el agente biológico que la propaga: el mosquito Culex (conocido actualmente como Aedes aegypti).

También un día como hoy, muchos son los científicos cubanos -algunos laborando en el instituto que lleva el nombre de aquel sabio nacido en la entonces Villa de Puerto Príncipe- que continúan dando lo mejor de sí en el enfrentamiento a la Covid-19, y no pocos de ellos van en el camino de una vacuna cubana contra la COVID-19, como recientemente reportara el periódico Granma.

“Hoy vemos en el Instituto Finlay cómo se ha avanzado con solidez y de forma acelerada en este proyecto”, afirmaba a propósito, en la red social Twitter, el doctor en Ciencias Eduardo Martínez Díaz, presidente del grupo empresarial BioCubaFarma.

En esa misma red social, el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, aseguraba desde su cuenta oficial: “Científicos de BioCubaFarma avanzan en la búsqueda de una vacuna contra la COVID-19 y estoy seguro de que lo lograrán”.

Una revelación trascendental y en voz baja

El domingo 14 de febrero de 1881 amaneció lluvioso a causa de la cercanía de un ciclón, y Finlay, paragua en mano, subió despacioso la escalera que le conducía a la planta alta de lo que había sido convento de San Agustín, en la habanera calle Cuba.

Radicaba allí la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, que ese día  efectuaba su sesión pública ordinaria. 

Con la misma ecuanimidad con que había plegado su paraguas y ascendido cada peldaño, aquel hombre de de 47 años se puso de pie tomando el fajo de papeles que le acompañaba y, sin sobresaltos ni tensiones, con hablar pausado y algo dificultoso a causa de una afección padecida en su infancia, dio lectura al título que encabezaba aquellos folios: “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”.

 

Seis meses antes, el 18 de febrero de 1881,  en un  cónclave en Washington al que había sido designado como participante por la metrópoli española para representar a Cuba y Puerto Rico, Finlay ya había abordado por primera vez parte de su grandioso descubrimiento: el contagio de enfermedades a través de un ente intermedio, así como la necesidad de suprimir ese vector para lograr la prevención y profilaxis de muchos padecimientos epidémicos y contagiosos que marcaban aquel siglo XIX.

Luego, ya en la capital cubana, Finlay completaba el anuncio de su descubrimiento precisando que el agente transmisor de la fiebre amarilla era la hembra de la especie de mosquito hoy identificado como Aedes aegypti.

Pero ni en la mencionada conferencia de Washington ni en la sesión de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana el científico recibió el aplauso y la atención que correspondía.
Tanto es así que su biógrafo narra cómo al retornar a casa aquel científico de largas patillas y aun más largas ideas, comentó desilusionado a su esposa Adela Shine: Hubiera deseado que refutaran cada concepción, punto por punto, para debatir, hablar y convencerlos, o que me convencieran a mí -según recuerda el colega Orfilio Pélaez.

 


Carlos J. Finlay fue propuesto en varias oportunidades al Premio Nobel de Medicina de Fisiología y Medicina entre 1905 y 1915. En 1907 le fue conferida la Medalla Mary Kingsley, por el Instituto de Medicina Tropical de Liverpool, la más importante institución del mundo en Infectología, y en 1908 recibió la orden de la Legión de Honor, de manos del gobierno de Francia.

No ocurrió lo uno ni lo otro. Solo después del fallecimiento de Finlay -también acontecido en agosto, un día 20, de 1945- y cuando habían transcurrido casi dos décadas de aquel anuncio fue que empezaron a probarse en la práctica sus trascendentes revelaciones científicas, cuyo mérito, atribuible solo a él –falazmente cuestionado en algún momento- fue finalmente así ratificado  por el XII Congreso de Historia de la Medicina, efectuado en la Roma de 1954.

Gracias al doctor Finlay pudo ponerse coto a las grandes epidemias de Fiebre amarilla que asolaban al mundo de aquel entonces, y su misma consagración es la que ahora anima a los científicos cubanos de este presente, que igual lograrán poner freno, con la cooperación consciente de la ciudadanía, a la temible epidemia que en este siglo XXI golpea al mundo.

 


Foto: tomada de Radio Tahíno

 

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