Estudiantes de medicina cazan a la COVID-19 en Cuba, de puerta en puerta

Estudiantes de medicina cazan a la COVID-19 en Cuba, de puerta en puerta
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Fecha de publicación: 
1 Abril 2020
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“¿Cuántas personas viven aquí? ¿Usted tuvo contacto con extranjeros? ¿Conoce las reglas de higiene que hay que seguir?” Casa por casa, 28.000 estudiantes de medicina cubanos repiten incansablemente estas preguntas, buscando posibles casos del nuevo coronavirus.

En el barrio del Vedado, en La Habana, la doctora Liz Caballero González, de 46 años, acompaña a dos estudiantes, responsables de recorrer cada día la misma cuadra, visitando a un total de 300 familias.

Sus batas blancas los distinguen del resto de la población. No sus máscaras de tela que, al igual que ellos, también llevan los peatones en las calles de la isla. La mayoría de negocios pide a los clientes que las usen antes de entrar.

Cuba, que intentó preservar hasta el final el flujo turístico que empuja su economía, fue uno de los últimos países latinoamericanos en cerrar sus fronteras a los no residentes, el 24 de marzo.

A la fecha tiene 186 casos de COVID-19, incluidas seis muertes. Como precaución, 2.837 personas están hospitalizadas.

Ahora pone sus esperanzas en su red médica, que está por encima del promedio mundial, para detener la propagación de la enfermedad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la isla tiene 82 médicos por cada 10.000 habitantes, en comparación con 32 en Francia y 26 en Estados Unidos.

Doctores “muy queridos”

“No tenemos una tecnología de un país del primer mundo, pero tenemos un personal humano muy capacitado, con mucha solidaridad, con mucho altruismo”, dice con orgullo la doctora Caballero, mientras supervisa el trabajo en terreno de sus estudiantes.

Este recorrido puerta a puerta “no es nada nuevo”, dice. El médico de familia -un profesional asignado a cada barrio y con un sueldo de unos 50 dólares mensuales- realiza frecuentemente esta labor “ante cualquier sospecha de cualquier enfermedad transmisible”.

Pero “hace 15 días se empezó con mayor intensidad a realizar pesquisa activa al 100% de la población”.

Los estudiantes están involucrados, en un país que cuenta con 25 facultades de medicina, además de una prestigiosa Escuela Latinoamericana de Medicina (Elam), donde estudian miles de estudiantes extranjeros.

“Ya estábamos acostumbrados a ir de puerta en puerta”, dice Susana Díaz, de 19 años, en el segundo año de medicina.

“Siempre hay una etapa, más o menos en septiembre-octubre, que hacemos pesquisas sobre el dengue. Y bueno, cuando se agravó la situación con el coronavirus, la universidad nos propuso hacer las pesquisas”, detalla.

Cualquier caso sospechoso de tos o fiebre se informa de inmediato al centro médico del barrio, dijo Susana, quien es muy bien recibida en sus visitas.

“Muchas personas nos agradecen”, dice. Los médicos son “muy queridos” aquí, confirma Maité Pérez, de 30 años, que acaba de responder las preguntas de los estudiantes.

“Yo me siento muy bien porque están cuidando nuestra salud”, agrega.

Trapear delante de su puerta para limpiar los zapatos, lavar la ropa obligatoriamente al regresar a casa, usar una máscara en cada salida: Maité respeta escrupulosamente todas las instrucciones.

Solo hay una que es dolorosa para ella. La prohibición de todo contacto afectuoso, verdadera tortura para los cubanos: “Tengo deseos de abrazar a mi mamá y besarla, apretarla… ¡pero no se puede!”.

Máscaras de tela y cloro

Carlos Lagos, de 83 años, sobrelleva el calor de la isla sin camisa. Desde su puerta ve desfilar a diario a los estudiantes. “(Me preguntan) si me siento mal, si tengo fiebre, cómo me cuido”, explica.

La atención a los ancianos, los más vulnerables al coronavirus, es crucial porque el 20% de los cubanos tienen más de 60 años.

“¡Hasta ahora, me siento bien y salgo muy poco!”, dice, detrás de la rejilla de su apartamento, Dolores García, de 82 años, encantada de llevar una máscara de tela: “Me la trajo una persona que me quiere mucho”.

En Cuba, bajo el embargo estadounidense desde 1962, regularmente escasean muchos productos, a veces incluso jabón. Y como tampoco abunda el gel hidroalcohólico, este se reemplaza con una solución a base de agua y cloro, que los cubanos vierten en sus manos.

Y, ante la falta de máscaras médicas, muchas personas las fabrican de tela, como Marina Ibáñez, una trabajadora de cuidado infantil de 56 años, que ahora está ocupada colgando su reciente producción en un tendedero, al sol.

“Al ver que todo el mundo andaba en la calle sin nasobuco (máscara), me di al trabajo de sentarme y hacerlos para la gente”, cuenta. Sin “ninguna experiencia” en costura, tomó prestada una como modelo de una enfermera.

Marina ya ha cosido cincuenta, que ha distribuido a sus vecinos, y se está preparando para hacer otras. Finalmente, “¡esto no tiene ciencia!”.

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